Viña se rinde ante Luis Miguel

La trastienda dirá que sus exigencias rozaron el borde más risible del divismo, y que sus resguardos llevaron el recelo al límite de la paranoia, para que lo sufrieran desde las fans en el hotel hasta la prensa en la Quinta Vergara. Luis Miguel ya puede estar completamente absorbido por su particular e inigualable personaje, pero lo cierto es que sobre el escenario tampoco ha encontrado otro que se le compare, y así lo demostró esta noche en su regreso al Festival de Viña del Mar, luego de 18 años. Con la garganta madura y poderosa de los últimos lustros, y una orquesta impecable para cubrir sus recorridos entre el funk y el bolero, el mexicano se paseó por todos sus éxitos, para el deleite de las mujeres de todas las edades que esta noche repletaron la Quinta Vergara.

Es cierto que a ellas devotas como pocas en el mundo latino les sobraba con ver al astro parado sobre el escenario haciendo cualquier cosa, pero nada más lejos que el conformismo escénico en Luis Miguel. Puede que el cantante no haya editado discos trascendentes en un buen puñado de años, que los kilómetros de distancia que le lleva al resto de las figuras del continente lo hayan hecho bajar el ritmo, y que su propio despliegue no parezca tan atractivo, pero tanto en su ejecución como en la de sus subordinados, es sencillamente implacable.

Desde la entrada con "Te propongo esta noche", y rodeado por diversos monitores de sonido adicionales, Luis Miguel demostró que en su interpretación no puede haber espacio para los ripios, y quien más lo sufrió fue su sonidista, receptor de la infinidad de señales que el cantante trataba de hacer pasar como un gesto más entre sus movimientos, siempre con una alba sonrisa ocultando su evidente molestia. Pero superado ese largo momento, fueron los éxitos los que dominaron el show del mexicano, desde "Suave" a un medley con las juveniles "No me puedes dejar así", "Palabra de honor", "Entrégate" y "La incondicional", pasando por un segmento de boleros como "Tres palabras" y "Somos novios".



De la mano de ellos Luis Miguel construyó una distante comunión con el público, dejando rara vez el área demarcada por sus parlantes de retorno, y acercándose sólo en un par de ocasiones a la pasarela, siempre bien resguardado por sus guardaespaldas. Pero incluso así el mexicano se las arregla para regalar postales inolvidables al certamen. Porque en sus quejas al sonidista, es imposible no compadecer el destino de ese pobre trabajador; o en su acercamiento a la pasarela, su guardia sosteniéndolo del trasero causa tanta gracia como el mismo Luis Miguel, alejándolo violentamente. ¿Y las fans? Vueltas locas, no hay otra manera de decirlo. Chillando como en sus mejores años y coreando hasta las comas de cada canción.

Semejante entrega encontró un correlato inédito en el habitual paquete de trofeos viñamarinos: Sin necesidad de pasar por las antorchas, el set de Luis Miguel se fue derecho a las gaviotas de plata y oro, a las que se se agregó una de Platino y las llaves de la ciudad entregadas por la propia alcaldesa. En fin. Cosas que sólo el "Rey Sol", el hijo favorito del Festival, podrá contar en Viña del Mar.

Fuente: Unitel.

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