Ismael Gámez Bustamante, Héroe de la guerra del Chaco. Sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietas se reunieron el 17 de junio para celebrar sus 102 años de edad.
Último benemérito apoleño cumple 102
FESTEJO. Hijos, nietos y bisnietos del benemérito le cantan “cumpleaños feliz”. Aleja Cuevas La Prensa
Los hijos, nietos, bisnietos y tataranietas se reunieron el 17 de junio para celebrar un aniversario más de Ismael Gámez Bustamante.
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No tengo palabras, ya no puedo hablar y no veo bien”, dijo entre lágrimas Ismael Gámez Bustamante la tarde del domingo 17 de junio, cuando cumplió sus 102 años de edad, rodeado de sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietas.
El apoleño, quien no mide más de 1,50, en su día comió enrollado de cerdo, el plato típico de su pueblo, y bebió medio vaso de whisky al son de Apolo querido, Boquerón abandonado y 8 de diciembre, piezas que le cantaron sus hijos Beber, Gonzalo y Óscar, quienes hicieron recuerdo de su adolescencia y juventud. Aquella tarde, mientras sus hijas Flor, Deysi y Gladys recordaban su infancia con los demás, Ema, la menor, hacía cálculos. “Mi padre tuvo ocho hijos: tres varones y cinco mujeres, la última falleció a los seis años. Tiene 25 nietos, 44 bisnietos y dos tataranietas”, anota en papel.
El aniversario reunió a un centenar de su descendencia en la vivienda situada en la zona El Pedregal, donde reside hace dos décadas. El traje de color beige y las tres condecoraciones, que fueron entregados una vez que regresó de la guerra, son los únicos “trofeos” de la defensa del territorio boliviano de manos paraguayas. A su retorno, trabajó como profesor interino en Apolo. Allí se casó con Encarnación, su compañera por 71 años, pues ella lo dejó a las 11.30 del 14 de enero de 2011.
Después de esa fecha, Ismael pone casi todas las mañanas flores frente al retrato de su amada, colocado en un repisa cerca de su habitación. “Lloró desesperadamente. Él siempre pensó que se iba a ir primero, dada su edad, porque le llevaba por 10 años a mi madre”, recuerda Ema.
A pesar de sus 102 años, Gámez es disciplinado y minucioso con todo, incluso con su ropa. “Sabe dónde están guardados su chompa y sus calcetines, tiene una memoria bárbara”, afirma María Juana, conocida como “Dana”, la mujer que lo atiende y lo cuida. “Él desayuna a las 07.00 y almuerza en punto, a las 12.00. Le gusta el pescado”, comenta.
El último. En su habitación, no más de cuatro por cuatro metros, Gámez tiene un ropero y su velador, y sobre éste está una caja de mates y medicamentos; detrás del mueble también guarda sus tres bastones: uno la compró hace 30 años y los otros fueron obsequios de sus amigos, según dice. Y hay un tanque de oxígeno a dos pasos.
El benemérito de 102 años, de ojos pequeños y de boca entreabierta, se sienta al borde de su cama y saca de su billetera dos credenciales emitidos por la Confederación Nacional de Excombatientes de la Guerra del Chaco y la Federación de Héroes Nacionales de la Cañada Strongest y los muestra con orgullo. “¡Ahí hemos liquidado a los paraguayos!”, afirma, mientras sostiene en su mano derecha el segundo documento.
HACE 80 AÑOS. El hombre, quien vivió en Coroico y recorrió los barrios de La Paz de norte a sur, recuerda que en el segundo año de la guerra (1933), cuando tenía 23 años, estaba en el monte y llegó a Apolo la orden para presentarse en el Ejército, pero hubo la propuesta de no ir. “Reuní a 27 jóvenes, salimos por vía Pelechuco y llegamos a Achacachi, a pie, en mulitas y caballitos, en 18 días. Estuvimos un mes ahí y luego pasamos a Viacha, después partimos al Chaco, un domingo de Carnaval, por ferrocarril hasta Villazón. En algunas partes nos daban rancho, en otros no. De Villazón a Tarija y de ahí en carro, directo a la guerra”.
Con la memoria aún fresca y la voz entrecortada, Ismael recuerda que su hermano mayor fue a la guerra en 1932, él se sumó en 1933 y su hermano menor en 1934. En el tiempo que duró la contienda, los hermanos nunca se vieron. “Estábamos en todas partes, un día en un lugar, otro día en otro sitio. En la batalla de Cañada Strongest se rindieron, cansados y hambrientos, no tenían comida; en cambio, nosotros teníamos todo”, rememora el hombre de un siglo y dos años, que hace un paréntesis para comentar que la coca alivia los malestares estomacales.
Cerca de 50.000 fueron de Bolivia a la Guerra del Chaco, calcula Gámez, y de Apolo, 980 personas, precisa. “Ahora no queda ni uno, ni uno. Yo soy el único, todos han muerto”, afirma a propósito de los apoleños.
En la guerra no existen amigos. “Cada uno está con el fusil y detrás de un tronco; si vamos a tener amigos (nos matan)”.
Dijo que guardaba tres cuadernos grandes llenos de fotos y publicaciones como sus mayores tesoros y que nunca los mostró a nadie. “De la guerra me vine directo a La Paz. Yo no quisiera nada, ya no almuerzo, sólo caldito tomo, unas cuatro cucharitas; una lagua de choclo es lo que más me gusta. En la tarde tomo trimate con mi pancito y nada más. Así es mi vida, no puedo mentir”.
Según Ema y Flor, él pide a sus hijas que recen para que se vaya de una vez. “Él ya quiere irse, nos pide que le roguemos al Señor para que le recoja porque se siente bastante cansado y quiere irse al lado de la mamá”.
ORGULLO Y ATENCIÓN DE SUS HIJOS PARA CON SU PADRE. Cada lunes, Ismael Gámez prende una vela a la imagen de su esposa. “Le habla, le conversa, le dice que está bien”, comenta su hija Flor. Aunque vive solo, su hijo Óscar, general de división, lo visita cada sábado y entre todos los hijos y nietos comparten un almuerzo para acompañarlo. “Me siento feliz de tener aún vivo a mi padre”, dice el oficial.
Gustos. Ají de poroto y de maní son sus platos preferidos, dicen sus hijas.
“Cuando cesó la guerra, los soldados paraguayos y bolivianos nos abrazamos. Eso me impresionó mucho”.
44 es el número de bisnietos que tiene Ismael Gámez, además de dos tataranietas.
Él nació el 17 de junio de 1910 y fue a la Guerra del Chaco en 1933, a los 23 años. Sus hermanos mayor y menor también se enlistaron, ellos ya murieron. Ismael, segundo hijo de la familia, tiene 11 hermanos y seis de ellos aún viven.
“Yo no quisiera nada, ya no almuerzo, sólo caldito tomo, unas cuatro cucharitas; una lagua de choclo es lo que más me gusta. En la tarde tomo trimate con mi pancito y nada más”.
Ismael Gámez Bustamante / BENEMÉRITO DE LA GUERRA DEL CHACO