Marcelo Ostria Trigo
El conflicto en Libia lleva a recordar que Muamar al Gadafi, “extravagante, egocéntrico y voluble, inauguró una implacable dictadura personal” que dura ya cuatro décadas. A propósito, Bernard-Henri Lévy, filósofo y escritor francés, cuenta su experiencia reciente: “Aún resuenan en mis oídos los testimonios de los ciudadanos de Bengasi que, durante cinco días, me narraron los horrores del régimen, de sus prisiones y sus centros de tortura subterráneos…” (El País, 20/03/2011).
Este es el resultado de una “forma de gobierno sui generis, la jamahiriya, un híbrido de islam, socialismo y ‘democracia directa’, ideología proclamada en un Libro Verde”. Gadafi “abrazó sucesivamente el panarabismo, el anticomunismo, el pro-sovietismo, el panislamismo, el intervencionismo belicista y un panafricanismo idealizado y pacificador que lo convirtió en el artífice de la Unión Africana” (Cidob. Barcelona, 18 de marzo de 2011). Por esto y por mucho más, y con el ejemplo de Túnez y Egipto, estalló la rebelión popular –impensable hasta entonces– para derrocar al coronel Muamar al Gadafi.
Cuando el pueblo libio consiguió sus primeras victorias, no fue extraño que Hugo Chávez intentara lanzar un salvavidas a su amigo Gadafi: propuso una comisión internacional mediadora. Pero algo no funcionó. Gadafi afirmaría después que “los líderes rebeldes son rehenes de Al Qaeda y (que) el diálogo con ellos no es posible… Solo tienen dos posibilidades: rendirse o escapar”. Esto añadido a las amenazas: “Todos los que quieran dañar a Libia serán ejecutados sin piedad”. “Hay que salir a las calles a arrestar a las ratas” (Giro País, 23/02/2011).
Luego un pequeño bloque de apoyo a Gadafi enarbolaba el principio de no intervención, pero entendido como patente de corso para reprimir y matar. Se olvida que, “por primera vez, la ONU pone a prueba la doctrina que adoptó su Asamblea General en julio de 2009: la ‘responsabilidad de proteger’ a las poblaciones de los genocidios u otros crímenes contra la humanidad”. Si esta doctrina hubiera estado vigente en el pasado, cuántas vidas habrían sido salvadas de las atrocidades de los campos de muerte de genocidas como Hitler, Stalin, Pol Pot y muchos otros.
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Y salió el disparate: Hugo Chávez dijo que “lo que es Bolívar para nosotros, es Muamar al Gadafi para el pueblo libio”. Hay demasías que no merecen ser comentadas, pero sí ser mencionadas, como la insistencia de Fidel Castro y los jefes de Estado de los países de la ALBA de que el conflicto de Libia ha sido creado por las potencias occidentales, especialmente EEUU, para apropiarse del petróleo libio y que “EEUU quiere hacer con Venezuela lo mismo que con Libia”. El discurso fue repetido por los miembros de la ALBA, reunidos recientemente. Solo acusaciones, sin evidencias, lo que es tradicional en el populismo. “¿Quién es la comunidad internacional para decir qué quiere Libia?”, dijeron. Pero cabe también preguntar: ¿quién es Gadafi –o Chávez– para decir qué quiere Libia, si nunca se convocó una consulta electoral libre que permita a los ciudadanos expresar sus aspiraciones, anhelos y ansias de libertad?
Hay silencios culpables. Son pocas las voces en América Latina –las de Colombia, Chile y Perú entre ellas– que han respaldado la decisión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de imponer una exclusión aérea en el territorio libio, a fin de evitar la matanza que puede ser salvaje, y que ya fuera anunciada por el tirano.
Pero las cartas ya están echadas. Solo queda que el tirano abandone el poder.
El Deber – Santa Cruz