Derby español: Barcelona – Madrid


derbyEl debate es más viejo que el fútbol. ¿Es posible fabricar al jugador perfecto? Los puristas apuntan a que los grandes cracks se crean en la calle, sorteando piedras, baches y patadas, embocando goles en porterías marcadas con sudaderas. Otros, defensores de la tecnificación, creen que con unas buenas condiciones físicas se puede modelar al jugador hasta convertirle en una especie de superhéroe. Ganaban los primeros porque no hay método capaz de diseñar el cambio de ritmo de Cruyff, la omnipresencia de Di Stéfano, el regate de Pelé o el dominio de pelota de Maradona.

La cosa comenzó a igualarse desde el momento en que empezaron a medirse, desde bien temprano, dos chicos en Europa. Uno era pequeñito, alborotador, argentino y zurdo como Diego. Había llegado al Barcelona porque aprecieraron su talento e invirtieron en su crecimiento físico. Del resto se encargó su monstruosa capacidad técnica. El otro tenía el carácter rebelde de los chicos isleños. Largo, fuerte y diestro, saltó de Madeira a Lisboa para entrar a la vez en los álbumes de cromos y en los catálogos de gimnasio. En elUnited, en cambio, entró con el pie derecho. Ese le permite imprimir efectos imposibles al balón. Lo nunca visto. Desde que ambos ocupan la primera línea de combate vienen enfrentándose, primero a distancia, con escaramuzas ocasionales en Champions. Ahora es la Liga la que disfruta de un pulso de leyenda: Leonardo y Miguel Ángel, Quevedo y Góngora, Joselito y Belmonte, Messi y Cristiano.

El factor diferencial Por encima de actitudes, a puro fútbol, y con la perspectiva de los tres años desde que el portugués aterrizó en el Bernabéu, Messi y Cristiano se han hecho mejores por caminos similares. Ambos encontraron a entrenadores que potenciaron sus habilidades. Guardiola liberó a Messi y le dejó campar a sus anchas para que interviniera donde, cuando y como le diera la gana. También Cristiano abandonó la cal con Mourinho para barrer todo el frente de ataque. El resultado, dos talentos multiplicados que han destrozado todos los registros individuales. Peldaño a peldaño. Si uno marcaba 42 goles en Liga, el otro lo batía hasta llegar a los 50. Una locura.



A Messi sólo le gustan los focos del estadio, cuando rueda la pelota. Ahí es el abusón del recreo. Su cuerpo menudo se escurre entre enemigos como si fuera un pez. Cristiano, en cambio, atrae todos los focos también fuera del campo, con ese punto de chulería al señalarse el muslo derecho tras un golazo. Lo ha esculpido con cientos de horas de trabajo, de perfeccionamiento, para ser el mejor. Y no puede evitar que la herida sangre cuando le nombran a su oponente en cualquier campo. Es el precio de la rivalidad. La elección innecesaria El siguiente paso del enfrentamiento es la elección. Unos, la mayoría, se decantan por Leo, el talento innato multiplicado por el PepTeam. Otros, sobre todo madridistas, son de Cristiano, el superfutbolista, la estatua griega esculpida a base de trabajo. Pero poco a poco crece una tercera vía que reclama la inutilidad de la elección. Al fin y al cabo, qué sentido tiene descartar a uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.

Fuente: Marca

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