Entre paréntesis…. Cayetano Llobet T.
Nadie puede competir con la muerte. Menos, cuando se vuelve una aliada, una amiga, la maga que convierte todo en bueno. Hoy, la dolida Cristina de Kirchner, arropada por las masas conmovidas de un peronismo amputado de su gran operador de los últimos años, ya está erigida como la nueva líder popular de los argentinos y candidata natural, sin competencia, a su propia reelección en la Presidencia de Argentina.
Todas las virtudes de Néstor Kirchner -porque no tenía ningún defecto- se transfieren a ella. El féretro del ex Presidente marca el camino de la próxima campaña electoral que, de hecho, ya comenzó. La cascada de calificativos y exageraciones, hiperbólicas definiciones, proclamaciones de santidad -ya conocidas desde las épocas de Perón y, sobre todo, de Evita-, tratará de ahogar cualquier intento de crítica. Aquel que se atreva a lanzarse en contra de Cristina será un violador de la imagen de Néstor. Porque esa maga, la muerte, opera el milagro de la desaparición de la memoria.
Será merecedor del fuego eterno aquel que tenga la osadía de pensar que alguna vez Néstor Kirchner pensó en acabar con la prensa crítica. Igual de pecador si piensa que Cristina tiene las mismas intenciones. Ninguno de los dos ha pensado jamás en lograr el control de los medios de comunicación, ¡faltaría más! Y todo aquello de controlar el papel de los periódicos como un medio de presión, ¡puros cuentos! Jamás existió en él la menor intención de acabar con ningún enemigo, de organizarle y pagar campañas mediáticas en contra, difundir algún rumor mentiroso o pedir, directamente, la cabeza de algún periodista intimidando a los dueños del medio… ¿de dónde aprendería el gobierno boliviano esa receta?
Nunca se aprovechó del poder para ayudar a algún amigo con favores del Estado. Jamás, nadie, puso en duda los mecanismos para lograr un modesto patrimonio de algunos millones de dólares. Al contrario, fue objeto de admiración y a veces hasta envidia, por haber logrado multiplicar varias veces ese patrimonio en los años en los que él y su señora esposa vivían sólo de su sueldo presidencial: ¡todo un ejemplo para los empresarios argentinos!
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Maldito sea el que piense que él y la señora tuvieron algo que ver con rentables y extraños negocios, comisiones y concesiones en combinación con el gobierno de Venezuela. Y maldito en grado superlativo el que crea en maletines con dólares regalados por Chávez para financiar la campaña presidencial de la señora. Más grave todavía si ello implica pensar que en los gobernantes venezolanos pudiera haber algún asomo de corrupción, ¿a qué malpensado se le ocurre semejante cosa?
La muerte, esa maga, posee además, el poder de la censura. Borra, sin piedad, los hechos, los escritos y las huellas. Que nadie se acerque a hurgar en el cajón, ¡paz en su tumba! y que a ningún insolente se le ocurra echar basura en el camino de la procesión embanderada con los colores nacionales y bañada con las lágrimas del pueblo. La muerte, esa maga, también hace política. No hay nadie como ella para inventar causas y cruzadas. Ella inviste a los líderes, coloca en sus manos las banderas que reflejan los colores del cielo y entrega las espadas a las Juana de Arco que tienen que cumplir el destino dibujado por los muertos.
Ya está el altar, está iniciado el culto. Es la hora de la gran sacerdotisa y la hora, para los fieles, de pagar la limosna y esperar los milagros. Atrás no queda nada, salvo la estela de luz dejada por el santo. Se borró todo porque llegó la muerte… esa maga.