Susana Seleme Antelo
De ellas está plagada la práctica política del presidente Evo Morales en estos seis años de Gobierno. Han sido trampas arteras a la democracia, pues no hay otra forma de definir la afirmación del ‘vice’, cuando confesó impávido su ‘estrategia envolvente’ para que en la Constitución Política del Estado se aprobara una redacción ambigua que permite la re-re-elección de Morales. Es decir, por tercera vez, violando la norma, que solo faculta una segunda, y él ya fue relecto en 2009, luego de su primera elección en 2005.
Entre tantas estrategias para la toma del poder político-territorial-social del autócrata y sus hombres, se destacan las ‘estrategias militares envolventes’ como la aplicada al movimiento autonomista cruceño y de la ‘media luna’: Pando, Beni, Santa Cruz y Tarija. El objetivo era desarticular esa corriente de oposición política que hizo del viejo anhelo de autonomía –ni separatista ni terrorista– su bandera de lucha. Lo fue en toda su historia republicana frente al poder andinocentrista, sin importar el partido político que estuviera en el Gobierno, todos centralistas a rajatabla.
La estrategia militar envolvente contra la autonomía y sus líderes empieza con la toma de Pando en septiembre de 2008 y el encarcelamiento del entonces prefecto, Leopoldo Fernández –hasta hoy sin juicio–, sin que importaran muertos ni heridos de un enfrentamiento entre campesinos provocado por el ministro de Gobierno de la época, hoy restituido en el cargo. También en septiembre se ensaya otra estrategia militar contra Santa Cruz de la Sierra, cercada durante ocho días, a 17 kilómetros de la ciudad, por movimientos sociales organizados, armados y financiados por el poder central. No llegó la sangre al río, pero para entonces el Gobierno ya había empleado otras estrategias, sin descartar la militar.
El fin era el mismo: “aplastar” –el ‘vice’ dixit– al enemigo, que impedía la toma del poder total. Nada mejor que infiltrar el movimiento autonomista con un supuesto defensor de la causa, el húngaro-boliviano nacido en Santa Cruz, Eduardo Rózsa Flores, que pasó parte de su infancia aquí, ausente durante muchos años. Así se inicia la infame conjura terrorista-separatista contra la dirigencia política, cívica y empresarial cruceña para asestarle un brutal golpe, que no sería el último, el 16 de abril de 2009, hace ya tres años.
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Aquella madrugada, la noche cruceña se estremeció en la cercanía del céntrico hotel Las Américas, cuando un comando de élite de la Policía boliviana penetró violentamente en las habitaciones de Rózsa Flores, Árpád Magyarosi, húngaro, y Michael Dwyer, irlandés, y los ejecutó mientras dormían, sin mezquinar balas.
Diez días más tarde –26 de abril de 2009– la periodista Maite Rico, del periódico El País, de Madrid, fue la primera en dar la voz de alarma sobre la conjura. Según sus fuentes, “la seguridad del Estado boliviano contactó a Rózsa en España en agosto de 2008”. El 30 de diciembre de 2010, siempre según sus fuentes, Rico escribió que “quien realmente contrató a Rózsa fue el coronel Jorge Santiesteban, entonces jefe de Inteligencia de la Policía –hoy su comandante– y su segundo, el capitán Wálter Andrade. El objetivo era tender una trampa a los supuestos grupos separatistas y de paso liquidar políticamente a los principales dirigentes regionales… el coronel dirigió el asalto al hotel y se asesinó a los tres hombres ‘para borrar huellas’…” (continuará el próximo domingo).
El Deber – Santa Cruz