Roger Cortéz Hurtado
Que, pese a todo, fueron técnico-económicos los motivos iniciales para que el gobierno dictara el decreto de elevación de precios de los combustibles, es lo más probable. Pero, lo que ha ido ocurriendo a continuación enseña que a esa motivación primaria se sobrepuso otra. Es el contenido de esa dinámica predominante el que no se resuelve en la mayor parte de las explicaciones que tratan de dar cuenta de lo que ha pasado.
Dicho contenido puede resumirse en que, partiendo de la idea de que era necesario un ajuste en los precios de los hidrocarburos, el equipo gubernamental terminó enamorándose de la idea de que ese paso podía permitir un salto en el proceso de control integral del poder político en que se ha enfrascado en los últimos meses.
Ya que al frente parecen haberse extinguido las fuerzas organizadas capaces de contrapesar, o siquiera atemperar las decisiones estatales; ya que en lo interno se había impuesto una disciplina implacable, capaz de erradicar apenas se insinuara cualquier disidencia y que, con esos métodos o la cooptación, neutralizar a las dirigencias de las organizaciones sociales; ya que se han privilegiado las relaciones con las comandancias de los aparatos de fuerza del Estado ¿no había llegado el momento de convertir la pobreza en virtud y mudar una decisión siempre peligrosa en una formidable exhibición de fuerza?
Mi interpretación se refuerza al observar cómo reaccionó la cúpula gobernante ante la evidencia de que su cálculo falló abismalmente y encontrarse al frente por vez primera, desde su ascenso al poder estatal, ante la rebeldía de un auténtico movimiento social de alcance nacional.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Al ver agrietada la base que lo sustenta, cuando se desnudó que este no es (como ninguno puede ser) un “gobierno de movimientos sociales”, sino el gobierno de una nueva clase dominante en ascenso, aliada con dirigentes de organizaciones sociales: entonces el repliegue resultó perentorio. Un reflejo de sobrevivencia, no un acto de lucidez o sensibilidad, apenas justificado, apresurada e insinceramente, como una prueba de que se “manda obedeciendo”.
Sin verdadera capacidad autocrítica, al minuto siguiente de supuestamente haber reconocido un error, pasan los gobernantes a denunciar conspiraciones y a prometer venganza a los presuntos digitadores de la reacción social. Esto es lo único que se escucha en estos días, porque los amos del poder están perplejos y no terminan de explicarse lo que ha pasado.
El hecho más importante que escapa a su comprensión es que si ahora ocupan el lugar en que se encuentran es gracias a un profundo y poderoso impulso espontáneo, caracterizado por fuertes rasgos autonómicos, es decir por una tendencia autodeterminativa que decidió confiarles la organización y conducción del proceso, pero sin enajenar su voluntad como se verificó en los resultados de las elecciones de abril de 2010.
Esa brecha se ha profundizado tanto por la opacidad y enredo de las cifras económicas oficiales, cuanto por modo subrepticio y ladino con que se instrumentó el decreto, y por el despliegue de violencia verbal con que se trata de culpabilizar a la resistencia popular.
La importancia de los sucesos desborda las fronteras de un mero tropiezo táctico y marca más bien un giro decadente de la conducción política, que incrementará la desconfianza de sus bases. La intensificación de la acción autónoma se perfila como la mejor solución y la única que puede conseguir una rectificación real y un reencauzamiento democrático y transformador del proceso histórico.