Los nuevos opositores


Enrique Fernández García

fernndez_thumb Ellos son quienes no cuestionaron las arbitrariedades cometidas, con gran descaro, durante los últimos años. En más de una ocasión elogiaron las medidas que aplicaba un gobernante inclinado al autoritarismo, encabezando mítines, principiando aclamaciones. Recuerdo haber visto sus bailes, desfiles y brindis por los avances de un proceso que merece la peor diatriba. Sus discursos estaban recargados de las adulaciones que los tiranos desean escuchar. No advertí ni siquiera un mínimo de vergüenza mientras pronunciaban esas sandeces. El fanatismo era manifiesto; sus demostraciones, vomitivas. Compitiendo por conseguir la venia del caudillo, esos sujetos fueron los que, ante las primeras persecuciones judiciales, despreciaron a sus víctimas, presumiendo culpabilidades en delitos de toda naturaleza. No hubo ninguna turbación del espíritu, menos aún autocrítica, cuando empezaron a llegar los muertos que deben ser endosados al oficialismo.

Yo jamás olvidaré que Juan del Granado defendió las atrocidades de los masistas. Su presencia en el bloque de la oposición me parece repulsiva. Nuestra situación es tan patética que un individuo de su laya ha comenzado a ganar credibilidad. Él supone que nadie puede rememorar un pasado que, por distintas razones, provoca solo aversión. Algunos de los funcionarios más nocivos que tuvo este Gobierno pertenecieron al Movimiento Sin Miedo. Como es absurdo hablar de autonomía parlamentaria, lo que hicieron sus congresistas respondió a los antojos del novel opositor. No sirve alegar apoyo a cambios estructurales de Bolivia, pues estos buscan acabar con la libertad. Es indiscutible que su rechazo a las prácticas dictatoriales fue una impostura. En su criterio, mientras los militares pueden ser condenados por golpistas y verdugos, un socio legitima la existencia de impunidades.



Declaro que, aunque las agresiones policiales a la marcha de los indígenas me conmovieron, no encuentro profunda su oposición al Gobierno. Conservo en mi memoria cada una de las alabanzas que recibió Morales Ayma en sus reuniones. Bajo el pretexto de luchar en contra del racismo, ellos justificaron insultos, cercos e ilegalidades que perpetraron los oficialistas. Azuzados por entidades que se proclaman hoy contrarias a las decisiones del Movimiento Al Socialismo, festejaron la aprobación de un funesto proyecto constitucional. Nunca dejaré de repetir que, sin excepción, esas normas son un absoluto disparate. Pasarán varios años; no obstante, las personas que respaldaron esa calamidad serán siempre acusadas de cómplices del totalitarismo. No importa su origen étnico, ya que los ataques a la dignidad pueden ser consumados por cualquier hombre.

Hemos dejado que la esperanza de terminar con la pesadilla sea protagonizada por sus propios gestores. En muchos casos, la conversión de los oficialistas no es enigmática. Sucede que han perdido poder y quieren recuperarlo. Es apenas una pugna de índole doméstica. Nada funda la teoría de que hayan abandonado su gusto por el despotismo. Las ideas de los intelectuales que ayudaron a construir esta desventura lo prueban categóricamente; esas críticas son circunstanciales e incoherentes con sus libros, artículos, conferencias. No caigamos en el despropósito de acoger a los que simulan ser amigos del orden democrático. La conducta que mostraron a lo largo del último quinquenio evidencia una realidad diferente. Cabe sospechar que, una vez vencido el adversario, trabajarán para completar su pavorosa obra.

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El Deber – Santa Cruz


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