¿Por qué leer?

Salvador Romero Pittari

SALVADOR Es el título provocador del último ensayo de Charles Dantzig, un laureado escritor francés. No es el primero en el estilo, irreverente, malicioso, algo díscolo propio del autor. Conmigo el procedimiento marcha de maravilla. Acostumbrado a un ambiente político, intelectual donde la munición gruesa se guarda exclusivamente para los adversarios de ideas, jamás para los la misma camada ideológica, a quienes se reviste con hábitos majestuosos que cualquier muchacho avispado diría que no cubren nada, me fascinan las críticas desenvueltas, jubilosas de moros y cristianos.

Leí en buena parte su famoso Diccionario egoísta de la literatura francesa, un texto que se saborea de a poco. No es un diccionario corriente con información básica de los escritores y sus obras y algún juicio breve sobre éstos. Es un libro bien documentado, divertido y agudo, interesado en los autores, los personajes y los escritos, ciertos muy mentados, otros apenas conocidos, pero que merecerían una mejor recepción.



Así en la entrada de M. Montaigne, un clásico del pensamiento, tomada al azar, el autor reprocha a los Ensayos su aburrimiento, frivolidad, snobismo, dirigidos principalmente a damas nobles y a gente de buena compañía, quizá para leer en la vejez. A. Malraux, un intelectual emblemático del medio siglo pasado, aparece como un escritor de novelas de viaje, politizadas en el gusto de los años 30, donde los personajes en lugar de leer el Kama Sutra leen a Lenin. Mientras el Diario de los copuchentos hermanos Goncourt, creadores del premio literario más importante de Francia, escrito a cuatro manos, se destaca como un ejemplo de verdadera literatura, a pesar de los acentuados prejuicios de sus autores y los abundantes chismes de sus amistades.

Pero la pregunta por qué leer queda en pie. Dantzig en otros ensayos esbozó la respuesta afirmando que la lectura no sirve para nada, salvo la de los libros dirigidos a proporcionar conocimientos, por eso justamente resulta una cosa tan importante, y a la vez imposible de precisarla de manera unívoca. En su trabajo revisa las principales justificaciones del asunto. No todas nobles ni santas.

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Qué razón hay para dedicar tiempo y energía a la literatura, pues de ella se trata, lo demás está excluido. Un amigo mío, siempre malhumorado me contestó a la cuestión porque me da la gana. A explorar qué esconde la palabra “gana” se dedica el estudio.

Hay quien lee por iniciativa propia, por placer. Hay quien lo hace por imitación a fin de estar en la onda o quizá porque tiene algo de voyeur o por la fama del escritor, la atracción del título o, finalmente, por vicio, como sucede con el autor de estas líneas, que también se pregunta por qué lo leen, si tal cosa sucede. Algunos se entusiasman por los textos bien escritos, otros por la trama bien armada. Ciertos buscan un libro para poder hablar mal del autor o al contrario para ensalzarlo, en especial los críticos, cree Dantzing. “Se lee en los viajes, durante las vacaciones, en el inodoro, en la cama, en el bus, en silencio, en voz alta… Se lee para salir de sí e ir a la palabra, al personaje, al otro, para hacer amigos o enemigos, para procurarse placeres solitarios”. Como tarea obligada o por no tener otra cosa para hacer. Las razones no se agotan, ni se excluyen unas a otras.

El mundo hoy plantea problemas adicionales a la cuestión con la aparición del libro en nuevos soportes, distintos al impreso, como iPads, iBookss, kindles, con los cuales los orgullos propietarios muestran en la pantalla a sus interlocutores los libros más densos, y complejos, ellos que antes no leyeron un solo libro. A menudo se trata de una treta más a fin de aplanar intelectualmente al vecino, no muy distinta a las empleadas por El lazarillo de Tormes, con sus no menos pícaros amos.

Si al final Dantzig no nos permite saber por qué leemos, hacerlo bien es un don, pero resulta claro que todos acabamos por fabricarnos una justificación plausible. Mas la pregunta lleva a otra de igual importancia por qué escribir, que el ensayista no dejará pasar para sorprendernos con análisis y picantes juicios, si bien subjetivos nunca caprichosos.