De Breivik a Evo

Breivik El asesino de Oslo, Anders Breivik, perpetrador confeso de la masacre de la isla de Utoya, compareció a su primer día de juicio con el puño en alto y comparó su lucha con “la de los indígenas bolivianos”.

El extremista noruego precisó que su causa sería similar a la de los “movimientos racistas y nacionalistas de Bolivia”.

¿Un admirador neonazi de Evo Morales? No lo sabemos. Pero lo que sí está muy claro es que el etnonacionalismo, cualquiera sea la latitud geográfica en que es adoptado, es siempre una receta para la confrontación y la muerte.



El etnonacionalismo se caracteriza por identificar a la nación con un colectivo étnico o racial determinado, un substrato biológico-cultural fuera del cual sólo está la “antipatria”.

Si en el caso de Breivik el núcleo a proteger es la población escandinava de Noruega, a la cual se defiende con la “lucha patriótica” contra la “invasión islámica”, en el caso evista se trata de la etnia aymara, a la que se considera (Álvaro García Linera) como base para la hegemonía política y fuera de la cual se encuentran las minorías coloniales, como los cambas del Oriente y los chapacos del Sur, los blanco-mestizos de las ciudades del Occidente, la “derecha indígena” del TIPNIS, menonitas, descendientes de croatas y un largo etcétera.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

Como ha señalado en un ensayo el constitucionalista Wálter Arrázola, la nueva Carta Magna impuesta por el Movimiento Al Socialismo tiene un fuerte componente etnonacionalista, instrumento simbólico-identitario y jurídico que enmascara el interés material del sector cocalero del Chapare.

Dada su naturaleza excluyente, el etnonacionalismo conduce de manera inexorable al enfrentamiento. A veces, como en la tragedia noruega, mediante el atentado solitario, que acabó con la vida de 77 jóvenes. En otras, como en la Bolivia de Evo Morales, se azuza la confrontación étnica desde el poder, con el resultado de más de 60 muertos…

[email protected]