Tranströmer conmueve los Nobel

TRANST El poeta sueco Tomas Tranströmer acaparó casi todo el protagonismo en la solemne y emotiva ceremonia de entrega de los premios Nobel que Suecia vivió ayer como una gran fiesta nacional. Con la familia real en pleno en el salón del Konserhuset de Estocolmo, el rey Carlos Gustavo entregó al poeta el Nobel de Literatura, además de los galardones, Física, Química, Medicina y Economía. Una ceremonia en la que por primera vez en la historia de estos premios se entregaba un Nobel a título póstumo, el de Medicina que debería haber recogido el fallecido médico canadiense Ralp M. Steinman.

A sus 80 años, parcialmente inmovilizado a causa de un ictus, sentado en su silla de ruedas y ataviado con el preceptivo frac, tan risueño como elegante, Traströmer protagonizó los momento más emotivos de una ceremonia muy especial para los suecos, que no recibían este galardón literario desde hace 37 años.

La abarrotada sala de conciertos estalló en una sonora ovación cuando el patriarca de las letras suecas fue empujado hasta el centro del escenario para recibir de manos su rey la medalla y el diploma que lo acreditan como el Nobel de Literatura 2011. Un satisfecho y distendido Traströmer que pidió enseguida ayuda a sus colegas para que le abrieran el estuche y la carpeta y observar con detalle su medalla y su diploma.



Afectuoso

El monarca se mostró muy afectuoso con el veterano poeta, al igual que el resto de los miembros de la casa real sueca presentes en la sala, la reina Silvia, y los príncipes Victoria, Daniel y Carlos Felipe. Como dicta el estricto protocolo del Nobel, en este acto no hubo discursos de los galardonados. Cada categoría fue presentada por un representante de la academia correspondiente antes de que el rey entregara sus distinciones a los galardonados en las especialidades de Física, Química, Medicina y Economía. Como también es tradición, la sala que acogía millar y medio de invitados, se engalanó con más de 8.000 lirios, rosas y jacintos procedentes la villa italiana de San Remo, donde Alfred Nobel falleció el 10 de noviembre de1896, es decir, hace 115 años.

El profesor Kjell Espmark fue el encargado de presentar a su viejo amigo Tranströmer y glosar su obra. Se refirió a él como «uno de los escasos escritores suecos con influencia en la literatura mundial» y aludió a las «brillante metáforas», a «su viaje al centro de las coas» y las poderosas imágenes que pueblan sus poemas, como destacó en su día el jurado. No se olvidó la música, otras de las pasiones del Traströmer, que todavía toca a diario el piano con la mano que no tiene paralizada.

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El otro gran protagonista del acto fue el ausente Ralph M. Steinman, fallecido poco antes de ser reconocido Nobel de Medicina y representado en Estocolmo por su viuda Claudia Steinman. Glosó su figura y su carrera Marcus Storch, presidente del Consejo de la Fundación Nobel, quien expresó el «gran pesar» que embargó a los académicos cuando conocieron de su muerte tan solo dos días antes de premiarlo.

Storch apeló luego a las posibilidades que ofrecen la ciencia y la creatividad para afrontar los grades desafíos de nuestro tiempo, desde la gravísima crisis económica a la pobreza que padecen millones de seres humanos o el cambio climático que compromete el futuro del planeta. La educación será, según Storch, clave para superar estos desafíos mediante «un sistema educativo eficaz que garantice el desarrollo de la sociedad y la libertad del individuo».

Los otros galardonados

Tras la alocución de Storch recibieron sus galardones todos los premiados. Steinamn, Bruce Beutler y Jules Hoffmann el de Medicina, por sus descubrimientos sobre el sistema inmunitario humano. Saul Perlmutter, Brian Schmidt y Adam Riess el de Física, por conformar que el universo se expande mucho más rápido de lo que suponíamos.

El israelí Dan Shechtman el de Química, por sus decisivos avances en cristalografía y a pesar de la manifiesta incredulidad de muchos de sus colegas.

El de Economía fue para Thomas Sargent y Christopher Sims por sus investigaciones y análisis macroeconómicos que tratan de explicar el comportamiento del desempleo.

El himno nacional sueco puso el punto final a una ceremonia en la que sonaron pasajes de Puccini, Schubert o Franz Lehár interpretados por la Filarmónica de Estocolmo y en la poderosa voz de la soprano Paulina Pfeiffer. Unas músicas que daban paso a la tradicional cena de gala para más de 2.000 comensales en el saló azul de ayuntamiento de Estocolmo, con un menú elaborado por grandes chefs que se mantiene en secreto hasta el último minuto.

El Diario Montañés – España

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