Toda la sangre azul europea convocada en la boda del heredero de Luxemburgo

1020_boda_luxemburgo_afp_ultra.jpg_687088226 Todo lo sucedido en la unión del príncipe Guillermo con una de las dinastías más antiguas de Bélgica.

La última gran reunión de la realeza mundial, que tuvo lugar hoy en Luxemburgo, pequeño país del centro de Europa. El casamiento del príncipe heredero de ese país, Guillermo de Nassau (32 años) y la condesa belga Stéphanie de Lannoy (30 años) reunió a reyes y príncipes de todo el mundo, entre los que se encontraban Felipe y Letizia, de España, y Carolina de Mónaco. El viernes por la noche, la realeza y otros 300 invitados se dieron cita en el Paleis Grand-Ducal para una recepción de gala en la que Máxima deslumbró con un vestido adornado con pedrería y una estola de plumas.

En una boda muy diferente a la que nos tiene acostumbrados la realeza moderna, se unieron la sangre azul del heredero de una dinastía de varios siglos de antigüedad y la sangre noble de una belga, hija de condes, nacida en el idílico Castillo de Anvaing (en la región de Valonia, Bélgica). Las festividades empezaron el viernes, con una sencilla ceremonia civil, oficiada por el alcalde de la capital luxemburguesa, en el Ayuntamiento. La boda civil convirtió a Stéphanie en esposa de Guillermo y princesa de Luxemburgo, y previamente el Parlamento de ese país concedió a la condesa la ciudadanía luxemburguesa.

El sábado por la mañana, se realizó la extensa ceremonia católica y en donde las reinas y princesas europeas lucieron sus mejores sombreros. Stéphanie eligió un vestido de Elie Saab de encaje color champán con bordados de hilo plateado y para el cual se necesitaron 3.200 horas de trabajo para los bordados, 700 horas de costura, 80.000 cristales transparentes, 40 metros de encaje, 30 metros de organza y más de 10.000 metros de hilo bordado cubiertos de plata. Utilizaba además una tiara de platino con 260 brillantes que pertenece a su familia de la novia y es obra de la firma Althenloh de Bruselas.



La ceremonia, oficiada en francés, inglés, alemán y luxemburgués por el arzobispo de Luxemburgo, Jean-Claude Hollerich, mezcló cantos, oraciones y la lectura de fragmentos de los Evangelios, y un recuerdo muy especial por la condesa Alix della Faille de Leverghem, la madre de la novia, que falleció a causa de un ACV el pasado mes de agosto. Su viudo asistió a la ceremonia en silla de ruedas, aquejado desde hace tiempo por el mar de Parkinson, por lo que su hijo mayor, el conde Jehan de Lannoy, fue el encargado de llevar a la novia al altar.

Asistieron muchos parientes pertenecientes a la realeza, como los reyes de Bélgica, Dinamarca y Noruega, la reina viuda de Bélgica, la reina de Dinamarca y la reina de Holanda, cuyo hijo Friso permanece en estado de coma desde febrero. La acompañaron Máxima y Guillermo Alejandro, que se sentaron junto a los príncipes herederos de Dinamarca, Suecia, España, Noruega y Bélgica. Desde latitudes más lejanas, llegaron la princesa Lalla Salma de Marruecos, vistiendo ropa tradicional marroquí, y el hijo mayor de los emperadores de Japón. Todos ellos asistieron posteriormente a una recepción en el Paleis Grand-Ducal, un edificio del siglo XVI.
Los ciudadanos recibieron con calidez el casamiento real, en un país donde la monarquía pasa muy desapercibida, pero la pequeña capital medieval se vio revolucionada ante la presencia de monarcas de todo el mundo, y de más de 120 medios de comunicación de todo el mundo. Canales de televisión transmitieron las ceremonias de la primera gran boda real que vive el país en 31 años. Muchos ciudadanos se congregaron en la Plaza Guillaume II, donde siguieron la boda en directo a través de dos pantallas gigantes, mientras que algunos luxemburgueses recibieron invitaciones especiales para entrar a la catedral. "Nunca tuvimos una boda que generase tanta atención", dijo el alcalde Xavier Bettel.

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En toda la ciudad se pudo respirar una inusitada alegría para Luxemburgo. En los kioskos se vendieron postales con fotos de la pareja, las pastelerías ofrecen tortas y tabletas de chocolate con el retrato de los novios y en las tiendas de souvenires se vende un champagne conmemorativo. Es algo hermoso: hay un poco de romanticismo y algo de folclore", dijo el luxemburgués Guy Poos, invitado a la catedral. Otro de los asistentes, un estudiante de 18 años, afirmó que "el enlace es un acontecimiento en la monarquía luxemburguesa. La familia del Gran Duque aporta glamour a nuestro país".

Las festividades costaron un total 350.000 euros, tal y como informó el primer ministro Jean-Claude Juncker, siempre transparente en todo lo que tiene que ver con la monarquía constitucional del pequeño país al que el resto del mundo considera un paraíso fiscal. Este gran despliegue -poco común en este pequeño reino- se debe a que el príncipe Guillermo, de 30 años, es el hijo mayor del soberano de Luxemburgo, Enrique I, y algún día sucederá a su padre en el trono. Su madre es la primera y (hasta ahora) única soberana europea nacida en Latinoamérica, mientras que su padre pertenece a una dinastía de más de 700 años de historia. La flamante princesa Stéphanie es licenciada en filología alemana.

Fuente: Perfil