La permanente expansión de la “frontera cocalera” durante el gobierno de Evo Morales parece algo más que el resultado de la mera tolerancia, sino más bien el fruto de una política sistemática.
Estaríamos ante una verdadera geopolítica de la coca, que busca el reordenamiento de los espacios geográficos de Bolivia en función del interés de la lumpen-burguesía del Chapare.
El primer paso fue el blindaje del núcleo cocalero del Trópico de Cochabamba como una suerte de “zona de exclusión” vedada a la principal agencia antinarcóticos del planeta: la DEA.
A continuación, se produjo la expansión del Lebensraum cocalero, de su “espacio vital”, mediante la invasión de diversos parques nacionales y áreas protegidas (parques Carrasco y Amboró, Reserva del Choré).
En paralelo, se buscó el control de zonas fronterizas como el departamento de Pando, que conoció un crecimiento exponencial del narcotráfico y una incipiente colonización cocalera tras el violento derrocamiento del prefecto Leopoldo Fernández.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Dentro de la geopolítica de la coca debe incluirse también la colonización de cocaleros aymaras en tierras bajas, bajo el amparo de la “revolución agraria”.
Igualmente, la transformación de las Tierras Comunitarias de Origen (TCO´s) en Tierras Comunitarias Indígenas Originarias Campesinas (TIOC´s), obedecería al propósito de abrir los territorios de los nativos del Oriente a la entrada de cultivadores de hoja de coca.
Parte de la misma estrategia sería la construcción de la carretera “transcocalera”, al decir de la revista Veja, que articularía el núcleo cocalero del Chapare con la Amazonia brasileña.
Si en la primera mitad del siglo XX se habló del Superestado Minero, comandado por barones del estaño que rediseñaron el Estado boliviano de acuerdo a sus intereses, estaríamos ahora ante un Superestado Cocalero dirigido por los barones del Chapare, que están rehaciendo el aparato institucional público a su imagen y semejanza, incluyendo la reingeniería territorial de Bolivia…