Negando al pueblo el poder del conocimiento

Lavive Yáñez*

LAVIVE.pg_thumb “Soy humilde al extremo, tuve una niñez miserable y para comer tenía que esperar que alguien botara algo”. Lacerantes palabras, dichas con la voz quebrada y lágrimas en los ojos, pero con la firmeza de la dignidad. Edy Soza Mano, oriundo de Reyes, nos cuenta en una reunión cómo tuvo que combatir el hambre, el desprecio y las miradas de desconfianza en una sociedad donde el honor se ha convertido en utopía; donde las mieles de la viveza criolla, la adulación y el funcionalismo han decapitado al boliviano.

Son pocos los seres como Edy, a quienes les mueve la “inquietud misteriosa para mirar el fondo de todos los abismos” y no pasarse la vida entera “viendo la luna en su sitio, arriba, sin preguntarse por qué siempre está allí sin caerse”.



Tiene ansia de cultura, de saber, y lucha para poder subirse al campanario, observar y estudiar la luna; no quiere formarse inmune a la pasión de la verdad y avanza, sin doblarse ante los gérmenes nocivos del poder corruptivo, que acaban por descomponer la inteligencia de muchos jóvenes con mentes fértiles pero que no tienen el honor de la indomabilidad de Edy y se dejan atrapar por la maleza de los prejuicios, pasando a formar las filas de esclavos al servicio de la mediocridad.

Se enjuga las lágrimas, producto de su carácter emotivo, dejando con ellas un mensaje más valioso que el de sus palabras. Con la seguridad de quien sabe lo que hace, Edy saca de su mochila un libro y con firmeza imperativa comienza a leer frente al asombro de todos varios artículos de la Constitución, que hacen referencia a los derechos ciudadanos y las obligaciones del Estado.

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Mostrando con orgullo y la ingenuidad de su ilusión ese libro, que sólo fue un pretexto político para incluir la reelección al mandato presidencial, increpa: “Aquí están las garantías de mis derechos, ustedes tienen la obligación de cumplir y hacer cumplir este mandato, para eso fueron electos”.

Por unos instantes reinó el silencio. Quise ver el lado positivo de esa cruel realidad, porque la lamentación y la exoneración de culpas es digna de los fracasados que entierran todos los días su propio ser delante de la sociedad, y para no cultivar resentimiento en la compasión de mi indefensión frente al abuso de poder de un rodillo parlamentario, carente de méritos, y segura de mi personalidad construida sobre la base de mi paz interior, asumí la responsabilidad y el compromiso de no dejar embrutecer mi alma por la indiferencia y la satisfacción permanente del deseo, y con la claridad que me deja ver desde adentro el engaño del gobierno, los desafié a hablar de sus libertades y su visión de desarrollo.

Sorprendentemente, jóvenes como Edy, que no tienen méritos académicos por la falta de políticas autónomas con ética y justicia, plantearon con claridad la necesidad imperante del desarrollo en la condición humana, no sólo en términos económicos: “Tiene que haber cambio o progreso en ciertas capacidades u oportunidades fundamentales”; “hay que ver el desarrollo con rostro humano”, manifestó.

Experiencias de esta naturaleza dan cuenta de que los jóvenes quieren que el desarrollo material y espiritual tengan significado y propósito humano. Como muchos jóvenes, Edy está convencido de que la educación es la vía para ser más humanos y alcanzar el desarrollo. Sin embargo, dice estar confundido cuando escucha a los ilustres meritorios del partido gobernante ufanarse de su formación intelectual y contrariamente a tan grande mérito, que debe ir acompañado de valores para incidir positivamente en la vida de los bolivianos, discriminan la formación académica.

Esta contradicción nos dice que al gobierno no le interesa que el pueblo tenga el poder del conocimiento, convirtiendo a los bolivianos en feligreses de las palabras para seguir manipulándolos.

*Diputada nacional