Populismo, izquierdas y dominación

José Jimenes J.

mujica-y-lula El afán de dominación del populismo no tiene límites. Con singular empecinamiento, avanza sin pausa en la imposición de un modelo sectario, autoritario, excluyente y estatista que probadamente lleva al fracaso. La tozudez impide reflexionar a los populistas y extremistas. Ellos no aceptan ejemplos reveladores: los fracasos de comunistas y socialistas en todas sus expresiones. Declararse ahora marxista, leninista, socialista y comunista, como se oyó en una reunión cumbre en nuestra región, es persistir en el anacronismo y en la insistencia suicida de ir al descalabro.

Recientemente ha circulado una buena observación: España, Grecia y Portugal, países gobernados por el socialismo, son los de peor desempeño en la crisis que afecta a Europa. Las políticas irresponsables, la práctica del prebendalismo, la animadversión por la libertad económica, el sectarismo en el manejo del Estado, agudizaron las dificultades de esas naciones. El efecto político está a la vista: en Portugal, los socialistas fueron barridos en las recientes elecciones, perdiendo el gobierno, y en España, el gobierno socialista de Rodríguez Zapatero sufrió una verdadera paliza en los recientes comicios regionales, como un adelanto de lo que se espera de las próximas elecciones generales. Lo de Grecia ya es caótico y preocupa a toda la Unión Europea, mientras los socialistas se aferran al poder y reprimen a los disconformes.



Lamentablemente, en el caso en los populismos de nuestra región, es peor. Las elecciones en los países dominados por el populismo, muestran que es muy difícil el cambio, es decir el retorno a la sensatez. Hay hechos que muestran que esas elecciones no fueron “libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de la soberanía del pueblo”, como proclama la Carta Democrática Interamericana, ya poco respetada, por la actitud prescindente de una OEA indolente y vencida, sin voluntad de preservar la democracia en el continente.

Parecería que acontecimientos inesperados están marcando el destino de los populistas. Este es el caso de los llamados “bolivarianos” del venezolano Hugo Chávez, agobiados por la incierta enfermedad del presidente que ahora se “recupera” en un hospital de La Habana. Este líder populista, que alentó que se le rinda culto y se lo eleve a la condición de imprescindible, puede dejar a su país sumido en el caos. Y ya ha dado lugar a cavernarias declaraciones, como la de su propio hermano, que anuncia que cualquier resultado electoral adverso a los “bolivarianos” debe ser desconocido, inclusive por la armas.

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Como siempre sucede, a los socialistas pretendidamente sensatos, siempre les sale el demonio que llevan dentro. Ante la evidencia, aceptan ajustar su política a una cierta libertad económica, toleran la pluralidad de partidos políticos y no incursionan abiertamente en el poder judicial. Sin embargo, luego intentarán usarlo como arma escondida para perseguir y anular a los disidentes.

Un caso de estos es “Lula” da Silva. Con sensatez siguió la senda abierta por el presidente Fernando Henrique Cardoso. Y, a medida que comprobaba que el régimen de libertad económica y política daba buenos frutos, gozó mostrándolos como triunfos propios. Pero, como el árbol torcido, frecuentemente salía de él su encubierto extremismo socialista sectario. Sus comentarios, luego de la muerte del disidente cubano Orlando Zapata Tamayo, fueron infames, mostrando la índole del odiador. Por supuesto que esto también le llevó al torpe intento de mediar, sin credenciales, en el conflicto árabe – israelí, y peor aún, a incursionar en un asunto peliagudo: contribuir a que se acepten los intentos iraníes en materia nuclear que llevan la fundada sospecha de que los ayatolas están buscando fabricar bombas atómicas y destruir Israel; sí, a Israel, al que “Lula”, el aliado de Teherán, pretendía tener en sus manos para “mediar”.

Eso no es todo: Lula apoyaba a otros en lo que no era capaz de hacer en su país. Así, visitaba a Evo Morales en los campos bolivianos de cultivo de la coca que se destina a la elaboración de cocaína; visitaba a Castro para darle aliento a la política de persecución de los cubanos; y decía, estúpidamente y sin sonrojarse, que Hugo Chávez, el que atropella los derechos ciudadanos y la libertad de expresión y que cosecha grandes fracasos económicos, es “el mejor presidente que tuvo Venezuela”. ¡Vaya demócrata alabando y alentando a dictadores!

Pero no es sólo Lula. Se vertieron miles de palabras para elogiar la cordura y moderación del ya anciano José Mujica, el actual presidente uruguayo que, en los años sesenta y setenta fue un aguerrido guerrillero levantado en armas contra un gobierno civil electo por el pueblo. Con su adquirida moderación, casi hizo olvidar que la guerrilla uruguaya no fue la única que tuvo bajas y víctimas, sino que también ocasiono muertos; unos asesinados luego de ser tomados por los comandos tupamaros tan bien llamados de la muerte, y otros retenidos y torturados en repugnantes “tatuceras”.

Los uruguayos, dieron ejemplo de tolerancia y de concordia. Dos veces el pueblo oriental aprobó en las urnas una ley de caducidad, es decir de perdón para todos los que hace ya más de cuarenta años libraron una guerra cruel, iniciada por esa guerrilla alentada por el comunismo internacional y por los castristas, entonces sostenedores de la teoría del alzamiento armado como método para la conquista del poder. Ahora, Mujica, que se veía como moderado y generoso, civilizado y respetuoso demócrata, acaba termina un búsqueda de resquicios a esa ley fruto de la voluntad ciudadana, para reiniciar una cacería de brujas, y hacer que se desborde el afán la venganza de los veteranos “tupas” ahora encaramados en el poder, con la complicidad de los socialistas y de los nostálgicos comunistas, tan mermados en votos.

Todos estos socialistas, comunistas y populistas, comparten la idea de que nada debe temerse. Por eso no caen en cuenta que siempre se pagan las consecuencias de las políticas sectarias, violentas e irresponsables. Como los partidarios de Evo Morales, parece que estos intolerantes aventureros piensan que nunca dejarán el gobierno conquistado en las urnas. Para ellos, los extremistas, la alternancia en el poder no tiene sentido, puesto que, como lo dijo Morales en Bolivia, han llegado “para quedarse… quinientos años”.

Los ejemplos de la historia reciente, para ellos carecen de importancia; están por encima de toda crítica, de toda oposición, de todo llamado a la cordura, de toda experiencia sensata, po0rque están supuestamente al servicio de una mayoría, sin aceptar que, poco a poco, la van perdiendo.

La historia está llena de capítulos en que los tiranos y autoritarios, los demagogos y oportunistas, los usurpadores y corruptos, al final muerden la derrota y terminan maldecidos por sus víctimas y por el pueblo.

Entonces diremos: ¡Vae victis!