¿El fin del evismo?


Henry Oporto

oporto El evismo tuvo un ascenso meteórico y en algún instante pareció que tocaba el cielo con las manos. Pero ahora da la impresión de que se precipita en un descenso acelerado. Posiblemente se aproxime su final como proyecto político, aunque como fenómeno sociológico podría tener una vida más larga. El evismo no solo pasa por un mal momento. Son sus mismos fundamentos los que están colapsando.

Sostenibilidad económica

El gobierno ha apuntado centralmente a la concentración del excedente en manos del Estado, teniendo como fuente de ingresos la renta del gas. Para eso se dieron las nacionalizaciones y se revivió la idea del Estado empresario. Ello era esencial para sus políticas redistributivas (bonos, subsidios, empleo público masificado, extensión de servicios básicos, crédito subsidiado a los productores, etc.) y también para mantener una nutrida clientela política, cooptar dirigentes, asegurarse la lealtad de los militares y, en fin, sostener una extensa red de apoyo social y político.



Las cosas funcionaron bien por un tiempo, cuando se dispararon los precios internacionales de las materias primas y los recursos fluyeron en abundancia. Hubo liquidez en la economía; el contrabando y el narcotráfico, aportaron lo suyo. Un efecto de espejismo se irradió en la sociedad: muchos creyeron que esa abundancia venía de la nacionalización. Las expectativas se dispararon, y con ello las disputas rentistas.

Aquello duró lo que tenía durar. Tan pronto la “bonanza” se fue diluyendo, volvieron las restricciones fiscales y reaparecieron los conflictos sociales. Quizás los gobernantes no creyeron que esto sucedería tan pronto. De hecho, no concibieron políticas para generar riqueza o para ampliar la capacidad productiva, diversificar las exportaciones, hacer competitiva nuestra economía ni crear un fondo de estabilización para la época de vacas flacas. Se limitaron a disponer de lo que ya había. Tal vez se ilusionaron con que la plata que ingresaba era inagotable. Era el momento de hacer “justicia redistributiva”.

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Pero el golpe de realidad vino con el gasolinazo, que tuvo el efecto de un sismo que nadie había imaginado -las réplicas aún se sienten-. Entonces se desnudaron una suma de graves problemas: insostenibilidad fiscal, crisis alimentaria, colapso productivo, dependencia creciente de carburantes importados.

El fiasco de la nacionalización

Los bolivianos, que tanta ilusión pusieron en la nacionalización, repentinamente descubrieron que los hidrocarburos en manos del Estado no producen los beneficios esperados. Y el gobierno ha tenido que confesar que el dinero ya no alcanza para comprar en el exterior la gasolina, el diesel y el GLP que ya no producimos y que se venden internamente a precios subsidiados.

El gas natural no es más la gallina de los huevos de oro que pueda sostener la “revolución democrática y cultural”. La industria hidrocarburífera está colapsando. En cinco años, las inversiones se han desplomado, la producción está estancada o en descenso, no hay mercados externos para aumentar las ventas e, incluso, las reservas han caído dramáticamente. El propio Evo tuvo que decir que para aumentar la producción de carburantes había pagar precios más altos a las transnacionales.

Una reciente encuesta revela que un 49% de ciudadanos opina que YPFB no tiene capacidad para enfrentar la falta de carburantes, frente al 43% que dice lo contrario. Este es otro dato revelador del descrédito del proceso nacionalizador.

La gente ha entendido el mensaje: la economía está deteriorada y hay que arreglárselas como sea. Vuelve el tiempo, que ya era lejano de las carencias, la especulación, la inflación, los bolsillos vacíos, las colas. La economía se sume en el desorden y la incertidumbre. Y con ello se desmorona una de las fortalezas que el régimen supo cuidar en sus primeros años -la estabilidad macroeconómica-; por cierto aplicando un recetario “neoliberal”, tan execrado sin embargo en el discurso oficial.

Hoy día el modelo nacionalista-estatista muestra signos de prematuro agotamiento. El gobierno está en aprietos para asegurar el pago de los bonos, los subsidios, la abultada planilla de empleados, las empresas estatales, las obligaciones del nuevo sistema de pensiones y todo el aparato clientelar montado en los años de despilfarro. Una crisis fiscal puede estar incubándose. No hay otra explicación verosímil del gasolinazo.

Sostenibilidad política

Si la sostenibilidad económica del régimen está en entredicho, no lo está menos su sostenibilidad política. En efecto, otro de sus pilares de sustentación es la alianza con los “movimientos sociales” -además del respaldo militar-, que ha dado paso a una estructura corporativa que supone que el partido gobernante ejerce compartiendo parcelas de poder con una red de organizaciones populares, a las que se ha conferido un derecho tutelar sobre la acción de gobierno.

El discurso oficialista ha vendido la idea de un “gobierno de los movimientos sociales”. En lugar de encauzar la demanda de inclusión social hacia un orden político de igualdad efectiva, sin ningún género de privilegios, el proyecto evista ha tendido a restaurar un sistema de segregación con nuevos privilegiados y nuevos excluidos; un sistema que consagra un estatus privilegiado de “indígena”, de “pobre” o de “movimiento social”, para justificar la reproducción de formas de dominación política no democráticas y contrarias al principio de igualdad ciudadana.

Lo paradójico es que el co-gobierno MAS-movimientos sociales ha entrado en colisión con una fuerza más decisiva: la concentración del poder en la cúpula gobernante. Contrariando la retórica del “empoderamiento popular”, lo que ha tomado vuelo es un régimen de cuño autocrático y caudillista. De este modo, Evo (endiosado por muchos) y la cúpula gobernante, se han mostrado cada vez más triunfalistas y autosuficientes y menos dispuestos a compartir con las dirigencias sindicales.

Nuevamente el gasolinazo ha puesto al descubierto ese conflicto. Y también los límites del poder real de Evo. Este creyó que podía solo, pero la reacción popular le demostró que no . De ahí que tuviera que recular en su decreto. Allí mismo ha quedado marcado un punto de inflexión. Asediado por los conflictos y más rehén que nunca de la presión popular, el gobierno abdica de su función de gobernar. “Gobernar obedeciendo” es la autoconfesión de esa impotencia. Frente a la crisis económica que despunta, Evo ha perdido el libreto. Quiere cabalgar sobre dos caballos: jugar a la racionalidad y seguir siendo populista; aplicar medidas de mercado cuando los sindicatos le exigen derogar el 21060. Definitivamente está en un atolladero.

El post-evismo

El régimen enfrenta la realidad de un fracaso económico imprevisto a partir de sus dificultades para preservar la estabilidad económica, asegurar un crecimiento sostenido, dar al pueblo un nivel de satisfacción de sus necesidades básicas, llevar a la práctica los derechos sociales ofrecidos en la CPE, cumplir la promesa de erradicar la desigualdad y la pobreza. Todo ello se traduce en una rápida pérdida de legitimidad social, tal como lo reflejan las encuestas en la caída de la aprobación presidencial.

Pero se trata, también, de una crisis de legitimidad política que se expresa como una crisis de confianza en el sistema de poder articulado en torno a la alianza MAS-movimientos sociales y a las posibilidades de su pervivencia y reproducción. Por lo mismo, se pone de manifiesto un fracaso aún mayor como es la imposibilidad de controlar la sociedad civil y avanzar hacia un Estado de poder sin precedentes, mediante el control de la economía, el sistema político, la prensa, la educación, la cultura, a la par del disciplinamiento de las organizaciones sociales, o sea la “quinta fase” de la estrategia enunciada por García Linera.

¿Qué desenlace es imaginable? Obviamente hay varios factores en juego. La evolución de la economía es quizá el más decisivo. Desde luego lo que el propio gobierno haga, más el papel de otros actores políticos y sociales y, por cierto, los sucesos imprevistos. Maquiavelo advirtió que la Diosa Fortuna explica la mitad de todo lo que ocurre en la vida de los seres humanos. No hay cómo predecir a ciencia cierta lo que vendrá.

La experiencia ha demostrado que el régimen es impermeable al cambio y no se perciben razones para esperar que pueda reconvertirse en un gobierno verazmente democrático y respetuoso del pluralismo político. ¿Y una reconducción (sin Evo) del proyecto evista? Quien pueda relevarlo y quiera ser su continuador reformista, probablemente se vea envuelto en el mismo drama: renegociar con los movimientos sociales –que tienen la llave de la gobernabilidad-, ser prisionero de ellos y de su propia debilidad. Tal vez debamos prepararnos para un post-evismo incierto y una transición complicada, convulsa e inestable.

Hasta que una recomposición general de fuerzas pueda cambiar el escenario nacional. Quizás, entonces, el país encuentre un cauce para volver a la gobernabilidad y reconstruir las instituciones democráticas; por cierto, las únicas que pueden asegurar la estabilidad política de largo plazo, dentro de un marco de nuevos pactos políticos que comprometan el respaldo de los grupos sociales mayoritarios. Lo que aún no asoman son las fuerzas políticas capaces de liderar ese proceso.