El “milagro alemán” y sus costos

Jorge V. Ordenes L.*

Jorge V Ordenes L La prensa internacional viene diciendo que la economía alemana muestra signos de recuperación por encima de lo pronosticado luego de haber registrado números negativos el cuarto trimestre de 2011 principalmente debido a la cada vez más débil demanda agregada de las economías europeas que confrontan una crisis financiera sin precedentes. En marzo de 2012 las órdenes de compra de productos industriales alemanes registraron un aumento de 2,2 por ciento, 2,00 por ciento los bienes de inversión y 3,00 por ciento los bienes de consumo. Los fabricantes de vehículos Beyerische Motoren, Volkswagen and Daimler han tenido un aumento sin precedentes de ventas en China. El Washington Post acota que “con el reciente nivel de desempleo, el más bajo desde la reunificación, los trabajadores alemanes están asegurándose los aumentos salariales más elevados de las últimas dos décadas”, en tanto que la mayor parte de la zona del euro gime y desde luego sufre la política de austeridad financiera impuesta a rajatabla sobre todo por el conservadorismo europeo representado especialmente (pero no solamente) por la canciller alemana, Angela Merkel, y por el recientemente derrotado presidente de Francia, Nicolas Sarkozy. Es probable que el eje “Merkozy” haya pasado a la historia con la elección del presidente Hollande en Francia. No tardaremos en verlo.

De todas maneras vale la pena sopesar la opinión y el punto de vista de alemanes de dentro y fuera de Alemania que hoy postulan que el ajuste alemán ha sido doloroso y estoico sobre todo desde la crisis de comienzos de los años 2000 que afectó al “milagro alemán” y sobre todo a la clase trabajadora que tuvo que pagar un alto precio… mayormente silencioso.



Según ellos, las reformas comenzaron en 2003 cuando Alemania registraba un doce por ciento de desempleo. La solución oficial inapelable fue adoptar una política de ofrecer trabajo con menos sueldo (de unos mil euros al mes en promedio que apenas alcanzaban a un recién casado) y más flexibilidad en cuanto a trabajar 38 en vez de 35 horas semanales porque de lo contrario se decía amenazantemente que las fábricas no tendrían más alternativa que emigrar a países como Rumania donde la fuerza laboral aceptaría sueldos menores. El objetivo era reducir el desempleo alemán a un costo financiable y… ¡se lo redujo! Las fábricas no emigraron ni los precios de exportación subieron desproporcionalmente. Eso sí, la edad de jubilación se subió de 65 a 67 años en 2007 y si alguien subsidiado estatalmente optaba por pedir limosna, los inspectores calculaban los euros recolectados y los descontaban del subsidio. El resultado fue el descenso del desempleo de algo más de cinco millones, a tres millones en cinco años.

Desde el punto de vista macroeconómico y si Alemania hubiese continuado con el marco como unidad monetaria, lo que pudo haber hecho es devaluar el marco de modo que todo lo demás alemán incluyendo sueldos y costos hubiese encontrado un ajuste inmediato excepto lo importado, desde insumos hasta mercadería de otro tipo, que costarían más en marcos quizá con algo de inflación. Pero, claro, el euro no se puede devaluar lo que hoy favorece a Alemania pero resulta desbastador para una Grecia, por ejemplo.

El cimiento del “milagro alemán” está sobre todo en la resignación, el sentido de sacrificio y el espacio de maniobra (buena educación, cuidado médico, et. al. financiados por el estado) que ha tenido históricamente la clase media alemana que incluye la trabajadora. La huelga, el paro, el bloqueo como recurso de presión no cabe en la mente alemana, tampoco en su idiosincrasia porque sabe que es dispararse en el pie o peor, es disparar en la imagen del país en el exterior. Cree y confía en la negociación y sobre todo en la idoneidad y competencia de sus representantes. De ahí la gran posibilidad de avenirse antes de echar por tierra el acuerdo. Pero que los ajustes tienen costo, no cabe duda, incluso en Alemania.

*Miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua