Guillermo Capobianco Ribera
Una marea de indignación recorre el planeta. Los jóvenes, la mayoría menores de 30 años apoyados en la tecnología moderna de la comunicación, se han lanzado a calles y plazas en ruidosas y multitudinarias manifestaciones exigiendo trabajo, libertad política y democracia.
Son críticos del statu quo, que no les da una respuesta a sus demandas, que son pocas pero contundentes; quieren trabajo, libertad y democracia.
Quieren un espacio en la sociedad, que se los tome en cuenta para dejar de estar deambulando en medio de la maraña de una burocracia infernal que les hace sentir como mendigos a ellos, que tienen títulos académicos y una formación cualitativa excepcional.
Se está hablando de los jóvenes europeos pertenecientes a países llamados desarrollados o del Primer Mundo que hasta hace poco mostraban orgullosos la calidad de vida en el interior de sus estados de bienestar.
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Ahora, en pleno siglo XXI, la globalización ha igualado a los muchachos de todos los continentes, de todas las etnias, de todas las nacionalidades y de toda condición social; el drama y la angustia son los mismos; quieren recobrar la ilusión y la esperanza perdidas, quieren formar una familia, tener hijos y verlos crecer.
Nada de estos derechos humanos de la existencia les puede y quiere dar un sistema sustentado en la avaricia, la especulación, la mezquindad y la insolidaridad.
Los objetivos no han cambiado, las épocas sí, los métodos de lucha ni que se diga; ahora ya no son indispensables los instrumentos políticos tradicionales, las estructuras lejanas al sentir del pueblo y de las gentes, es el tiempo del ciudadano que toma el control de su vida y destino.
Todo esto parecería retórica inconsistente, pero las rebeliones del mundo árabe y del norte de África lo atestiguan, la furia de los jóvenes en las calles de Santiago de Chile y el ‘incendio social’ en urbes como Londres y París.
Parece que es el sistema tal cual ha sido modelado hasta ahora lo que no funciona y es necesario cambiar radicalmente; las dictaduras petroleras y adineradas con fachada ‘izquierdizante’ están abriendo el paso a gobiernos más abiertos e inclusivos, aunque el mundo ya sabe que detrás de cada guerra se esconden poderosos intereses económicos.
Las antiguas democracias que fueron el orgullo del mundo occidental, como las de Europa y el mismo Estados Unidos, deberán cambiar y asumir nuevos parámetros de libertad y justicia, en el entendido de que no puede haber democracia verdadera sin una revolución radical en el mercado laboral para los jóvenes de todo el mundo.
El mundo de la pos-Segunda Guerra Mundial que incendió el planeta con la tragedia de 50 millones de fallecidos, casi todos jóvenes, está llegando a su final y la actual generación en el poder y control de las estructuras tiene el deber ineludible de cambiar de rumbo, pues de lo contrario vamos a ser arrasados por el ‘tsunami’ de la furia juvenil y de los pueblos de este tiempo.
El Deber – Santa Cruz