Desde la capital italiana, donde por suerte no repitió aquella barrabasada sobre la “lucha indígena contra el imperio romano”, Evo Morales ha afirmado muy suelto de cuerpo que la nueva Constitución lo habilita para una segunda reelección presidencial.
Lo cierto es que, literalmente, las cosas no son así, ya que las disposiciones transitorias de la CPE especifican que para el cómputo de los periodos de gobierno se tomarán en cuenta los ejercidos hasta el momento.
Sin embargo, nadie puede llamarse a engaño: la “Carta Magna” aprobada a sangre y fuego a fines del 2007 es, ante todo, una ley de reelección. Todas las demás cláusulas son prescindibles para el oficialismo. Todo, menos los mecanismos para la perpetuación en el poder del gobernante cocalero.
Si en la letra la oposición logró algunas rebajas, el espíritu re-electoral es claro.
El presidente-candidato ya está en campaña, aunque las encuestas lo muestran a la baja: 33% de aprobación contra aquel 64%, probablemente amañado, de diciembre del 2009.
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Si Morales elige un escenario internacional para esta suerte de lanzamiento de su postulación presidencial, quizás se deba, por una parte, al anhelo de recuperar algo de los apoyos europeos menguados por su atropello contra el TIPNIS. Aunque también es posible que la causa sea la mera megalomanía, el deseo de ser noticia en los medios internacionales.
Pero el intento de re-reelección del cocácrata tropezará con varios escollos: 1) la creciente imagen de Bolivia como un narco-Estado; 2) la alarma internacional sobre la violación a los derechos humanos en su gobierno; 3) el continuado éxodo político de sus ex bases sociales…