Manfredo Kempff Suárez
Muchos serán los bolivianos que pasarán esta Navidad entre rejas, presos políticos del actual régimen sindicados de absurdas acusaciones que ni el mismo gobierno las cree porque se las inventó. Muchas serán las mujeres y los niños que tendrán una Navidad con sabor a hiel, porque maridos y padres están encarcelados desde hace meses o años, sin sentencia, sin juicio a veces, imputados en la tramoya montada sobre terrorismo, conspiración y separatismo.
Embarcados en un gran embuste, en una conjura siniestra, en una bellacada, los opresores de hoy no encuentran modos para deshacerse de esos presos que esta Navidad comerán solos en sus celdas un trozo de pan, porque tendrían que reconocer el abuso inaudito que han cometido. Por el contrario, los bravucones están manipulando a los cándidos y temerosos administradores de la justicia para que sean más los bolivianos que vayan a dar con sus huesos a las mazmorras frías de La Paz o Sucre.
Del plan “Terrorismo 1” se han pasado al “Terrorismo 2” y seguramente que vendrá el “Terrorismo 3”, y a quienes no son ni terroristas ni separatistas los procesarán – como en el caso del gobernador Ernesto Suárez – por malversación o por cualquier otro delito denigrante para matarlos civilmente. Nadie escapará de las fauces de estos sujetos que nos gobiernan porque necesitan atemorizar al resto de la población, requieren imponer el miedo, porque tienen terror a la sola idea de ser echados del poder, por el voto o por la ira popular.
¿Y qué de los exiliados? ¿Qué de esos desterrados también acusados de terrorismo y separatismo? ¡Caramba que esta democracia bastardeada está haciendo estragos! ¿Será peor la cárcel o el exilio? Porque en prisión por lo menos se come el pan de la tierra propia mientras que en el destierro ya sabemos que hay que tragar el “pan amargo”. Y en estas navidades serán muchos los compatriotas que tragarán ese pan, refugiados en un sinnúmero de países. Y serán otras tantas familias infelices las que pasarán la Nochebuena junto a un arbolito tronchado de pena por el ausente y con un pesebre vacío.
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“Esto de los presos y los exiliados no es una novedad”, afirman contundentemente los del gobierno. Claro que no; no es una novedad ni mucho menos. (Hasta este pobre escribidor tuvo que zamparse ocho de los doce años que su padre pasó en el exilio). Entonces es cierto que la mayoría del tiempo en nuestra incierta y violenta historia hubo presos y exiliados políticos. Pero este proceso de cambio llegaba con mensajes tan sensibleros, tan ladinos, tan taimados, que una inmensa cantidad de necios se creyeron el cuento de sus buenas intenciones. Y ahora no tienen a quién quejarse.
Porque vaya que los mandamases se volvieron prepotentes y soberbios. Sordos ante el dolor ajeno. Son unos perdonavidas que dicen venir desde lo más remoto de los tiempos a sentarles la mano a los descendientes de los conquistadores o a los que vinieron de naciones lejanas, hace siglos, a poblar estas tierras inmensas. Pero su abuso lo estrujan también con los de su propia raza, con aquellos que siendo indígenas – no amañados como los que mandan hoy – no se doblegan sin protestar.
En vez de amnistiar a los presos y perseguidos en fechas como éstas, se anuncian nuevas arremetidas de la justicia. Porque, en otra actitud farisea, los del gobierno juran que no están enterados de nada de lo que sucede, que no tienen ninguna influencia cuando se reclama por los detenidos o desterrados, que es la justicia la que encarcela y que ellos – los masistas – son obedientes de la ley y no pueden interponerse a su mandato. Como si no supiera todo el mundo que la justicia se maneja indiscriminadamente desde el poder, ahora más que antes, y que si algún magistrado se ablanda o desobedece lo mandan de paseo.
Pocas esperanzas se vislumbra en este final de año. Peor aún, hay señales de mayor turbulencia que amenazan sin mengua a quienes reclaman contra el despotismo iletrado. Asambleas paralelas al Congreso, que son marionetas en manos de avezados titiriteros políticos, comienzan a dibujar un nuevo panorama de leyes y normas peligrosas a falta de un programa de gobierno, luego de un sexenio plagado de errores justamente porque todo se improvisa.
Nada mejor, en estos momentos de reflexión, que escuchar las palabras de nuestro Cardenal, instando “para no aplaudir con facilidad a quienes se pasan todo el año odiando al Señor y a su pueblo y después se dicen los salvadores. Piden justicia y la injusticia sigue, piden paz y las confrontaciones siguen, piden fraternidad, unidad y la persecución o la desconfianza…”. Esto de pedir algo y hacer lo contrario, de ofrecer y negar, es la tónica cotidiana del gobierno. Quienes creen que la Navidad es parte de la colonización extrajera, que no responde a los seculares ritos andinos, están errados porque lo que conseguirán será alejarse de los gobernados que sí tienen un espíritu cristiano arraigado.