Alfredo Leigue
Creo en mi pueblo, el pueblo de Santa Cruz cuyos propósitos permanecen intactos y su bravura incólume. Creo que sin embargo esta a la espera de mejores días. Días en los que de sus mejores hijos surja un nuevo líder. Forjado en la llama del conocimiento y en la fragua de la voluntad. En el ascetismo del espíritu y en el freno de las pasiones desmedidas. En el crisol del racionalismo y en la prueba de la democracia. Que sepa actuar pero primero escuchar. Que subordine lo suyo al bienestar general y que tenga como primera tarea la reconstrucción de la dignidad. Que tenga una férrea voluntad que transcienda los enunciados y deje un legado de acción duradera.
Creo que los tiempos de los pueblos se miden en generaciones enteras. No podemos pensar en Santa Cruz en los tiempos de los hombres o en años electorales sino en los tiempos de las culturas y las civilizaciones. Hay periodos de esplendor y periodos de decadencia como hubo una Grecia de Pericles y hoy vemos una Grecia decadente. Como hubo una Roma de la Republica y después una Roma imperial, poderosa pero decadente como la de Nerón o la de Claudio.
Creo que la cura y el alivio a las heridas y el daño al amor propio son la tarea urgente e importante. Restaurar la dignidad perdida va más allá de una acción circunstancial. Es una tarea de todos y pasa por mirarnos por dentro y redescubrir nuestras virtudes como colectivo. De la conciencia del ser, rescribir la nueva agenda y pasar al hacer. Ya hemos gastado la primera docena de años del siglo 21 y estamos improvisando nuestro paso por estas décadas. Que no vaya a ser un espacio en blanco en nuestra historia de mediocres logros y de efímeros emprendimientos.
Este nuevo siglo debe ser de luces y aciertos y la formula esta en el ejercicio de la libertad y en la diseminación del espíritu libertario. La libertad se ejerce eligiendo y cada día nos enfrentamos a elecciones cada vez más difíciles. Hoy debemos elegir entre callarnos o decir. Entre actuar u omitir. Y las consecuencias de esas elecciones llegan de afuera y de adentro. Debemos elegir entre ser y no ser. Por eso yo elijo tener fe. Fe en que más allá del corto plazo tenemos un destino de gloria. Fe en que algún día los mejores hombres nos propondrán mejores días y el resto tendremos la lucidez de seguirlos. Fe en que el bien prevalecerá y tendremos una paz y progreso duradero.
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Pero la fe no es suficiente. También debe haber otra elección. Una elección inevitable. La elección entre ser dignos o rastreros. Y ser digno, con todas las letras es decir lo que pensamos y ser consecuentes con lo que predicamos. Tener un propósito único y no dobles agendas. Que lo que se diga en público se practique en privado. Que no permitamos que ciertas membresías hagan ciudadanos de primera y de segunda. Que la causa colectiva se construya en el descampado y no entre cuatro paredes. El día en que eso suceda. La hermandad será fuerte por su transparencia. Propositiva por su claridad de objetivos. Duradera por sus principios. Decidida por su liderazgo. Y eterna por sus lazos y afectos.