Marcelo Ostria Trigo
Hay asuntos sobre los que es grato escribir; es decir, volcar en el papel el producto de nuestras reflexiones y de nuestras experiencias, en las que debe haber algunas cosas buenas. Es cierto también que está faltando ánimo para ello, pues la situación del país se complica: hay desastres naturales y escándalos como el del general aprehendido en Panamá, además de plagas como la del dengue junto a los excesos del poder, la ya inocultable crisis económica y de confianza, el paulatino desconocimiento de los derechos individuales, los errores, la ineficiencia y el descreimiento generalizado en las instituciones republicanas que van derrumbándose.
Pero también hay temas permanentes que dan para sentir esperanza. Es posible escribir, teniendo en cuenta que ninguna creación humana es eterna y que los males pueden ser salvados con tolerancia. Esto, sin duda, exige equilibrio y propósitos de enmienda, así como el reconocimiento de que, pese al infortunio, hay mucho de bueno en nuestro pasado. Superado el choque de los opuestos, es reconfortante comprender lo que se entrevé en la historia boliviana: la decisión colectiva de pervivir como nación, pese a los tremendos avatares de nuestro pasado. Señalar esto no es tarea exclusiva del historiador honrado.
Como este, hay otros temas que pueden contribuir a vencer el fatalismo, es decir que todo está escrito y que no vamos a lograr vivir en paz, que no tenemos condiciones para forjar una sociedad justa y próspera, que no hay –ni habrá– voluntad para el trato justo a todos los ciudadanos porque estamos condenados a vivir bajo la férula de los mandones de turno o de los que mienten cuando buscan nuestro apoyo. Y así también se impone el derrotismo: jamás vamos a salir con soberanía al océano Pacífico, es la grave sentencia de muchos entendidos en busca de notoriedad. De esta manera se van formando rosarios de lamentos, frustraciones y actitudes conformistas.
Más aún: no es edificante regocijarse por la caída del que se supone enemigo eterno. El “¡vae victis!” –“¡ay de los vencidos!”– es una expresión dolorosa que recuerda la venganza. Y no se repara en el “corsi e ricorsi”, con el que el filósofo italiano del siglo XVII, G.B. Vico, mostraba lo pendular de la historia.
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En circunstancias en que parece que todo se derrumba, solo se buscan culpables y no soluciones, imponiéndose el denuesto. Y, en esto, hay certámenes para conseguir el primer lugar en el ataque desconsiderado. No hay, últimamente, crítica u opinión sin retruque torpe y desmedido. Para los encumbrados, todo es blanco o negro –unión de colores o ausencia de ellos– sin matices, como si fuera tan sencillo calificar un acto, una conducta o una propuesta que, frecuentemente, tiene muchas derivaciones. “Es la política, estúpido”, me dirían los que lean estas reflexiones.
También es cierto que hay oscuros nubarrones que anuncian tormentas. Pero estos no se disipan solo señalándolos. Hace falta propuestas, análisis esperanzadores, formulación de alternativas. Diagnosticar la enfermedad colectiva que nos ha llevado a la crisis no es suficiente remedio. Se debe diseminar la esperanza. Se debe superar a los agoreros y a los que justifican sus tropelías o responsabilidades, señalando supuestos yerros del pasado.
Hay caminos de paz para rectificar el rumbo. Pensando, proponiendo o actuando con espíritu elevado, se mostrará que a la noche siempre sigue un nuevo amanecer.
El Deber – Santa Cruz