Sin oposición no hay democracia

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Hasta hace poco, el neopopulismo parecía extenderse incontenible en América Latina. Eso no ha sucedido. Por el contrario, la lista de gobiernos de esta tendencia ha disminuido. Esto podría atribuirse al creciente rechazo al autoritarismo que se genera con acciones contrarias a la vigencia de las libertades democráticas.

Los gobiernos populistas insisten en debilitar a los partidos políticos y destruirlos para establecer sistemas de partido único. Esto no porque los partidos, como expresión de las clases sociales –según ciertas corrientes ahora en el ocaso– deberían desaparecer una vez establecida la dictadura del proletariado. El afán del neopopulismo, en cambio, es gobernar sin fiscalización, sin oposición crítica.



Debilitados los partidos políticos y perseguidos muchos de sus líderes, el neopopulismo pretende impedir cualquier cuestionamiento, por leal y constructivo que sea. No se percibe lo inevitable: siempre habrá disidencia, y los partidos siempre surgirán o se revitalizarán. Todo esto constituye una constante que se erige como esencial para la vigencia de la democracia. Germán Uribe, escritor colombiano, dice: “Así como nadie admitiría y ni siquiera intentaría concebir, por ejemplo, un partido de fútbol al que no concurriesen al menos dos equipos contrarios, así nadie podría entender un país cuyo gobernante, sin el obstáculo de una oposición, gozase de los privilegios de un unanimismo, real o ficticio”.

Lograda la debilidad de los partidos de oposición, el neopopulismo busca enemigos; a alguien hay que echarle las culpas por sus yerros y fracasos. Y nada más a fácil que asignar el papel de oposición encubierta a los órganos de difusión independientes y a los periodistas, acusándolos de ser los instigadores del descontento popular creciente. Por ello, no es casual que en todos los países dominados por el neopopulismo, se insista en recortar la libertad de expresión, puesto que para lograr el control total de la nación, hay que vigilar a quienes opinan, y usar la justicia, como apéndice del poder político, para castigar a los que piensan diferente…

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Asignar a la prensa el papel de la oposición, es un disparate. Los periodistas –los hay de diversas tendencias como es de esperar– no estarían dispuestos a asumir, como grupo, ese papel en la política nacional.

Mientras tanto, se ignora una constante: cuando el oficialismo es secante y sectario, nacen corrientes internas contestatarias que, con el tiempo, se separan del tronco para formar otras agrupaciones, con el argumento de que el gobierno se apartó de los principios originales con los que ascendió al poder. En la historia de Bolivia hay ejemplos de esto: casi todos los partidos de masas o mayoritarios, se dividieron en fracciones debilitantes. Esa fue la señal del comienzo de su declive. Así, se fragmentó la ciudadanía en sectores que se fueron multiplicando.

Por otra parte, la insistencia en la prolongación sin término del poder, impidiendo la alternancia, incrementa las tensiones y, con ello, se corre el riesgo de sustituciones no democráticas, con lo que el remedio puede resultar peor que la enfermedad. Pero aun sin esas indeseadas interrupciones, el descontento general hace que se multipliquen los conflictos. Entonces los disidentes del neopopulismo usan los métodos de lucha que siguieron cuando fueron parte de la oposición: marchas, bloqueos, huelgas –justas o salvajes–, rumores, etc.

Ese es el “corsi e recorsi” de nuestra política.