Dos consideraciones para una alternativa política


Gonzalo Villegas Vacaflor

GATO No se puede negar que existen cambios en el país, que han sido desplazados del poder sectores acostumbrados a permanecer en él y que hicieron escarnio del mismo; sin tomar en cuenta a una inmensa mayoría de la sociedad boliviana que no fue incorporada, reconocida en su cultura, en sus héroes, en su tradición, en su accionar político, en su presencia y en su ciudadanía. Quien no quiera reconocer estas realidades es un miope político y con posiciones extremadamente conservadoras .El MAS ha derrotado a la oposición, lo hizo en las urnas, lo hizo en las calles, lo hizo empleando el sistema electoral, empleando el sistema judicial y el poder de los medios.

Sin embargo, como todo lo que sube baja, ha llegado un momento en el que es bueno reflexionar -y mucho- en la forma de iniciar un tránsito político y social después de esa coyuntural victoria, que en la actualidad por sus yerros, incumplimiento de promesas y traiciones políticas está en caída y debacle.



El análisis no debe darse sólo como “dádiva democrática” de respeto a las minorías, sino que debe enfocarse como un problema básico de vivencia en el marco del proceso que ha encarado. Una vez que la oposición política no tiene organización, menos liderazgos nuevos con perspectivas de lograr equidad y justicia social está claro de que no existen atisbos de su recuperación.

Doria Medina representa a poderosos grupos económicos que siempre anteponen sus intereses a los de las grandes mayorías nacionales; ni Del Granado cuyo aval a la nefasta capitalización “gonista” no es augurio menos seguridad para reencausar un proyecto alternativo que busque el bienestar de la sociedad boliviana. En cambio las peleas internas, la corrupción y el “gremialismo” se convierten en los componentes de destrucción de la agrupación política que gobierna.

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El pueblo emite mensajes y está construyendo su propia alternativa, pues la confrontación propia del “masismo” debe ser relevada por el diálogo, «que es inherente a la política» ,puesto que la rivalidad es posible, e inevitable. Un rival es alguien que compite con otro u otros con la esperanza de tener más éxito en el desempeño de la misma tarea. Es decir, de aquellos que se enfrentan para impedir que los otros consigan sus objetivos o imponer los suyos, diametralmente opuestos. Nada de esgrima elegante y caballerosa: combate; lucha entre pretensiones antagónicas.

No hay lugar para el juego. Es contraproducente hablar de «respetar las reglas del juego democrático». Que se imponga uno u otro modelo de organización social no tiene nada de contienda lúdica. Se dirimen las posibilidades de felicidad de demasiada gente. No se puede frivolizar con asuntos de tanta trascendencia.

Para ordenar mis ideas recurro a Claus von Clausewitz, el gran estratega prusiano, que definió acertadamente a la guerra como «la continuación de la política por otros medios», bien podría afirmarse que la política, abordada y sentida a fondo, es la continuación de la guerra por otros medios.

Política y guerra se diferencian en los instrumentos de los que se sirven: pacíficos los de la primera; violentos los de la segunda. Se distinguen entre sí por eso. No porque en una sea de rigor el compadreo y en la otra prime la malevolencia.

En política no es factible dejar de lado estas concepciones por más que nuestra convivencia sea de la más “civilizada”, con plena conciencia de lo mucho que el empleo de términos como ésos chirría en estos tiempos de pensamiento blando. Y ahora– en tiempos de primacía de la política, es decir, estamos viviendo una etapa de modificaciones en las estructuras políticas, sociales y económicas donde son inevitables los enfrentamientos políticos, ojalá por cauces pacíficos, porque la experiencia enseña que la violencia, cuando nace de la decisión de tales o cuales dirigentes políticos astutísimos, suele tener efectos desastrosos, poco o nada parecidos a los formalmente pretendidos.

Es de este conjunto de consideraciones del que nace la perspectiva de odiar en paz; surgen indefectiblemente dos consideraciones para construir una alternativa política: Dirigentes con grandeza y capacidad de realizar buenos negocios en beneficio de la sociedad boliviana. Tal vez parezcan muy simples o es posible que se traten de actitudes difíciles de entender.