Es una de las pocas voces vivas que resucitan el recuerdo de cuando Guevara era un niño asmático y un trotamundos insaciable. Habla de un Ernesto que cuando se lanzaron juntos a un viaje, quería ganar dinero para comprar un barco y navegar a pierna suelta por el Orinoco
Carlos Ferrer habla de Ernesto Guevara con el asombro de un niño. Habla, por ejemplo, de cuando los dos, en la estación de Retiro de Buenos Aires, se subieron a un tren para pobres rumbo a Bolivia, donde días después casi se los lleva la muerte en un naufragio que padecieron en las heladas aguas del Titicaca.
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Carlos ‘Calica’ Ferrer fue el entrañable amigo de infancia y de juventud que compartió en 1953 el segundo viaje con Ernesto Guevara por La Paz y por otras ciudades de América del Sur. “En ese periplo fue que Ernesto empieza a transformarse en el revolucionario Che”, dice Calica, que aquella vez gozaba de la fuerza de sus 24 años de edad y que ahora, desde un hotel del centro de Santa Cruz, recuerda que el objetivo de aquel entonces era llegar a Venezuela para encontrarse con Alberto Granado, el compañero del primer viaje con Ernesto, luego trabajar para hacer ‘guita’, comprar un barco y navegar libremente por el río Orinoca.
Ferrer, que consiguió las visas para Venezuela en La Paz, llegó a Caracas y se encontró con Granado. Pero Guevara se fue a Guatemala hasta llegar a Cuba, donde se convirtió en ese hombre universal, en el Che Guevara que volvió a Bolivia para morir asesinado por el Ejército boliviano un 9 de octubre de 1967 en el pueblo remoto de La Higuera.
– ¿Cómo es eso que Guevara casi pierde la vida en 1953?
– A comienzos de agosto de 1953 casi perdemos la vida, con Ernesto Guevara. Fue en el lago Titicaca de Bolivia donde estuvimos a punto de naufragar. Habíamos alquilado un bote cuyo capitán hablaba aimara. Ernesto quería ir a la isla del Sol y ver el templo. Llegamos a un lugar y un hombre, el ayudante de la embarcación, dice que ya estábamos en el lugar, pero Guevara le refuta y le dice que eso no era la isla del Sol. El otro admite que había mentido, pero se justifica diciendo que ya era tarde para seguir viajando. Decidimos continuar y al retornar se hizo la noche, nos agarró una tormenta terrible, el capitán se entregó a la Pachamama y rezaba, y con Ernesto empezamos a remar tratando de buscar la costa, un oleaje de metros nos atacaba. Sobrevivimos. Ernesto sacó una foto y 50 años después yo volví al Titicaca y con la foto en mano recorrí la costa en busca del capitán de aquella vez. Entre mucha gente vi a un veterano con una gorra y era él. Yo tenía 24 años y Ernesto 25. Ambos salimos de Buenos Aires el 7 de julio, en un tren de segunda.
– ¿Cómo empieza esa aventura?
– Ernesto era un tipo inquieto, muy lector, al que le gusta viajar. No se quedaba con la versión de la lectura. Antes había viajado por el norte argentino en una bicicleta a la que le puso un motorcito. Dormía donde podía. También había viajado como paramédico en la flota mercante argentina.
El trayecto que realizó conmigo fue a consecuencia de viaje en motocicleta que hizo en 1952 con Alberto Granado. La moto se les rompió en Chile y a partir de ahí se las ingeniaron sin dinero. En ese momento Argentina gozaba de simpatía por el fútbol, el cine, el teatro, la literatura, por Perón y Evita. En 1952 Guevara debía 13 materias para terminar la carrera de Medicina. Cuando llegó a Argentina me dijo: “Calica’, preparate que dentro de un año viajamos”.
Me propuso que empecemos por Bolivia. Ernesto salió de médico y yo he ido a verificar las notas.
– ¿Cuál era su destino cuando salieron de Argentina?
– Nuestro destino era Caracas (Venezuela), donde estaba Alberto Granado, que trabajaba de bioquímico y, según sabíamos, estaba en una buena situación económica.
Salimos con muy poco dinero. En la embajada de Venezuela en Argentina no pudimos conseguir la visa. Recuerdo que a Ernesto un médico venezolano le había dicho en 1952 que cuando se reciba de médico tenía un lugar asegurado en Venezuela.
Por eso pensábamos llegar a Caracas, trabajar un tiempo, hacer ‘guita’ y después irnos los tres (Ernesto, Granado y yo) a vivir a Europa. Pero también Guevara quería juntar plata para comprarse un barquito para navegar por el río Orinoco, dedicarnos a vivir de la caza, de la pesca, del trueque. Pero el destino metió la cola…
– ¿Qué hizo el destino?
– Ernesto fue marcado por la guerra civil española (1936-1939). Cuando teníamos siete años, varios exiliados españoles llegaron a Córdoba y muchos se hicieron nuestros amigos.
También le impactó la revolución del MNR en Bolivia, eso ha de haber influido mucho en las decisiones que después tomó, la posibilidad de que acá sí se puede hacer una revolución. Si se había hecho una, ¿por qué no hacerla de nuevo? Calculo que eso pensó Ernesto aquella vez.
En Bolivia también vio en la mesa de un restaurante a una familia cuya empleada, una niña indígena, comía en el suelo. Ojo, Guevara ya había visto eso antes en el norte argentino.
En La Paz fuimos a la Bolsa Negra, una mina de wólfram en el cerro Illimani. Ahí vimos un camión con mineros que habían venido a reprimir un movimiento contrarrevolucionario. A los mineros también los observábamos desde el hotel Sucre (en el Prado). Pasaban con ametralladora y cartuchos de dinamita.
– ¿Cuánto tiempo vivieron en La Paz?
– Un mes y pico. La pasábamos tan bien que un día se levantaba él y me decía: Che, nos tenemos que ir. Ernesto se había medio enamorado de una chica, y yo de otra.
– ¿Dónde estuvieron hospedados?
– Primero en una pensión de mala muerte. Después conseguimos una muy linda cuyo dueño era un argentino que estaba casado con una boliviana. Fuimos conociendo gente y nos invitaban a las mejores fiestas; por ejemplo, al famoso Gallo de Oro, que según nos dijeron era de uno de los llamados ‘barones del estaño’.
Ahí iban los jerarcas de la política, un lugar donde corría la ‘pichicata’, el mejor wiski del mundo.
– ¿Con qué recursos se mantenían?
– Estaba tan devaluada la moneda boliviana que a nosotros nos parecía un paraíso. Las pensiones eran superbaratas. La parte más linda de nuestro viaje fue en el Titicaca y en Machu Picchu.
– Me contó hace un momento que usted y Ernesto tuvieron relaciones con algunas damas, ¿cómo fue ese pasaje?
– Mi experiencia sentimental fue más importante que la de él. Un día estaba yo en la galería del hotel Sucre y veo a dos chicas bastante lindas. Bajo, cruzo la calle y le hablo a una. Se acerca otro tipo, tal vez un poco más grande que yo, morochito, la encara a la otra nena y dice: “Vamos a comer unos sándwiches”. Calzamos con las dos y el hombre me dice que era embajador venezolano en La Paz. Vivía con 8.000 dólares de sueldo. No le alcanzaba el tiempo para gastar el dinero. Un día le dije que yo y Ernesto necesitábamos visa y al tiro no las tramitó.
– ¿Ocuparon las visas?
– Yo sí. Ernesto no la usó porque se fue a Guatemala, donde conoce a su primera mujer, que era del partido Apra, con ella se casa y tienen a su hija Eldita.
En Venezuela me enteré, al poco tiempo, dónde estuvo metido Ernesto. Estaba yo mirando el diario Nacional cuando aparece una foto donde se ve a un grupo de cubanos, entre ellos a Fidel Castro, y a un médico argentino de nombre Ernesto Guevara.
No la podía creer. Ahí empieza el Che. Guevara no nació como Che. Él supo aprovechar las oportunidades que le dio la vida. Ganó la batalla de Santa Clara, fue el primer comandante elegido por Fidel, fue presidente del Banco Central de Cuba, ministro de industria, embajador itinerante. No volví a verlo personalmente nunca más a Ernesto. Granado se fue a Cuba.
Me mandó decir que vaya, pero me aclaraba que cortarían relación con el mundo capitalista dentro de poco. Yo necesitaba ganar guita para mi vieja y Granado me mandó de regalo una cartera. Un amigo me dice que fue a propósito, porque a mí me gusta mucho el dinero.
Antes, en Bolivia, recuerdo que una vez salimos rumbo a Copacabana. Íbamos arriba de un camión y Ernesto dijo que se olvidó la cámara fotográfica y se tiró del camión. Yo lo esperé en Copacabana. Ahí vimos a un cura español con billetes en una mano y con la otra daba bendiciones a unos indígenas que hacían fila. Resulta que les estaba vendiendo terrenos en el cielo.
– ¿Cuándo vuelve Ernesto a Argentina?
– Retornó cuando tenía 32 años de edad. Ya era el Che. Fue después de un encuentro político en Punta del Este. Pidió ir a Buenos Aires a ver a una tía suya que se estaba muriendo. Estuvo un rato con ella. Antes, sus padres fueron a Cuba. Camilo Cienfuegos le dio la sorpresa. Me impresionó la foto en la que se lo ve a Ernesto abrazando a su madre. Las cosas que ella habrá vivido todo ese tiempo.
– ¿Cómo recibió la muerte del Che?
-Vi su foto y mi subconsciente no quería creerlo. Me enteré a los dos días. Sabía que estaba en Bolivia. Yo estaba en Caracas. Fue un golpe terrible. Ahora, en Vallegrande, vi en el museo unas fotos de cuando encontraron los restos, me fue duro ver eso. No las había visto antes.
Perfil
Cómplice con equipaje de mano
Carlos ‘Calica’ Ferrer Zorrilla nació en Alta Gracia, Córdoba, el 4 de abril de 1929. A los cuatro años conoció a Ernesto Guevara de la Serna, gracias a que los padres de ambos eran amigos. Lo recuerda como un niño que se instaló con su familia en esa localidad a buscar un alivio para su asma.
Ernesto y Calica mantuvieron una amistad íntima durante la infancia y la adolescencia. En 1953 emprendieron. juntos. un viaje aventurero por Latinoamérica, al final del cual Guevara termina convertido en el Comandante Ernesto Che Guevara.
Actualmente, Calica Ferrer vive en Buenos Aires con su familia y se dedica a estudiar y a difundir la figura de su amigo Ernesto. La semana pasada viajó a La Higuera, para recordar un año más de la muerte del guerrillero. Por primera vez vio las fotos de cuando encontraron sus restos en la pista de Vallegrande.
Calica es autor del libro De Ernesto al Che, el segundo y último viaje de Guevara por América Latina. El libro ofrece también fotos inéditas de la infancia y juventud en la ciudad de Alta Gracia (Córdoba) y del viaje aquel. (Fuente:Editorial Marea)