Palabras puntiagudas y sonrisas cálidas en visita del Papa a Cuba

PAPAcastro El líder espiritual de los católicos en todo el mundo y los dos hermanos que han dirigido esta isla por una senda comunista cada vez más solitaria combinaron cálidas sonrisas y apretones de mano con un lenguaje duro de sus respectivos bandos durante la visita de tres días del papa Benedicto XVI a Cuba.

Con frecuencia, los corteses octogenarios en el centro de este drama político-religioso parecían estar hablando para alguien más que su interlocutor. El Papa usaba parábolas bíblicas sobre antiguos monarcas crueles; los Castro hablaban con su usual lenguaje de revolución y desafío al dominio estadounidense.

Incluso en su respetuosa despedida, el presidente Raúl Castro reconoció que "no pensamos igual" en todos los aspectos.



La primera señal de si cada uno de los bandos escuchó lo que decía el otro se podría producir la próxima semana, cuando Castro debe decidir si acepta la inusual solicitud del Papa para que declare el Viernes Santo un día festivo, a pesar de que no tiene ese estatus en Estados Unidos, gran parte de Europa o ni siquiera México, el más católico de los países que hablan español.

Se necesitará más tiempo para evaluar el progreso en cuestiones más complejas, como el deseo de la Iglesia de tener más acceso a ondas de radio estatales, el permiso para administrar escuelas y hospitales, o la licencia para construir templos nuevos.

Ciertamente, no se anunciaron concesiones. En privado, personas con acceso a información aquí dudan que el gobierno ceda terreno a la Iglesia en campos como la educación y la salud, que considera los pilares de la revolución y responsabilidades principales del gobierno.

Benedicto XVI criticó agudamente el sistema marxista de Cuba incluso antes de su llegada. Luego continuó en las homilías y discursos con reiterados llamados a la libertad, la renovación y la reconciliación, así como referencias a los presos y aquellos "privados de la libertad".

Uno de los principales colaboradores de Raúl Castro no perdió tiempo en responder: "En Cuba no va a haber reforma política", dijo el zar de la economía Marino Murillo.

Aunque Raúl Castro ha comenzado una revisión de la economía cubana, ha sido mucho más lento para hacer cambios políticos y permanece rodeado por un círculo de confidentes que lo acompañan a él y su hermano desde sus días como rebeldes. En enero, salió al aire a defender con firmeza el sistema comunista de partido único de la isla, al asegurar que es necesario debido a la hostilidad de Estados Unidos.

"No deberíamos esperar que los Papas hagan milagros", dijo el reverendo Thomas Reese, un investigador de la Universidad de Georgetown y observador del Vaticano desde hace mucho tiempo. "Pero la visita de Benedicto XVI debería mantener a Cuba en la ruta para moverse gradualmente hacia una mayor libertad tanto para la Iglesia como para la sociedad en general".

Como ocurre con la mayoría de las segundas partes, el viaje no estuvo a la altura del original: la histórica gira de 1998 del predecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II.

Las multitudes fueron más pequeñas, las citas de alguna manera consecuentes. La agenda también fue menos ambiciosa, con grandes partes a puerta cerrada. Incluso las personalidades palidecían en comparación: Juan Pablo II fue una de las figuras más destacadas del siglo XX y Fidel se cuenta entre sus revolucionarios y ateos más famosos.

Si Raúl y Benedicto XVI tienen algo en común, es que cuidan los legados de otros hombres.

Para los observadores de larga data, las reacciones también parecieron previsibles.

En el sur de la Florida, los medios de comunicación locales se concentraron en el acoso a la pequeña comunidad de disidentes de la isla y la brusca retirada de un manifestante que gritaba consignas contra el gobierno en la misa en Santiago.

Mientras que algunos miembros de un grupo de peregrinos cubano-estadounidenses dijeron que su experiencia les hizo cuestionarse prejuicios arraigados, los exiliados de línea dura señalaron que la visita del pontífice sólo demostró lo poco que ha cambiado en la isla.

"La visita del Papa ayudó a demostrar que no hay espacio político y no hay libertad política en Cuba", dijo a The Associated Press el senador de Estados Unidos Marco Rubio, un republicano de Florida incondicional en su apoyo al embargo.

En efecto, mientras que el gobierno en repetidas ocasiones dijo que escucharía con respeto al Papa, también aprovechó su visita para recalcar algunos de sus puntos.

Castro utilizó su discurso de bienvenida a Benedicto XVI en el aeropuerto de la ciudad oriental de Santiago para clamar contra el embargo económico de Estados Unidos que ya cumple 50 años, criticar la decadencia del capitalismo y advertir de un holocausto nuclear, presumiblemente causado por estadounidenses, mientras que exaltó los logros de Cuba en salud y educación.

Al día siguiente, Fidel Castro recordó la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, advirtió de una escasez global de recursos y le lanzó un dardo al presidente estadounidense Barack Obama en un artículo de opinión en el que anunció que su muy esperada reunión con Benedicto XVI se mantenía en firme para el miércoles.

Cuando se reunieron, Fidel y Benedicto XVI bromearon sobre su avanzada edad, y el retirado líder cubano interrogó al pontífice sobre los detalles de su trabajo. Benedicto XVI, en sus comentarios finales, combinó referencias a la antigua oposición del Vaticano al embargo con llamados por más libertad.

Los cubanos de a pie han escuchado todas estas líneas antes, y muchos dijeron que estaban tomando una actitud de esperar y ver qué pasa.

Muchos recordaron la visita de Juan Pablo II, que consolidó lazos más cálidos del estado con la Iglesia y dio lugar a titulares como la declaración de la Navidad como un día festivo.

Juan Pablo II fue un Papa que desató el nudo, dijo José Luis Lavín, un empleado gubernamental de 35 años de edad que asistió a la misa de Benedicto XVI el miércoles por la mañana en la Plaza de la Revolución. "Ahora, vamos a ver qué acuerdo había con este, si va a haber más libertad".

Las multitudes para la visita del pontífice fueron grandes, pero no abrumadoras. El Vaticano dijo que unas 500.000 personas se presentaron si se suman las dos misas en Santiago y La Habana. Eso es menos que la capacidad en la emblemática Plaza de la Revolución, donde muchos se quejaron de la mala acústica.

Benedicto XVI recordó una parábola bíblica sobre la represión de tres jóvenes por el rey de Babilonia que "prefirieron enfrentarse a la muerte quemados antes que traicionar su consciencia y su fe" en lo que pareció un reproche al poder sin controles de un gobierno encabezado por los Castro desde 1959, pero muchos en la multitud dijeron que no entendieron el significado.

Mario Méndez, un estudiante de comunicaciones de 19 años dijo que no entendió la misa en absoluto, pues no sabía mucho de religión, y que además no podía escuchar nada.

Otros señalaron que habían salido simplemente porque les dijeron que lo hicieran, y abandonaron rápidamente el lugar una vez que los profesores y los jefes habían comenzado a marcharse.

Mario Fonseca, residente de La Habana de 52 años, se apresuró a salir de la Plaza de la Revolución cuando había pasado cerca de una hora de la misa de Benedicto XVI, tras pasar una mañana haciendo frente a las multitudes y el tráfico desviado.

Dijo que había estado desde las cuatro de la mañana y ya no lo soportaba. "Raúl tiene que escuchar esto, yo no".

AP