Legrado ideológico

Erick Fajardo Pozo

erick-fajardo El conflicto por el Tipnis se ha convertido en el nuevo parte aguas de la historia corta de Bolivia y en los fórceps que legraron la satrapía cocalera, incubada en la retórica del “gobierno indígena”, de la romántica percepción de una utopía socialista que abrigaba la comunidad internacional sobre el gobierno de Evo Morales.

La compleja cirugía social extirpó sustancia de atributo, revelando el verdadero carácter pragmático y encomendero del régimen Morales y estableciendo la distancia real que lo separa del ideario socialista que lo llevó al poder y que hoy es apenas la matriz hueca de un proyecto político de concepción fallida.



La evidencia fáctica del “incubatus interruptus” es el derrumbe del llamado “pacto de unidad”, plasmado en la épica jornada de la CIDOB y la capitulación congresal oficialista de octubre. Fue la ruptura de una sinonimia insostenible entre lo cocalero y lo indígena, entre lo sindical y lo originario, concebida contranatura en 2005 para forzar la atropellada unificación de la izquierda que garantizó la candidatura de Morales.

La evidencia formal del fracaso consta en la publicación del colectivo Comuna “Pulsión de muerte” (El Diario 14/11/11), que notifica formalmente al gobierno – en particular a su ex “cardenal” García Linera – que la izquierda verde y el movimiento indígena están fuera del gobierno y que no hay reconciliación posible; que todo pasará excepto que el régimen cocalero recupere el vocativo de “gobierno de los movimientos sociales” o que Evo recobre la mística de “primer presidente indígena”.

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El documento, firmado por el ex asambleísta, ex viceministro e ideólogo disidente del MAS, Raúl Prada, es una sentencia de divorcio entre el gobierno y el indigenismo posmarxista, que advierte una miopía condicionada por los compromisos económicos con transnacionales, cocaleros excedentarios y ¿cocaineros? y pronostica el inminente y fatal desenlace de la pulsión tanática del gobierno cocalero.

¿Pero por qué es esto importante en un campo político en el que se acostumbra medir la sostenibilidad de un gobierno a partir de condiciones más objetivas? Precisamente porque, a desdén de su pésimo manejo de las finanzas, este régimen se sostuvo sobre la simbolización discursiva y la alegorización de la “inclusión”, perpetrando la destrucción del estado republicano escudado en la hiperbolización de lo indígena.

De ahí lo trascendente de la caracterización del régimen Morales como un gobierno “enredado” en el –Comuna dixit– “modelo colonial heredado del capitalismo dependentista-extractivista”, diagnóstico lapidario para cualquier pretensión posterior del oficialismo de recuperar la presunción de ser un gobierno indígena o siquiera progresista.

Ya sin el componente indígena y tras la defección de los ideólogos que sustentaron este proceso, el bloque social que respalda a Evo es apenas una alianza de sindicatos en desbande, siempre listos a participar de los actos de chauvinismo mediático presidencial pero igual de dispuestos a renegar del gobierno al menor atisbo de crisis.

Pero el divorcio entre Comuna y García Linera no se puede interpretar como la “defección aislada” de un par de intelectuales, cuando más bien se equipara a la expulsión de un obispo apóstata por su propia orden.

Comuna, colectivo de intelectuales que recuperó y reordenó la simbología política de la vieja izquierda y el discurso indianista post neoliberal para construir el paradigma de la “revolución democrática y cultural”, tiene la autoridad intelectual suficiente para echar al MAS de la izquierda.

Su último balance y caracterización del gobierno equivalen a la expulsión bíblica de los ángeles rebeldes que, con alas quemadas y caídos de la gracia del mundo indígena podrán seguir gobernando, pero ya sin virtud ni mística y en las antípodas del credo ideológico en que fueron concebidos.

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