Álvaro Riveros Tejada
Ante la suspensión de la firma del convenio tripartito entre Bolivia, Brasil y los EE.UU. para la lucha contra las drogas, la presidenta del Brasil habría expresado su más vehemente repulsa y la posibilidad de llamar a su embajador en La Paz. De hecho, ese nuevo aplazamiento constituyó un serio revés para su política de limpieza de traficantes de droga que amenazan con ensombrecer los dos acontecimientos internacionales más importantes que prepara el Brasil, como son: las olimpiadas y el campeonato mundial de futbol.
Es fácil suponer la contrariedad de Celso Amorim, ex canciller de Lula Da Silva y actual ministro de defensa, quien hace apenas quince días le trasmitió triunfante a Dña. Dilma Roussef que su gestión en Bolivia fue exitosa y que el por 3 veces suspendido tratado se firmaría finalmente el pasado día viernes 18 de noviembre. Ante la sorpresiva nueva postergación unilateral de la firma del convenio, colegimos la reacción de su Despacho al anunciar su repentino retorno a La Paz para este próximo domingo y la inmediata militarización de su frontera con Bolivia, con el despliegue de 6.500 efectivos, operación que ha sido definida como la mayor acción conjunta realizada por las fuerzas armadas del Brasil.
Entretanto, hace dos días ya se había anunciado que Paraguay venía realizando ejercicios de puntería con misiles antiaéreos para derribar aviones cargados de droga procedentes de Bolivia y por su parte, Chile está analizando la instalación de una red electrónica a lo largo de nuestra frontera, de forma de interferir todo paso irregular por ella. De la misma manera, la Argentina considera seriamente el derribo de las narco avionetas que sobrepasen su límite demarcatorio.
Este lamentable cuadro, al margen de identificarnos como un foco infeccioso en el continente, nos convierte, como afirma César Guedes, representante de la agencia antidroga de las Naciones Unidas en nuestro país, en “el mayor abastecedor de cocaína del mercado sudamericano”.
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Es pues fácil deducir de esta oprobiosa realidad, lo lejos que estamos de ese caprichoso concepto que durante seis años se ha empeñado en pintarnos este gobierno, sobre lo que entiende por soberanía. Todo lo que hagamos de hoy en adelante estará en la mira de los países vecinos, que tomarán nuestras relaciones con ellos con beneficio de inventario y esa realidad significa en buen romance, el gozar de una soberanía embargada.