Campo minado


Edson Altamirano Azurduy

ALTAMIRANO En algunos Estados del mundo -vecinos entre sí- se dispusieron territorios hostiles -fronterizos- demarcaron un campo con artefactos explosivos, para recordarnos que entre tales naciones permanece latente un sentimiento fratricida; son monumentos tenebristas que simbolizan la precariedad de la condición humana, un relato dadaísta del odio entre los Hombres.

Al igual que esos territorios inertes, gobernados por la muerte, se han erigido -en la actualidad- otro tipo de escenarios que han minado el accionar de las personas dentro el territorio que como Estado los conforma. Hacemos referencia al campo de la política.



El ejercicio de la política en nuestro país ha develado la esencia del ethos boliviano. Lo que antes se hallaba oculto tras un halo de comunitarismo, solidaridad, humanidad, etc., sin darnos cuenta -o tal vez sí- nuestras acciones políticas nos han despojado de estos emblemas -ficticios por cierto- para develar nuestra naturaleza social sórdida e inhumana.

La política en Bolivia ha minado todo los resquicios de la vida de sus ciudadanos, no con detonadores de contacto, pero sí con artefactos más sofisticados que en relación a los otros no sacrifican el cuerpo de los desdichados, sino, cercenan su alma y doblegan su voluntad hasta esclavizarla.

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Son ejemplos de campos minados la justicia politizada; el ministerio público instituido como instrumento de persecución; las leyes sancionadas para hegemonizar un sistema minoritario de pensamiento occidentalizante; la interpretación de la ley sesgada, manipulada, distorsionada y focalizada para enjuiciar a los opositores; la prensa amedrentada y vapuleada como instrumento servil a la derecha; el cinismo en el ejercicio de poder del partido en función de gobierno, que recompensa los actos de corrupción, el manejo delincuencial de los bienes de la cosa pública, el acoso político y la chicanería a favor de los partidarios del Movimiento al Socialismo; la parcialización del poder y sus leyes a lo informal, lo ilegal y lo delictivo. Por último, el retroceso en los derechos civiles, políticos, económicos y culturales da cuenta de un escenario intransitable, un escenario de represión y de violencia sistemática, donde prevalece la impostura y la anomia en el poder.

Estos, son campos minados digitados desde el poder central para crear un escenario caótico e inestable; donde el malevaje, el agiotista, el delincuente, el irracional, el acosador, el deshonesto, el ruin y el mentiroso se constituyen a nivel local en los esbirros del centralismo, los que por argucias intimidatorias y/u otras artimañas criminales han copado los espacios del control social, los sindicatos, las organizaciones sociales, federaciones, confederaciones, etc., para servir como delatores, querellantes y cazadores salvajes y sanguinarios de la oposición. En el mayor de los casos, no son tipos extraños u ajenos al ámbito en el que actúan, son personajes con los que se ha crecido a la par y se han compartido algunas vivencias; vecinos, conocidos y algún que otro amigo, que el tiempo ha generado en ellos divergencias de vida; pero nunca como para complotar contra la humanidad del otro, para que a costa de múltiples invenciones y solapadas en la ley, se los persiga hasta privarlos del más elemental de los derechos civiles: el derecho a la libertad.

Maniatado y esposado conducido a un reclusorio para criminales, el político incauto, o sea el honesto y trabajador, es presa de un sistema judicial corrupto, que delinque al prostituirse como instrumento represivo del poder político; al mismo tiempo, este mismo aparato judicial muestra su faz anti ética, al ordenar una detención, sin pruebas fehacientes; baste la composición maquiavélica, en oficina pertrecha de un mal abogado, quien a costa de las mismas elucubraciones debió profesionalizarse, se entretejen calumnias, difamaciones y pruebas de mercado persa, para acometer contra la dignidad y la libertad de un buen ciudadano.

De la misma forma que los campos minados territorialmente, en Bolivia se está sentando precedente a lo posteriori, el que minemos los campos de la vida y de nuestras interrelaciones sociales. Estamos sentando las bases de un país sin Estado, en el que cada retícula de nuestras interacciones, incluso las más elementales, como las de defecar en paz sean intervenidas por un esbirro del centralismo con un dispositivo, que por el impacto pringue la casa del vecino y este luego nos acuse de terrorismo.