Juan Antonio Morales
Salvador Romero Pittari nos ha dejado. El país ha perdido a uno de sus hijos más ilustres y su prematura partida nos deja un gran vacío.
La obra intelectual del doctor Romero es inmensa. Fue fundador de la Universidad Católica Boliviana y su vicerrector durante un largo periodo, pero encima de todo, fue maestro de numerosas generaciones. Fue también un gran investigador en ciencias sociales, con numerosas publicaciones en libros y revistas de prestigio.
Enseño también en la Universidad de Lille, Francia, y era frecuente conferencista en foros internacionales. Si se podía hablar de un sociólogo boliviano, conocido más allá de nuestras fronteras, era de Salvador Romero.
Dotado de una gran inteligencia y poseedor de una vasta cultura, sus intereses académicos no se confinaban a la sociología, sino que iban mucho más allá, a la historia y a la literatura.
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Conocí a Salvador cuando éramos estudiantes en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Cuando llegó a Lovaina ya era portador de una licenciatura en derecho y otra en filosofía. Luego de sus estudios en Lovaina, continuó su carrera académica en Ginebra, Suiza, y en París, habiendo escrito su tesis doctoral con el famoso sociólogo Alain Touraine.
Su fino sentido de humor “pince sans rire”, como se dice en francés, le granjeaba la simpatía de todo el mundo. Tanto por sus conocimientos como por su don de gentes, los amigos de Bélgica le auguraban una brillante carrera diplomática, vaticinio que se cumplió cuando fue nombrado embajador ante la Unesco.
De regreso a La Paz, Salvador introdujo a los estudiantes la sociología francesa y la sociología americana, que por los años 60 tenían sus años de gloria. Renovó la enseñanza de la sociología y la sacó de la camisa de fuerza en que la habían puesto los émulos de Marx.
Salvador ponía mucho empeño a sus clases y mostraba una gran dedicación a sus estudiantes. Leía con paciencia y criticaba constructivamente sus trabajos. Sin duda, era exigente pero siempre justo. Con la socarronería que le era tan característica bajaba de su pedestal a los bellacos, sobre todo si no eran estudiantes.
Hombre de mundo, conocía personalmente a los pensadores más importantes de las ciencias sociales. Era cosmopolita, sin dejar de ser un boliviano a tiempo completo. Amaba al país con pasión y si algo le fastidiaba eran las destemplanzas regionalistas o étnicas. Tenía raíces cruceñas y tarijeñas, pero siempre pensaba en el país como un todo. Sus principales trabajos están dedicados al país.
Fue colaborador cercano del presidente Luis Adolfo Siles y de la presidente Lydia Gueiler. La lealtad era una de sus características más salientes. Me acuerdo todavía de su relato de cómo tuvo que escapar, con la presidenta, por los techos del Palacio y de la Catedral, cuando los esbirros de García Mesa se entraron a la Casa de Gobierno. El asesinato por la dictadura de los jóvenes miristas en la calle Harrington lo conmovió profundamente. Gran conocedor de la historia, llegó a la conclusión de que este asesinato marcaría el comienzo del fin del despotismo y tuvo razón.
En los últimos años, Salvador dirigió el Instituto para la Democracia de la Universidad Católica. Organizaba conferencias con gran ecuanimidad, invitando a populistas y a neoliberales. Salvador tenía una gran preocupación, que nos la hacía compartir, con el devenir de la democracia en el país.
Gran narrador y ameno conversador, las charlas con Salvador siempre estaban llenas de humor. Sus habilidades de narrador se reflejaban en sus columnas periodísticas, donde siempre le sacaba el lado divertido a las cosas.
En la Católica nos reuníamos en una pequeña pastelería, al frente del campus. A Salvador le encantaban las masitas de esa pastelería y para el resto de los contertulios era una delicia tenerlo a un conversador de tanto brillo. Lo vamos a extrañar al colega y amigo, y también en la pastelería al frente de nuestra universidad.
Página Siete – La Paz