Daniel A. Pasquier Rivero
Este cuento empezó el 22 de enero del 2006, igual que los Boccaccio, Andersen, Gabriel García Márquez, como Blancanieves: ¡Gloria a los mártires por la liberación! Primer discurso del entonces presidente, su homenaje a los millones de caídos en la lucha por la dignidad y el territorio, no sólo en Bolivia sino en toda América. Las esperanzas se encendieron, pero bastaron cinco años para recibir el baño frío y verse obligados, otra vez, a reiniciar la lucha. El desprecio continúa, no había quedado restringido a capitalistas, liberales y neoliberales. Hoy, con un indígena en el poder, la sordera está instalada de nuevo en Palacio y se provoca la marcha de Trinidad hacia La Paz. Son unos pocos cientos de indígenas de tierras bajas en esos caminos polvorientos o que insisten en avanzar entre lodazales. Encarnan la exigencia del respeto a los pueblos indígenas y al medio en el que encuentran cobijo y alimento. La destrucción del TIPNIS, el bosque que los acoge, significará la muerte y su desaparición, porque ya son poco numerosos gracias a la indiferencia de todos que los mantiene cautivos del abandono y las enfermedades.
Quién iba a imaginarlo, el mismo presidente que relató casi en medio de lágrimas los sufrimientos por 500 y miles de años, de Tupaj Katari, Zárate Villca, Atihuaiqui Tumpa, ahora les dice que no tiene tiempo para hablar con ellos, que no está dispuesto al diálogo, que es muy alto su trono y que la carretera se hace “sí o sí”, “que no hay otra alternativa”. Y para cerrar el círculo destaca a su único mensajero indígena, el aymara Choquehuanca, para encontrar a los marchistas y decirles lacónicamente que no tiene nada que discutir ni analizar con ellos, solo viene a transmitir que el Evo “ya lo ha decidido”: desaparecerán las sesenta comunidades de pueblos indígenas y el Parque y la Reserva del Isiboro Sécure. La decisión implica que con ello desaparecerán lenguas y culturas ancestrales recogidas en la Constitución (Art. 5.I), lo cual obligará a borrar con urgencia varios otros articulados referidos a la garantía, al respeto, al reconocimiento de pueblos ancestrales y a redactar de nuevo sobre qué principios ético morales se fundamenta el Estado Plurinacional.
La destrucción del TIPNIS obedece a un mandato cocalero, necesitan más tierras para expandir los sembradíos de la coca del Chapare, y necesitan mejor infraestructura para exportar su producto estrella, junto a palmito, banana y piña. Aeropuerto y carretera más independiente, libre de curiosos fiscalizadores apostados en el camino, quién sabe con qué aviesa intención. Ya se dieron los primeros pasos, la DEA, organismos de cooperación en la lucha contra la pobreza y la desnutrición, están fuera; los fuerzas regulares de policías y militares, si entran, es con restricciones. Hasta la ONU apoya declarando un excedente solamente de 19.000 hectáreas, que serían las ilegales. Entonces, ¿cómo se explica la producción, confiscación en el país y, sobre todo, la incautación de toneladas de droga en docenas de países en ultramar con el sello “Made in Bolivia”? ¿Es que se ha autorizado a utilizar los avances de transgénicos para mejorar el rendimiento? Ahora se entiende mejor el párrafo de su primer discurso recogiendo un especial reconocimiento a “mis hermanos caídos, cocaleros de la zona del trópico de Cochabamba”.
No van a torcernos el brazo cuatro indígenas. El Estado Plurinacional no había sido incluyente, ni había sido su intención luchar contra la pobreza, la exclusión y la marginalidad tradicional. En los hechos ha venido a demostrar que su pretensión era la de suplantar a los anteriores usufructuadores del poder y del Estado, blancoides y mestizos, por otra nueva casta privilegiada. Ellos son, los cocaleros, los escogidos. Estaban en el primer discurso del presidente el 2006. Sin ser campesinos de origen ni ahora, conforman el primer círculo de poder e imponen sus condiciones al resto del país. Ya no necesitan la máscara del discurso indigenista, de la defensa de los recursos naturales, ni de la Pachamama. Reniegan hasta de las ONGs que los llevaron en andas a Palacio Quemado; ahora estorban, son los radicales, al punto que el mismísimo C. Romero, que vivió 15 años a la sombra del CEJIS, dictando conferencias sobre derechos de los indígenas, es ahora el ministro destacado del neogobierno para desacreditarlos: se ufana de haber dejado en el camino a 41 de las 64 comunidades indígenas del TIPNIS, con sus estrategias de amenazas, calumnias y amedrentamiento, de las cuales aún persisten en la marcha 15. Quince que enfrentan a cocaleros gubernamentales en Yucumo, aliados a los militares desplegados, con orden de ¿“no pasarán”? ¿Los mismos actores de 2003?, Dios quiera que no se repita el resultado. ¡Que no repitan Porvenir!, aunque esta vez no sea contra los autonomistas, sino, cocaleros contra indígenas.
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Una vez más, la vivencia delirante trata de romper la coherencia de la conciencia. El gobierno tiene que reconocer que la lucha por salvar el TIPNIS va más allá de una pulseta por el poder (En torno al TIPNIS, Raúl Prada, www.icees.org.bo). La destrucción del TIPNIS, implícita con la construcción de la carretera Tunari-San Ignacio de Mojos, sobre todo del Tramo II, pone en riesgo a todo el ecosistema, es la peor amenaza a una biodiversidad única e invalorable, al futuro de aportes fluviales al Mamoré, al proyecto múltiple de Misicuni para Cochabamba y de impacto sobre El Choré, el norte integrado y la zona agroindustrial más desarrollada de Santa Cruz. Si bien es cierto que nada puede competir económicamente con la economía de la coca-cocaína, es la apuesta de mayor riesgo para el futuro del país. Y como en todo cuento hay un final, Colorín Colorado, este cuento se ha acabado, el avasallamiento a los indígenas del Isiboro Sécure y la destrucción del TIPNIS puede significar, sin ninguna duda, la sepultura ideológica del proyecto de cambio del MAS.