Brillo. Una marejada de colores pasó rauda por la ruta del Gran Poder. Bailaron embajadores y el encargado de negocios de EEUU.
Lujo. El encargado de negocios de la embajada de EEUU, John Creamer acompañado de su esposa Liza.
La fiesta del Gran Poder, la mayor de La Paz, se celebró ayer con un derroche de color, fe, ritmo y folclore a cargo de unos 40.000 danzarines, entre ellos el encargado de negocios de Estados Unidos en Bolivia, John Creamer, y los embajadores de Alemania, Colombia, Dinamarca y Panamá.
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La celebración del Gran Poder nació a principios del siglo pasado con fiestas indígenas en barrios populosos, pero se convirtió en un desfile folclórico alrededor de 1940.
Las 64 fraternidades recorren ocho kilómetros bailando diversas danzas desde el barrio Garita de Lima hasta el centro de La Paz, en devoción al Señor Jesús del Gran Poder. Según la tradición, los danzarines prometen bailar durante tres años a cambio de que les cumpla sus peticiones.
La fiesta tiene como danza preponderante a la morenada, porque les permite exhibir su poder económico en lujosas máscaras, trajes, vestidos y joyas.
Precisamente, Creamer y el embajador alemán Philipp Schauer, la colombiana Martha Cecilia Pinilla, el danés Morten Elkjaer y el panameño Afranio Herrera se unieron a la fraternidad Señorial Illimani, una de las más antiguas de La Paz, para bailar esa danza.
La fraternidad de los diplomáticos, que ensayaron cuatro veces por semana durante un mes para participar en la fiesta, fue de las primeras en desfilar y una de las más esperadas y aplaudidas.
Los embajadores vistieron pesados trajes de ‘morenos’, compuestos de una chaqueta plateada con bordados borgoña y numerosas cuentas de plástico incrustadas. Pinilla, peinada con dos trenzas, se vistió como las emblemáticas cholas paceñas.
Una marejada de colores pasó rauda por la ruta del Gran Poder
Quien cree que el predominio de la morenada en el Gran Poder hace monótona la fiesta, no ha sentido en la retina la explosión del color de cada fraternidad, de cada bloque, de cada figura. La prueba desfiló ayer, una vez más, del oeste al centro de La Paz.
Juventud SP. Morenada de los residentes de Achacachi a su paso por el palco (Obelisco).
La Razón / Mabel Franco/Iblin Linarez / La Paz
Fue un desfile rápido, ciertamente. Los organizadores de la Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder obligaron a cumplir horarios, así que por la avenida Baptista hubo, desde las 07.30, una maratón de sicuris, achachis, cholas, diablos, tinkus. Había que verlos correr por la cuesta para dar alcance al grupo y acomodarse en los bloques.
Esto obligó a muchos a pasar raudos por las calles cercanas a la plaza Garita de Lima, casi sin coreografía. “Bailen, pues”, les reclamaba el público. Ciertos bloques, como los primeros de la morenada del Transporte Pesado, bailaron sólo al son de las matracas o sus cantos, muy desganados, pues la banda quedó atrás, lejos.
Tanta presión provocó ácidos reclamos de parte de los bailarines que, dijeron, no pudieron demostrar los pasos que les tomaron meses de ensayo. Y no pocos habrán llegado tan tarde, que bailaron sólo en la recta final.
Explosión. Pese a todo, el Gran Poder demostró que es brillo, contraste, encaje, exceso… La marejada que se deslizó, a veces dificultosamente, esquivando a público y vendedores —no pocas veces se oyó gritar “déjennos bailar”—, mantuvo cautivos a los espectadores, que se adueñaron de las sillas a partir del mediodía.
Es verdad que el retumbar de las bandas hace eco en la humanidad incluso de quienes no bailan, pero que se contagian del ritmo. Pero lo que provoca la reacción alborozada de la gente, los comentarios entusiastas, las críticas y discusiones, es el vestuario. No puede ser de otra manera. El primer golpe cada vez que aparece un nuevo grupo es el del color.
Este año, el verde en todas sus gamas se impuso: turquesa, agua, limón, petróleo, hoja seca… en degradé o en contraste con morado, café, amarillo, fucsia, blanco, azul. Pero también destacaron otros conjuntos: blanco entero, de pies a cabeza para las cholas guía; blanco y plomo para las cholas, café con azul para las cholas antiguas. Y lo mismo para las camisas y corbatas, pantalones, forros de las casacas de los morenos.
Mantas en arcoíris o corsets como wiphala a tono con las botas… Uñas y párpados del color de las polleras y los zapatos. Las posibilidades resultan infinitas. Y esto parece saciar las ansias de fiesta entre el público.