Jean Paul Gaultier: “Carla Bruni tiene más estilo que «madame» Hollande”

jean-paul-Gaultier«Mi osito de peluche se casó el mismo día que Fabiola de Bélgica». Puede sonar a una locura, pero es solo otra de las geniales excentricidades del diseñador Jean Paul Gaultier (Arcueil, 1952). «Tenía 17 años y recuerdo perfectamente lo guapa que iba la Reina de los Belgas. Entonces los niños no jugaban con muñecas, así que cogí mi osito de la infancia, que se llama Nana, y lo vestí con un traje de novia para celebrar el enlace real». Nana, el osito, es una de las vedettes de «Jean Paul Gaultier. Universo de la moda: De la calle a las estrellas», la exposición retrospectiva del modisto que se inaugura este sábado 06 de octubre en la Fundación Mapfre.

Aquel peluche fue la primera modelo en lucir muchas de las creaciones que han convertido a Gaultier en una superestrella de la moda (véase el icónico corsé de conos que lució Madonna en su gira «Blonde Ambition», en 1990). «Aquel corsé estaba inspirado en uno de papel que diseñé para Nana cuando era un niño… Se podría decir que ese osito fue mi Linda Evangelista personal». Gaultier siempre pensó que las retrospectivas «son solo para funerales», por eso prefiere hablar de «instalación contemporánea» cuando se refiere a esta muestra: 110 modelos de alta costura y prêt-à-porter lucidos por maniquíes «humanizados» con rostros interactivos creados mediante proyecciones audiovisuales que sorprenden por su vívida presencia.

—Pierre Bergé, socio de Yves Saint Laurent, dice que la alta costura ha muerto. ¿Qué tiene que decir a eso?



—De alguna manera tiene razón, aunque no completamente. Es verdad que Yves Saint Laurent perteneció a una generación de grandes «couturiers» y que tras su muerte dejó un vacío. Pero también es justo decir que, tras la muerte de Saint Laurent, Bergé intentó que la alta costura muriera con él. Pero no fue así. Yo trabajé con Pierre Cardin y Jean Patou, dos polos opuestos de la alta costura. Y en ambas «maisons» aprendí viejas técnicas de esta profesión que todavía sigo utilizando.

—Algunos diseñadores de su generación, como John Galliano, han terminado perdiendo el control por culpa de las presiones. ¿Cuán duro es ser diseñador en estos momentos?

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—Este trabajo consiste en crear la ropa que vestiremos mañana, y el hoy ya es pasado. Así que ésta es una profesión con una vida muy corta. Cuando presenté mi primera colección, estaba tan nervioso que casi vomito… ¡Gracias a Dios ya no siento tanto estrés antes de cada desfile! Los que trabajamos en moda queremos gustarle a todo el mundo, pero cuando gustas mucho se hace más y más difícil mejorar o superarse.

—¿Los creadores trabajan cada vez más pensando en la crítica?

—Creo que hay más gente trabajando en moda que vistiendo la ropa que produce esta industria. ¡Es una locura! Es como un matrimonio consanguíneo. Más allá de ese fenómeno, desde ya que me importan las críticas. De hecho, los únicos diseños que me gustan son aquellos que le gustan al público. Diseño para vender, para que mis colecciones tengan éxito. Veo mi trabajo como un servicio a la comunidad. Si mis diseños no sirven bien, si no gustan, puedo llegar a sentirme terrible.

—Hace 15 años rechazó la oferta de dirigir la firma Givenchy porque la consideraba «demasiado burgués». Entonces, ¿por qué años después asumió la dirección creativa de una «maison» tan clásica como Hermés?

—Cuando era un adolescente Hermés no era sinónimo de moda para mí, representaba perfumes y pañuelos. Jamás estuvo en el universo de marcas que amo como Saint Laurent, Courrèges o Pierre Cardin. De hecho, no existe un «señor Hermés». Pero después crecí y aprendí a mezclar estilos de diferentes castas. Y un día fui a un desfile de la firma y descubrí diseños perfectos y hermosos, y al dueño de la marca, Jean-Louis Dumas, un hombre maravilloso que falleció en 2010. Estoy muy orgulloso de haber podido diseñar para Hermés sin perder mi identidad.

—Sé que no le gusta hablar de política, así que hablemos de las mujeres de los políticos. ¿Le gusta el estilo de la primera dama francesa?

—No conozco personalmente a Valérie Trierweiler, así que no puedo juzgarla (largo silencio). Recuerdo que una vez la vi con un abrigo todo arrugado, pero no puedo decir mucho más. Digamos que Carla Bruni tiene más estilo, pero se entiende porque ha trabajado toda su vida en el mundo de la moda y la música. Desde ya, Valérie es más elegante que «madame» De Gaulle o que «madame» Giscard d’ Estaing, pero no tan elegante como «madame» Pompidou, quien estaba muy involucrada en el mundo del arte y la alta costura. El caso de Carla es diferente a todos los demás. Ella venía de la moda y al convertirse en primera dama hizo cosas en contra de su gusto personal, como no asistir a los desfiles para no crear competencia entre los diseñadores.

—Usted ha sido el responsable de crear algunos de los «looks» más famosos de Madonna. ¿Qué siente cuando ve a Lady Gaga?

—Antes que nada me gustaría aclarar que mi trabajo con Madonna fue una colaboración. Ella tiene su estilo propio y sabe lo que quiere y siempre me ha pedido exactamente lo que quiere de mí. Es decir, ella sabe para qué soy bueno. Cuando veo a Lady Gaga veo a una chica con talento, que sabe tocar el piano y cantar, y que se aprendió muy bien el manual de cómo ser Madonna. Es normal imitar o inspirarnos en nuestros ídolos, pero hay límites…

—Durante sus 35 años de carrera ha tenido que lidiar con la etiqueta de «niño terrible». Ya no es un niño, ¿sigue siendo un provocador?

—De alguna manera lo sigo siendo, porque continúo concibiendo y presentando mis colecciones como hace 30 años… como un espectáculo, un auténtico «show», un estallido de color y alegría. Ahora todo el mundo está triste por la crisis económica. Mi reacción es la opuesta. Necesitamos de la ropa: cuando nos vemos bien, nos sentimos bien, y cuando nos sentimos bien, actuamos mejor. La vida es como el teatro, y la ropa nos ayuda a ser mejores actores.

Fuente: www.abc.es