Los ninguneados del menú racial

Manfredo Kempff Suárez

Yo, como casi la totalidad de los amables lectores de esta columna, no pertenezco a ningún grupo étnico de Bolivia si tomamos en cuenta lo que podría ser la pregunta que presuntamente prepara el Gobierno para enfocar el tema racial en el próximo censo anunciado para el año que se inicia. El mismo error – inaudita falla del censo del 2001 – se va a repetir, pero esta vez, más que equivocación, con indisimulable intención política, al omitir a blancos y mestizos en el Censo de Población y Vivienda. Sobre todo a los mestizos que son el 70 por ciento de la población boliviana, porque los blancos son pocos y parece que el sólo incluirlos en el menú racial que ha aparecido como anticipo en una boleta gubernamental, ofende. Obvio, mencionar a los blancos se debe tomar como un inaudito racismo, inaceptable en la Bolivia actual.

¿Entonces, qué? Si no figuran los mestizos ni los blancuchos como parte de la población, se obliga al encuestado a optar por ser afrodescendiente, guarayo, bésiro, chuwi, weenhayek, sirionó, jatun-killaka-asanajaki, o cualquiera de los 54 pueblos del jugoso menú racial y lingüístico que ostenta ufana la Nueva Bolivia. Pero esos pueblos tienen escasos habitantes o están en franco proceso de extinción. Por lo tanto queda a la vista que el resultado del censo dará una abrumadora mayoría a las razas quechua y aimara, seguido de algunos que optarán por “ninguna” u “otra” de las ofertas del engañoso menú.



Nadie, en un censo nacional, desea ser “ninguno”. Nadie tolera ser “otro”. Es ignominioso no pertenecer a ningún pueblo de los que conforman la nación donde uno ha nacido o de pertenecer a “otro”. Todos saben de dónde vienen, qué apellidos tienen, quienes fueron sus padres y abuelos, por lo tanto conocen su origen y se saben mestizos o lo que sea, por la frecuente mezcla de sangre que ha existido a través de los tiempos. O blancos, aunque no sean caucásicos, ni arios, ya que esos murieron reventados por los tanques rusos o las bombas y no vinieron por aquí.

Pero en la respuesta a la cartilla censal el boliviano no podrá decir que es mestizo o blanquito por la sencilla razón de que la pregunta no existirá. Entonces los censados están obligados a declararse aimaras o quechuas, y guaraníes en una modesta proporción. Dicen los amautas del gobierno masista que los mestizos no tienen identidad. Y a los blancos ni los nombran por supuesto. Pero si los mestizos no tienen identidad, ¿qué son esas cholas emblemáticas de aretes, pollera y mantones? ¿Qué son esos cholos bravíos de sombrero, acullico y cueca? Eso, el mestizo, es justamente la identidad nacional. Bolivia, por lo tanto, para gozo del Gobierno y beneplácito de los filósofos y sociólogos del masismo, resultará ser, mediante preguntas engañosas, una nación eminentemente indígena, poblada por un 70% de indios y por un 30% que no pertenecen a ninguna etnia o a “otra” que no está en la boleta. Esos son los parias, una nueva escala racial creada por el Estado Plurinacional.

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No tenemos cifras del mestizaje en México, Perú, Ecuador o Colombia, por ejemplo, pero con toda seguridad que superan ampliamente el 50 o 60%. Es decir que el mestizo o el criollo existe, y es el segmento más importante de la población. Lo otro, los del menú racial – excluyendo aimaras, quechuas, chiquitanos y algo más – es puro folklore. Es parte del rito “originario” que ha tomado un vuelo tan alto en Bolivia y que tantos males y odios nos está acarreando.

¿Por qué tenemos que mentirnos tanto los bolivianos? ¿Qué afán es ése de esconder la verdad y servir gato por liebre? En el menú racial que hemos visto se borra de un plumazo el plato más suculento y auténtico que es el mestizo, se lo borra también al blanco que es menos importante pero que existe, y se incluyen dos platillo nuevos que son el “ninguno” y el “otro” y se lo obliga a comer aunque sepa a estiércol. ¿Cómo se va a presentar en el menú, por ejemplo, cuatro variedades de mojeño y ninguna de blanco o mestizo? Nadie lo puede saber, salvo, por supuesto, los que están guisando en la cocina. En una gran paila de chicharrón se ofrece a Bolivia y al mundo un plato único y barato: el indígena en todos sus tamaños y sabores.

Santa Cruz, según una encuesta, contaría en su población con más del 80% de mestizos. Son aquellos cruceños “bellos como el sol y pobres como la luna” a que se refería René-Moreno, que se han cruzado con aimaras, quechuas, guaraníes y con cuanto ser llega a su puerta para formar al nuevo hombre de la llanura. Si esos cruceños que no conocen ni el Altiplano ni los valles, no pueden decir que son mestizos, tendrán que declararse aimaras, quechuas, guarayos, chiquitanos, chimanes, “ninguno” u “otro”. ¿Es posible? Pero, además, ¿conviene que se obligue a la gente a decir mentiras porque le da la gana a un gobierno?

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