Karen Arauz
Los griegos -esos mismos que tienen a los europeos con los nervios rotos con su inminente quiebra y las bolsas de valores mundiales como un saco de frijoles saltarines- han sido unos capos para inventar palabras. Algunas muy útiles, otras no tanto, pero todas dan en el clavo.
Hay términos como “democracia” -importantísima- que, modernizando, significa libertad, respeto a las minorías, pluralismo o tolerancia. Hoy constatamos que el término “democracia” es uno de aquellos que, en cualquiera de sus acepciones, acá se lo están pasando por el forro.
Pero hay otras palabritas griegas como “falacia” que, abreviando significa trampa, fraude, mentira o engaño, y que es una de las más ejercitadas. Si la unimos al término “patético” que tiene que ver con la manipulación del sentimiento sobre la razón, pretendiendo apelar a las emociones para que reaccionemos como nabos ante las constantes y cada vez más disparatadas conspiraciones, tenemos la figura clara. Juran que Estados Unidos no tiene tiempo para nada más que no para poner a la DEA, a USAID, a la CIA, al FBI y por supuesto a los Red Sox, a planear maldades para desestabilizar a nuestro país -ombligo del mundo- y sobre todo a este irremplazable gobierno.
Piden que el país entero salga a aplaudir y vitorear su extraordinaria lucha contra el narcotráfico que da al mismo tiempo, piedra libre a plantaciones de nuevos cocales donde mejor les plazca y para cuyo efecto, hasta carretera les quieren construir. Con patetismo, se busca la solidaridad de la ciudadanía ante la eventual puesta en marcha del ventilador de su ex Zar Sanabria y, por si acaso, advierten que lo del complot, es la sesuda conclusión a la que han llegado sus desasosegados asesores. Piden que nos indignemos porque Sanabria es uno de los capos máximos de la DEA y que está en Miami con la venia de Mickey Mouse, tejiendo en inglés para involucrarlos.
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En el fondo, nosotros, los incautos, debemos suponer que estamos en manos de poderes universales que quieren perjudicarnos, sin percibir que tal conspiración en nuestra contra no es necesaria, porque para autodestruirnos nos bastamos y sobramos en este atormentado país.
Exigen que la patria toda no sólo crea en las amañadas elecciones judiciales de octubre, sino que nos tratan de convencer de que el mundo aplaude semejante innovación y que cientos de países están en lista de espera para contar con el asesoramiento del Órgano Electoral a la cabeza -por supuesto- de su iluminado presidente. Deberían patentar la idea. Es probable que Juan Ramón Quintana -el más avispado hombre de negocios de este régimen- es probable que ya tenga entre otras, la marca bien registrada.
Las retiradas estratégicas recurrentes de SE cuando las papas queman quedando en su lugar el Vice, siempre traen sobrecogedores presagios. SE recibe un tan desopilante como oportuno Honoris Causa en La Habana por su labor en defensa de la tierra y la naturaleza a tiempo de ser aleccionado por los arcaicos Castro y el delirante Chávez, para que vaya a las NN.UU. a ruborizarnos representándolos a los tres.
Unos tipejos que se dicen colonizadores y no son más que facinerosos, se han hecho dueños de la zona de Yucumo. Del papel de la Policía, por profilaxis hepática, hoy mejor ni comentar. Estamos involucionando hacia las cavernas. Este lumpen organizado, que nos amenaza a todos con “reventarnos”, en canallesca actitud, busca cortar cualquier tipo de auxilio a los marchistas indígenas. Los acusan de robar una movilidad, antes ya robada, que les fue entregada por el Ministerio de Trabajo (¿?) amén de estar preparando una verdadera emboscada de peligrosísimas consecuencias. Todos sabemos que si corre bala, tendrán un sello indeleble y definitorio ante la mirada del mundo. No importa quién ponga los muertos. Todos serán adjudicados a los que se oponen a la voluntad divina del incontestable.
Las retinas están grabando rostros, la memoria nombres y se están tallando sentimientos que no son precisamente lo nobles y solidarios que el gobierno reclama para él. Las paranoias jocosas, los delirios omnipotentes y los jueguitos despóticos, terminarán por hastiar.
SE hace unos días expresó sus sentimientos de soledad, incomprensión y abandono en los que está sumido por obra y gracia de los imperialistas y la derecha. Conmovida, comprendería muy bien que esté llegando a la patética conclusión, de que cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber.
Nada mejor para cerrar, que una de las leyes de Murphy: “Nadie lleva un registro de las decisiones que usted pudo haber tomado, pero se evitaron. Todo el mundo lleva un registro de las que tomó y resultaron un desastre.”