Sobre el populismo

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Aunque existen diferencias de percepción política, casi todos proclaman objetivos comunes. La gran mayoría entiende que para asegurar la vida plena de los ciudadanos es indispensable promover la libertad, la justicia y la seguridad ciudadana, así como mejorar la educación y la atención de la salud pública, garantizando el trabajo digno para todos. Estos son, en suma, los elementos del país que queremos. Sin embargo, los caminos propuestos para alcanzarlos difieren: unos prefieren la vía democrática, mientras que otros pretenden la imposición.

Sin duda, hay obstáculos para ese logro de vivir en paz y progresar en un ambiente de armonía social y de libertad. Entre las limitaciones destacan la ceguera de unos y la transigencia de otros. Los primeros se empeñan en establecer regímenes autoritarios –y hasta hereditarios, como el cubano–, mientras los otros, cuando sufren la imposición, poco a poco ven mermada su capacidad de defender los valores democráticos.



Hay quienes, ahora, se alinean en el populismo: el fenómeno que se ha extendido en algunos países de América Latina. Populismo con ropaje socialista –el del siglo XXI– con acentos nacionalistas, y exacerban sentimientos nada constructivos. Pero, ¿qué es ese populismo? Ciertamente no es una ideología. “El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas”, afirma Enrique Krauze, y expone sus rasgos específicos: “El populismo exalta al líder carismático; no solo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella; fabrica la verdad; utiliza de modo discrecional los fondos públicos; reparte directamente la riqueza; alienta el odio de clases; moviliza permanentemente a los grupos sociales; fustiga por sistema al ‘enemigo exterior’; desprecia el orden legal y, finalmente, mina, domina y domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal”.

Con un nuevo estilo, los populistas han puesto en vigor una renovada estrategia para llegar al poder: las urnas. Empero, no aceptan que la democracia vaya más allá de las elecciones. Tampoco reconocen que una circunstancial mayoría no da ‘patente de corso’ para conculcar las libertades ciudadanas, restringir los derechos y desmantelar las instituciones. El autoritarismo populista no tolera los partidos que proponen otras opciones políticas, yendo así a contrapelo de uno de los elementos esenciales de la democracia: “El régimen plural de partidos y organizaciones políticas” (Carta Democrática Interamericana). La persecución a los disidentes se orienta a impedir autoritariamente la alternancia en el poder y a la acción plena de una oposición constructiva.

¿Se podrá con este modelo llegar a consensos mínimos para lograr el desarrollo y afianzar la democracia? Parece difícil si el populismo no reconoce su temporalidad y la necesidad de respetar los derechos esenciales de la ciudadanía. Para ello, es necesaria también su disposición de enmendar errores, abrir el modelo y democratizar las decisiones que afectan a la sociedad. Debe reconocer, además, que son saludables los contrapesos que resultan de la efectiva división de los poderes públicos. En efecto, sin una administración de justicia eficiente e independiente no habrá libertad.

La sola coincidencia sobre el país que queremos no es suficiente. Hay que abrir el camino sensato y solidario para el cambio democrático que aúne los sentimientos de los segmentos sociales, de las regiones y de todas las tendencias, porque la crisis política nos alcanza a todos.

El Deber – Santa Cruz