Susana Seleme Antelo
En un país tan dispuesto al olvido es necesario recordar que así como un octubre de 1982, hace 29 años, recuperamos la democracia del yugo de dictaduras militares, este octubre 2011 Bolivia empieza a recuperar la democracia sometida al autoritarismo y la soberbia del poder de Evo Morales y sus hombres.
Por eso nada será igual, primero porque el TIPNIS no se toca –sin que bajemos la guardia ante el decreto de que no se construirá la carretera que atravesaba el núcleo de su territorio- y porque el ingenio popular ya lo sentenció: “Evo, mentecato, el TIPNIS no es tu cato” -parcela de 1600 metros cuadrados destinados al cultivo de la hoja- o este otro de igual talante: “Si Evo quiere coca, que siembre en Orinoca”, su pueblo de origen. Sin embargo, las dudas persisten entre los indígenas, pues el presidente Evo Morales dijo que el decreto supremo invalidando la construcción de la carretera, “será sometido a la Asamblea para que ahí se lo apruebe o rechace”.
Doña Justa Cabrera, vocera de los Pueblos Indígenas del Oriente señala que mientras el veto al proyecto no esté totalmente asegurado, y aun durante las negociaciones con el gobierno, “nosotros seguimos en vigilia… tanto nos han mentido, hemos marchado 65 días, nos han maltratado, insultado, ni la derecha nos reprimió con tanta violencia ¿cómo vamos a creerles … a mí que no me digan hermana, porque a los hermanos no se tratan como ellos nos han tratado ”. Algunos analistas y parlamentarios tampoco dan crédito a la sinceridad del oficialismo y consideran que esta puede ser otra maniobra del gobierno, o que la decisión fue tomada “en el minuto 90”, en analogía futbolística, para salvar la cara, según el escritor y abogado Carlos Hugo Molina.
En todo caso, nada será igual después de este octubre 2011, porque aunque Evo Morales aún es políticamente fuerte, la correlación de fuerzas ha cambiado. El domingo 16 de octubre, los votos nulos y blancos le ganaron a los válidos tras el mamarracho electorero para conformar un poder judicial, inédito como alardean los oficialistas, precisamente porque esa justicia no representa el equilibrio de las partes que vela para evitar los excesos de poder. En Bolivia la nueva administración de justicia está diseñada más bien a gusto y placer de los impulsos prorroguistas y totalitarios de Evo Morales, García Linera, Quintana y una larga compañía. No obstante, con 96% de votos escrutados, los votos nulos suman más de 44%, los blancos 14.9%, en total 60% y los válidos 41.2, datos que no excluyen las sospechas de manipulación, como en anteriores oportunidades.
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Tres días más tarde de aquella histórica jornada electoral, no electorera, el 19 de octubre, Bolivia dio otra muestra de recuperación democrática con la entrada triunfal de los pueblos Indígenas del Oriente y quienes les acompañaron en defensa del TIPNIS, hasta la sede de gobierno. Después de más de dos meses de marcha esforzada, sometida a las inclemencias políticas de un gobierno impostor e insensible, amén de las inclemencias del tiempo. Esa entrada hasta el corazón del poder enclaustrado en su soberbia, fue conmovedora, solidaria hasta las lágrimas, ‘paceñamente’ generosa, mestiza hasta los tuétanos, reflejo de la diversa totalidad boliviana y sus múltiples determinaciones. Los colores de la piel, las culturas y las clases sociales se fundieron en abrazos de reencuentro nacional. Ahí se reflejó la real unidad nacional, aún en construcción, que el llamado proceso de cambio del MAS tiró por la borda los últimos seis años, sembrando división y cizaña entre Occidente y Oriente, entre indígenas y k’aras –blancos y mestizos- entre el campo y la ciudad. La conmoción por la hazaña de los indígenas rompió varios prejuicios, manipulados desde el gobierno: no hubo jóvenes cruceños ni adultos ‘separatistas, racistas y violentos’ para alterar el orden, alterado hace tiempo por el propio poder político centralista que desconoce la abigarrada y compleja realidad nacional y regional.
¿Por qué lloró Bolivia?
Bolivia lloró con alegría, con emoción y con rabia, mezcla contradictoria pero humanamente comprensible ante la dignidad de los pueblos indígenas y la indignidad del gobierno. Lloró de alegría porque esos pueblos confirmaron que la historia es la hazaña de la esperanza: el TIPNIS, que es su casa, no será violado por una carretera y ahora habrá que cuidarla con mayor razón para protegerla de nuevos engaños y de cocaleros y narcos vengan de donde vengan.
¿Existe la casualidad, se pregunta la gente común? En los momentos de mayor tensión social por la marcha a favor del territorio y parque nacional un violento enfrentamiento a tiros entre la policía antinarcóticos y narcotraficantes comprueba que tenían y tienen razón los indígenas del TIPNIS cuando alertaban sobre la existencia de plantaciones de coca en ese territorio. Los resultados preliminares hablan de 25 colombianos, además de otros bolivianos, sorprendidos en una moderna instalación donde se habrían producido hasta 63.400 kilos de droga cristalizada en dos años. Vale decir clorhidrato de cocaína, con lo cual se comprueba que la ilegal economía política de la cocaína y su larga cadena productiva tiene rotundos intereses anclados en Bolivia. El enfrentamiento le costó la vida a un suboficial boliviano, a un colombiano y dejó varios heridos de uno y otro bando.
Bolivia también llora por eso, porque la economía ilegal de la droga daña a la comunidad y a las familias; porque en la extensión sin límites de los cultivos de hoja de coca se origina la cadena del delito y el crimen ya instalados en la sociedad. Una sociedad que todavía calla por temor o porque el ‘circulante’ que produce la millonaria actividad ilegal de la economía política de la cocaína grandes fortunas o deja migajas para los de abajo y amortigua el desempleo creciente y la pobreza que no cesa, a costa de estigmatizar al país internacionalmente.
También lloró Bolivia de rabia en las lágrimas de Doña Justa Cabrera, vocera de la marcha; en las de Aidé Ortiz, sus portabandera, en las de Nazaret Flores que perdió su bebé en el último tramo de la caminata, en las lágrimas de Miriam Yubanoré, la joven que atada de pies y manos, con la boca tapada con cinta adhesiva, fue arrastrada por todo el campamento donde fueron agredidas y reprimidas, en las de Nelly Romero, Vicepresidenta de la CIBOB, en las lágrimas de todas la mujeres y sus niñas y niños por el recuerdo de la brutalidad a la que fueron sometidos el 25 de septiembre pasado. Lloró Bolivia en las lágrimas contenidas o no, de los hombres marchistas, como el dirigente Celso Padilla, en silla de ruedas, secuela de la brutal golpiza de los agresores que le han dejado la columna y una costilla dañadas. O en las del presidente de la CIDOB, Adolfo Chávez, con un brazo con fractura expuesta y extensores externos, anterior a la marcha, pero así estuvo firme encabezándola. O las de Fernando Vargas, dirigente de la Subcentral del TIPNIS, o del diputado yuracaré Pedro Nuni, frente a un Evo Morales que ha degradado la realidad sociopolítica boliviana a la trivialidad de frases mezquinas y despectivas contra los ’héroes’ indígenas como ya los llama el pueblo simple y llano.
Mientras los despreciaba y ‘ninguneaba’, la rabia crecía frente a sus discursos ofensivos e irónicos a y sus actitudes cargadas de reconcomio –odio-rencor- que no admite ‘El ruido de las cosas al caer’, como recuerda la revista Nueva Crónica, en alusión a la premiada novela del mismo nombre, del colombiano Juan Gabriel Vásquez. Aunque ahora haya cedido a recibirlos en Palacio de Gobierno y que todos los marchistas entren hasta el corazón del poder, la Plaza Murillo, hasta donde llegó con megáfono a saludarlos, nada restablece la confianza. Hubo y hay dolor por la represión y repudio al orgullo arrogante del poder.
Las lecciones de octubre 2011
Este octubre cargado de ruidos por la conmoción sociopolítica de los voto nulos y blancos y por la hazaña de una marcha que ha sido “la marcha de todos”, como dijo el historiador y novelista Alcides Parejas, empodera sin intermediaros a los indígenas del Oriente, que le marcan la agenda al gobierno, pacíficamente, con claridad meridana en sus demandas. En este escenario, la oposición política con representación parlamentaria y las oposiciones regionales, tuvieron un excelente desempeño en la campaña por el voto nulo, pero lo hicieron cada uno por su lado, sin ponerse de acuerdo en la consigna: si nulo o simplemente no. Tampoco hubo articulación política para empezar a esbozar una futura convergencia o acuerdo político del que pudiera emerger un proyecto alternativo al de Morales y compañía. Es esa su asignatura pendiente.
Los indígenas del Oriente, a su modo, han rescatado la democracia bastardeada por Morales, García Linera y sus compañeros de ruta, responsables de experimentos y embrollos teórico-ideológicos, aplicados a Bolivia y su población como si fuesen conejillos de Indias. Sin el más mínimo pudor, honestidad y ética político-intelectual pretendieron ‘acomodar’ la realidad y la historia a las elucubraciones de las cinco fases del proceso de cambio, sus ‘estrategias envolventes’ para llegar al Estado integral, socialista y comunitario, según el Vicepresidente, su principal ideólogo, que se considera “uno de los últimos jacobinos de la Revolución Francesa” y ve a “Evo como Robespierre”, según apunta en su ponencia “La Potencia Plebeya”.
De su pulsión ‘jacobina’, resabio de su pasado guerrillero-terrorista urbano, surgen las ‘guillotinas judiciales’ a los adversarios políticos y autoridades electas no afines al MAS, a falta de las que cortan cabeza. Es una macabra historia de montajes y complots contra la democracia y la pluralidad políticas, como la llevada a cabo contra el prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, preso desde hace más de tres años sin sentencia y el enfrentamiento digitado por el ex ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, en Porvenir con un saldo de 13 muertos.
O el complot terrorista-separatista, sobre todo contra la dirigencia cívica y política de Santa Cruz, y también de Beni y Pando. Ese complot se conoce como el caso ‘Rózsa’ nombre del mercenario-espía-doble agente húngaro-cruceño que jugó a dos puntas: al gobierno y a los autonomistas, para terminar asesinado con premeditación y alevosía, junto a dos de sus compañeros: uno irlandés y otro húngaro, por un comando de élite del gobierno: la UTARC. Naciones Unidas reclama hoy una investigación para determinar si los derechos humanos del tirano Muamar Gaddafi fueron respetados durante su captura y posterior muerte, pero nadie dijo ni dice esta boca es mía por la forma en cómo fueron asesinados, en sus camas, unos pobres e infelices mercenarios el 17 de abril de 2009, ni se pronuncian sobre las secuelas del mismo.
Ese experimento-complot político fue para ‘aplastar’ a Santa Cruz, la pujante locomotora económica del país, cuya agroindustria produce el 70 % de los alimentos que se consumen en Bolivia. Por eso acusaron a la dirigencia de terrorista y separatista, sin conocer un ápice de las reivindicaciones autonomistas cruceñas desde fines del siglo XIX, ni el legítimo derecho democrático a defender la región de un poder avasallador que se hizo presente con cercos armados por los movimientos sociales clientes del poder central, a la ciudad. Ese experimento ha costado muertos, cientos de presos, perseguidos, 600 exiliados políticos y cívicos, sumidos en un interminable juicio con testigos fabricados, manipulación y falsificación de pruebas.
Hoy cunde el rechazo, descontento y repudio a la arrogancia de un poder que se creyó intocable, invencible, que hizo del abuso, la impostura y la prepotencia su hoja de ruta en la gestión política como todo poder político dictatorial y psicópata. La correlación de fuerzas ha cambiado, pero todavía no se vislumbra una alternativa política.
Semanario Uno – Santa Cruz