Hace diez años…


Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Los países de América acordaron que el 11 de septiembre de 2001 se celebrara en Lima (Perú) un Periodo Extraordinario de Sesiones de la Asamblea General Extraordinaria de la Organización de Estados Americanos (OEA) para aprobar un documento largamente deseado: la Carta Democrática Interamericana. Sería la concreción de un objetivo común y de la iniciativa del entonces canciller peruano, don Javier Pérez de Cuéllar, acogida por la III Cumbre de las Américas, reunida en abril de ese año en Quebec (Canadá).

En el XXXI Periodo Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de la OEA, celebrado en junio de 2001 en San José de Costa Rica, se encomendó al Consejo Permanente de la organización que formule el proyecto definitivo de la Carta. Este órgano conformó un grupo de trabajo encabezado por el embajador de Colombia, Humberto de La Calle.



El 11 de septiembre, la ceremonia en Lima para la aprobación de la Carta estaba preparada. Los delegados se reunían esa mañana en el hall del hotel Los Delfines, en el que habría una reunión preliminar. De pronto, en las pantallas de los televisores, en la cadena CNN, apareció la imagen humeante de una de las torres del World Trade Center de Nueva York, contra la que se había estrellado un avión de pasajeros.

Hubo conmoción. El presentador de noticias mencionaba un posible fallo en los controles del avión de American Airlines que se estrelló en el edificio. Pero 15 minutos después chocó un segundo avión –una nave de United Airlines–, esta vez contra la torre gemela. Una toma dramática de la TV mostraba a personas que, desde los pisos superiores de las torres, se lanzaban al vacío, seguramente para evitar una muerte más dolorosa por “el infierno desatado dentro los edificios, por el combustible de los aviones que se quemaba”. Entonces fue evidente que se trataba de un ataque terrorista, que se confirmaría con el choque de otro avión contra el edificio del Pentágono, en Virginia, en las afueras de Washington D.C. y la caída de un cuarto avión en Pensilvania.

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El siglo XXI, muy temprano, mostraba la perversa esencia del terrorismo. Murieron cerca de 3.000 inocentes. Se trató de sembrar el miedo colectivo y de minar la moral de una sociedad que, luego del ataque a Pearl Harbor en 1941 y terminada la amenaza de una guerra nuclear, se sentía segura en su territorio. Se sabe que el atentado al World Trade Center fue ejecutado por cuatro comandos suicidas de la organización Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden, “un multimillonario musulmán… convencido de que EEUU es el principal enemigo de su religión y su cultura”.

En horas de la tarde de ese 11 de septiembre, en un ambiente enrarecido que se extendía a toda la ciudad de Lima, los ministros de Relaciones Exteriores de los países de la OEA, en una solemne ceremonia, firmaban la Carta Democrática Interamericana. En el texto se reconocía que “los pueblos de América tienen derecho a la democracia, y sus gobiernos, la obligación de promoverla y defenderla”. En estos 10 años, la Carta Democrática Interamericana fue varias veces invocada, aunque los valores democráticos no siempre prevalecieron. Mucho se quedó en las buenas intenciones.

Hace diez años hubo sentimientos contradictorios por dos hechos: el uno, el terrorista, producto del fanatismo y la crueldad sin límites, y el otro, esperanzador, expresión de la voluntad de los pueblos del continente americano de preservar la democracia para vivir en libertad.

Ese día, algo cambió para siempre, y el dolor se mezcló con la esperanza.

El Deber – Santa Cruz