El gobierno de Evo Morales ha anunciado su intención de deponer al último gobernador no oficialista, en el departamento de Santa Cruz. Como en casos anteriores, la justicia controlada por el Ejecutivo es el instrumento para el derrocamiento. Se trata del postrer paso en una larga cadena de golpes regionales dados por el evismo, desde el 2008 hasta la fecha.
Todo comenzó con el Referéndum Revocatorio de ese año, consulta inconstitucional y de reglas inequitativas que despojó de su mandato a los prefectos de Cochabamba y La Paz.
Tal fue la “madre de todas las derrotas”, punto de inflexión que pulverizó la unidad del Conalde, tras la decisión de Rubén Costas de participar en la votación.
Luego vendría la destitución por la fuerza del gobernador de Pando, Leopoldo Fernández, y más tarde las de Mario Cossío (Tarija) y Ernesto Suárez (Beni), estos últimos vía guillotina judicial de la mal llamada Ley Marco de Autonomías.
Este mismo mecanismo es el que ahora se pretende utilizar para defenestrar al gobernador cruceño, crisis que ha disparado la reflexión de los analistas, varios de los cuales ensayan un legítimo tono crítico hacia las deformaciones caudillistas del proceso autonomista.
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Es el caso del constitucionalista Juan Carlos Urenda, ideólogo del Estatuto cruceño, para quien “el gobierno olvida que la causa autonómica va mucho más allá de Rubén Costas”.
De igual forma, el columnista Daniel Pasquier recuerda que “La autonomía se la quisieron apropiar unos cuantos, aquí y allá, y ese es el primer error fundamental”, agregando que “Para los cruceños la causa no se ha perdido; seguiremos luchando, en democracia y con convicción”.
Por su parte, el ex presidente de la Asamblea Provisional Autonómica, Carlos Pablo Klinsly, va al fondo de la cuestión señalando que la autonomía es “una asignatura pendiente”.
“En Santa Cruz se congeló la aplicación del Estatuto cruceño” y la Gobernación “se dejó arrebatar hasta el edificio del Seduca”, dice.
Una nota de amarga lucidez la pone el empresario Alfredo Leigue, recordando que tras el “proyecto impecable” de las “quinientas mil firmas” Santa Cruz pasó a la “caída de las estanterías”, al “cambio radical del discurso”.
“Archivo de obrados. Silencio sepulcral. La virtud se convierte en pecado. Las banderas a los cajones. El discurso a los anaqueles. La sustancia es reemplazada por la trivialidad. La alegría por la amargura. La esperanza por la frustración”, dice.
Y concluye Leigue: “Hoy quieren que el pueblo active el autoencendido”.
Esperemos que, en este desafiante contexto, Santa Cruz sepa aunar la necesaria reacción ante el avasallamiento totalitario a los gobiernos subnacionales con la imprescindible visión de renovación de los liderazgos regionales…