Cuando los cruceños dialogan se avanza

Nino Gandarilla GuardiaNINOVarios días, con jornadas interminables de trabajo concienzudo, costó la elaboración de la nueva Ordenanza Municipal del Carnaval Cruceño. Primero a nivel de comisión técnica, luego con la Comisión de Cultura del Concejo Municipal, seguidamente en el Comité Impulsor del Carnaval y finalmente en el pleno del órgano deliberante. Como pocas veces.Por el proceso, por los actores y por la seriedad con que se tomó el trabajo, el resultado fue el mejor. Se produjo la mejor ordenanza que se haya elaborado en cuatro siglos y medio, acorde con la realidad de una ciudad grandísima que necesita ordenar hasta su espontaneidad para que nadie sienta que sus derechos han sido limitados. Es una norma perfectible, pero tiene una orientación clara. La buena foto de “El Deber” refleja la satisfacción de quienes trabajaron con amor a su tierra, pese a los desacuerdos iniciales y desmiente a aquel editorialista de escritorio (pues hay otros que investigan) que pretende seguir enfrentando a la gente que con mucho esfuerzo logró ponerse de acuerdo. Qué oficio más desgraciado, ese de echar veneno donde por fin se logró la paz.Y es que parece que se le tenía que pedir permiso a su genialidad. No dijo nada de lo bueno y se concentró en la idea de organizar un gigantesco Corso que dure unos tres o cuatro días, para que todos estén juntos, cuando la ordenanza intenta dar operatividad a los corsos que ya existen y no pueden prohibirse, porque la gente adquirió Derechos al cumplir sus deberes ciudadanos. Pero lo que más protege la Ordenanza es al tradicional Corso Cruceño.Nada dijo de lo bueno de los 14 títulos y 121 artículos elaborados con horas de diálogo e intelecto. Incluso ofende gratuitamente diciendo que los que estábamos ahí fuimos influenciados por el oficialismo, como si la veintena de dirigentes y técnicos fuéramos unos bobos inferiores a su ininfluenciable calidad humana. No sé para qué o con quien quiere justificarse, pues no voy a acusar alegremente como en su caso.Claro que tiene el derecho de escribir lo que quiera y nosotros también. Desde que hay Internet y redes sociales, ya no hay el monopolio en la palabra pública… ya no tiembla el ciudadano cuando lo ofenden alegremente.Espero que reflexione el editorialista ese, pues la experiencia nos dice que cuando a un editorialista se le contesta, no descansa hasta probar que tenía la razón… Peligrosamente puede usar de sus letras y sus medios para que las cosas no funcionen. Qué rol más desgraciado sería ese.