En Palacio, ¿inquilinos nomás?

daniel-pasquier Daniel Pasquier Rivero

Hablar de memoria sobre conflictos a granel, incluyendo todo tipo de bloqueos, petardos o dinamitazos (según dónde), gasificaciones, manifestaciones pacíficas reducidas a golpes, marchas intervenidas, apresamientos apresurados atropellando “derechos” y, por supuesto, siempre, los “excesos”, es decir, torturas, puede proyectarnos a épocas que parecían remotas, dictaduras, cuando la recomendación era “andar con el testamento bajo el brazo. Pero resulta que también en otras más próximas, en plena democracia, se tuvieron escenarios similares, como el 2003, muchos de cuyos actores están todavía vivitos y coleando, y algunos, hasta gobernando.

¿Carácter nacional? No sabemos arreglar las cosas de a buenas. Se recurre a los medios ilegales y no para resolver las causas de los conflictos. Aparentemente existe una manifiesta incapacidad para comprender la dinámica social, que tiende siempre a ser de tira y afloja, porque unos quieren todo el poder dejando a los otros sin nada. O porque unos pocos se apropian de los recursos que son de todos, y tratan de distribuir los beneficios discrecionalmente, en general, solo entre familiares, amigos y correligionarios. El resultado obvio en cualquier sociedad es la vivencia de carencias insatisfechas, y en el caso nuestro, verdaderas necesidades básicas recluidas al fondo del saco entre promesas incumplidas. Por tanto, ni tontos que fueran los bolivianos como para no reclamar.



Sin embargo, lo que debiera ser normal, buscar desde el Estado soluciones a los problemas, empeñándose en resolverlos como primer objetivo, es convertido en la permanente “pulseta” entre los ciudadanos y el gobierno de turno. El Estado no responde eficazmente a las expectativas ciudadanas, ya que se prefiere convertirlo en “experimento social” y tratarlo como tal. En vez de ayudar a resolver problemas, se pasa a la observación; como estudioso investigador, quien vestido de bata blanca se pasea intrigado y curioso intentado descubrir hacia dónde corren las ratas. Hasta que salta la chispa, la genialidad, son “tensiones creativas”, lo que puede servir para título de otra conferencia y, quizás merezca un boletín para facilitar su estudio, pero que deja sin respuesta a la necesidad, que va desde más pan, más empleo, más educación, más salud, etc., hasta más democracia, más libertad. Se podrán introducir variables para hacerlo más atractivo, humos, ruidos, algunos tóxicos, shock eléctricos o palizas como a esa enfermera en La Paz que ahora encima la van a enjuiciar. Pero eso no es gobernar, y los insatisfechos permanecerán indignados con razón.

Según un estudio de la Fundación Milenio, que recoge a su vez otros publicados por CERES y Ciudadanía, los seis años de Evo Morales pasarán a la historia, definitivamente, entre otras cosas por la cantidad de conflictos durante su gestión. Algo contradictorio, porque muchos de los que votaron por su candidatura lo hicieron, no por simpatía o compartir ideología, sino apostando a que con su ascenso al poder vendría al país la calma, y con ella, trabajo; la solución a la pobreza. Pero, otra vez, sorpresa. Los conflictos han superado el récord de 25 años. Para hacerlo más corto, si el 2010 tuvieron lugar 811 sucesos que alteraron la normalidad en la vida del país hasta ganarse el merecido título de “conflictos”, el 2011 lo superó y, por lo que estamos presenciando, será nuevamente batido el 2012. Habría que añadir además que, previo a estos datos, se dieron hechos de “la calidad” de Huanuni, La Calancha, Porvenir o el cerco a Santa Cruz, que seguramente han marcado por muy largo tiempo la capacidad de convivencia entre bolivianos. Hay que remontarse a 1952, 1970-71, para encontrar tales grados de conflictividad y de profundidad en el enfrentamiento fraterno, que condicionarán cualquier alternativa a futuro.

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

El gobierno se enfrasca con el sector salud, de manera injusta, no solo ilegal. Para ser coherente con su discurso “demagógico” de salud universal y gratuita, para empezar, tiene que multiplicar por cinco el mísero presupuesto del sector: 3-6%. Eso, para ofrecer el mal servicio que hoy llega al 23% de la población. Alcanzar niveles satisfactorios en infraestructura, son millones; equipamiento y mantenimiento, más millones; hablar de insumos, una quimera, como los miles de ítems en todos los departamentos. Para eso tendría que quitar la zanahoria a los ministerios de Defensa y Gobierno, privilegiados de un gobierno que necesita guarda espaldas; en los últimos conflictos se ha visto “a los fieles”, solamente los cocaleros. Hasta los diputados que ha definido como “chuteros” se le han rebelado; no están dispuestos a compartir lo conquistado.

Pero el desorden social no es la desintegración nacional. No serán los universitarios, ni los fabriles, ni los mineros los que configuren el cuadro más dramático de los conflictos que enfrenta al gobierno con la ciudadanía, sino, la trágica marcha de los indígenas. Sometidos a todo tipo de presiones y estrategias intimidatorias, están como en un Vía Crucis, recibiendo las manifestaciones más humillantes, por discriminatorias y racistas, de la gente azuzada desde las esferas más altas del gobierno. Solo su entereza los sostiene. Todavía es tibio el apoyo material del resto del país, aunque se haya manifestado generoso en el apoyo moral a la causa. Con su sacrificio, ese despreciado centenar de indígenas ha desenmascarado a un falso gobierno indígena y, sin duda, hará tambalear a Evo Morales.

Todos al fin se convierten en inquilinos. Al principio, piden un contrato a largo plazo, pues parece que las utopías se confunden con el tiempo. Para después sorprender, como en este caso, antes de lo que se pudieron imaginar, que el pueblo empieza a pedir rescisión de contrato: más del 70% no quiere la reelección del presidente, según la encuesta de Fides. Y cuando el pueblo se cansa, da otra vuelta a la historia y, endereza, hacia la recta final.

El Día – Santa Cruz