Manfredo Kempff Suárez
Se rememora en estos días los 29 años del retorno de la democracia en Bolivia, es decir casi tres décadas de vida institucional. En los medios no han faltado comentarios al respecto, ni tampoco analistas que se congratulan y felicitan a nuestros compatriotas por tan magna hazaña, en esta bendita tierra de atávicos instintos cerriles, poblada de amantes de la conjura y de la violación a las leyes.
Pues bien, eso de los 29 años en democracia – ya lo hemos dicho alguna vez – es falso. Y es falso que llevemos 29 años en democracia si a menos de tres años de restablecido el sistema de derecho en 1982 se obligó al presidente Hernán Siles Suazo a dejar el cargo un año antes de concluir su mandato, mediante un golpe parlamentario perfectamente fraguado y porque se le volcaron en contra unos sindicatos ácratas. ¿Eso fue democrático? Dijeron que sí. Yo también lo dije en su momento. Pero, de democrático, la verdad, tenía muy poco.
Dos décadas después tumbaron a Gonzalo Sánchez de Lozada y ahí sí que no vengan con que él se fue porque quiso. El golpe fue ejecutado al calor de la insurgencia, aprovechando el malestar reinante por los más de 60 muertos que se produjeron para frenar a la poblada incontenible y porque La Paz estaba tomada por indígenas, mineros, campesinos y los ahora llamados movimientos sociales. Había que movilizar a toda aquella gente en contra del Gobierno para que esa concentración de descontentos tuviera algún provecho. Aparecieron para dar ideas encumbrados miembros de derechos humanos, defensoría del pueblo, juntas de vecinos, maestros, personalidades como Solares de la COB, Felipe Quispe “El Mallku”, Roberto de la Cruz, y el actual presidente del Estado Plurinacional y jefe de los cocaleros, Evo Morales, tímido aún, en segundo plano. Sobre la actuación de Carlos Mesa hay opiniones dispares que no vamos a entrar a considerar ahora.
Y justamente fue Carlos Mesa el otro derrocado en esta inocente y hermosa democracia tan aplaudida cada aniversario. Esta vez Evo Morales ya estuvo en primera fila de las maniobras golpistas, porque no le falta olfato político. Cayó Mesa no sin antes comerse, como jugando a las damas, al presidente del Senado, y al de los Diputados. Quedó en la presidencia, sin desearla siquiera, el tercero en la sucesión: Eduardo Rodríguez Veltzé, probo presidente de la Corte Suprema de Justicia.
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El sistema de derecho tuvo muchos tropezones desde su reinicio en octubre de 1982, sin embargo se debe reconocer que hubo diálogo entre los jefes de los partidos aunque no fueran placenteros para ellos, que se concurrió libremente a las urnas, que existió un importante debate en el Parlamento, que se hicieron los pactos partidarios necesarios para salvar situaciones de posible ingobernabilidad y que las Fuerzas Armadas guardaron acatamiento al poder civil. Esa democracia de alianzas fue necesaria, aunque ahora se la satanice como la “democracia pactada”, afirmando que fue el meollo de la corrupción. Toda democracia se hace en base a acuerdos. Sólo los regímenes totalitarios responden al partido único que no necesita de nadie. Hasta hace poco la democracia boliviana no conocía de exiliados, ni de compatriotas refugiados, ni de amenazas contra la prensa y mucho menos de presos políticos como abundan hoy. Nuestra democracia era más civilizada.
Eso, hasta el advenimiento de S.E. No se pone en discusión que en los primeros años de gobierno del MAS hubo democracia, aunque ya se vislumbraban inequívocas tentaciones fácticas que fueron creciendo. Y surgieron algunos arranques autocráticos de S.E., que, habiendo participado de dos golpes de estado y teniendo una formación estrictamente sindical y verticalista, con vocación de bloqueo, nadie esperaba que fuera precisamente un Tocqueville.
Cuando S.E. logró mandar en las Fuerzas Armadas como no lo había hecho ningún dictador militar y creyó que la Policía era su guardia pretoriana, todo cambió. El MAS, entonces, utilizó a la justicia para someter a poblaciones enteras, tal el caso de Santa Cruz, Pando, Tarija y Beni. Cualquier persona que pudiera significar riesgo político para S.E. era convocado a declarar a La Paz, lo que significaba ir directamente a la cárcel. Aparecieron los muertos del Hotel Las Américas con falsas acusaciones de terrorismo y separatismo; hubo muertos en Sucre y en Cochabamba; se produjo la masacre de Porvenir y el inicuo encarcelamiento de Leopoldo Fernández. Pero, lo peor, se promulgó la Constitución más absurda y profana de la historia nacional. Ahí se pinchó la democracia.
Hoy cuando se cumplen 29 años de alborozo democrático, el entusiasmo ya no es el de antes porque el país está agobiado con marchas de indígenas machacados a golpes por el MAS y porque existen justificados temores a enfrentamientos futuros entre bolivianos. Para colmo se viene una inédita elección judicial plagada de vicios.