Juan Francisco Gonzales UrgelUn Vicepresidente -cuya nominación tocaba a su fin junto con el período presidencial- embutido en un traje deportivo con los colores de la bandera cubana presidía la “juramentación del pueblo”, un acto inédito en el Continente y mediante el cual se consagraba la extraña Trinidad Pueblo-Chávez-Maduro. Desde el escenario armado sobre la amplísima Avenida Urdaneta de Caracas, Nicolás Maduro, el heredero oficial del Comandante, ponderaba las dotes del enfermo quien yace en La Habana secuestrado por sus otros fiduciarios: los que estarían dispuestos a utilizar cualquier artilugio con tal de mantener sin interrupción el flujo de petrodólares del cual depende la Revolución Cubana. Ya lo habían probado mintiendo al caudillo sobre su salud para que éste se presentara como candidato a la reelección, y lo demostraban ahora monopolizando su lecho de enfermo.Sobre la calzada de la Avenida, los asistentes consultaban la hora para llegar a los supermercados en busca de harina de maíz, azúcar, aceite, medicamentos o papel higiénico, aunque temían encontrarse con los tristemente comunes anaqueles vacíos. En sus hogares esperaban el racionamiento de electricidad y agua. Con la noche vendría la sombra de las 21.000 personas asesinadas anualmente en las calles -a razón de 57 personas por día- que abarrotan las morgues de la República.Diosdado Cabello, el designado por la Constitución zarandeada por el Tribunal Supremo de Justicia, sonreía esperando su turno en el orden sucesorio. Desde el Estado Zulia, Francisco Javier Arias Cárdenas, compañero de golpe de Chávez en 1992, siente que su hora ha llegado. Tanto Maduro como Cabello y Arias saben que tienen al frente una oposición fortalecida por la brusca constatación de la mortalidad del caudillo, y las maniobras que deberán sortear -uno frente al otro- para heredar el poder en una lucha sin cuartel donde cada cual ostenta pergaminos de igualdad. En la tarima, Evo Morales, José Mujica y Daniel Ortega observan el desplazamiento de los aviones Shukoi que cruzan el cielo para recordar a los presentes el poderío de la Revolución Bolivariana dispuesta a arremeter contra el pueblo que la entronizó durante los últimos 14 años.La ausencia de Rousseff, Piñera, Santos, Nieto y Humala, parece reducir la ceremonia a una verbena de pigmeos.Prudentes, Cristina Kirchner y Rafael Correa tampoco no asisten al acto. La primera por no enredarse prematuramente en la trama de los hermanos Castro, a quienes visitará con el pretexto de ver al amigo, y de paso –atribulada por las deudas- asegurarse que los albaceas testamentarios no cobren de inmediato los 3.000 millones de dólares que Chávez otorgara a la Argentina, en 2007, para que ésta cancelara sus obligaciones financieras con el FMI; y el segundo, con la esperanza de copar el espacio político del Comandante sin entregarse a la avidez de los isleños. Dilma Rousseff respira hondo: le espera liderar sin sombras la geopolítica sudamericana, pero ejercer de pacificadora y mediadora con las facciones que abren paso al peligroso protagonismo de los cubanos. Evo Morales no tiene otra alternativa que buscar un nuevo mentor en la isla, no ve luces en Maduro ni confía en Cabello, tiene a Correa como contendor en el campo internacional y desconfía de su Vicepresidente, en el escenario interno. Pero necesita de la plataforma de los venezolanos para amainar las consecuencias externas e internas derivadas de sus compromisos con los cultivadores de coca, su más fuerte apoyo político. Mucho más con el liderazgo fortalecido de los brasileños molestos por el flujo ininterrumpido de droga boliviana.Los más expectantes son Manuel Zelaya y Fernando Lugo. Ambos saben que por mucho menos de lo que están presenciando, se desató una tragedia en Honduras, y Paraguay fue cesado de participar en el Mercosur. Esperan si la ceremonia derivará en otro “caracazo” como aquel que explotara a pocos días de la toma de posesión del ahora fenecido Carlos Andrés Pérez, en 1989, o la reversión del golpe de Estado de Pedro Carmona Estanga, en 2002, luego que éste decidiera disolver el Congreso Nacional. Además, por ahí consiguen algunos fondos para sus campañas electorales futuras.A todos los mueve el interés por sacar algo de aquel deschaveto: la multitud no quiere perder la casita prometida, el trabajo en Pdvesa, formar parte de las “misiones”, conseguir un espacio en las comunas, o preservar intactos los 15 bonos con los que asiste el gobierno a sus seguidores. Los otros ambicionan heredar los activos del Socialismo del Siglo XXI, el pueblo se quedará con el 20% de inflación, la deuda externa superior a los 200 mil millones de dólares y la devaluación inminente de la moneda. Sólo hay que rogar a los cubanos que aguanten al enfermo unos días más para ir arreglando las cosas. Por ahí hasta se evitan unas elecciones de resultados impredecibles. Después de todo, Manuel Insulza ya bendijo el deschaveto: «el tema ha sido ya resuelto por los tres poderes del Estado».»Lo planteó el Ejecutivo, lo consideró el Legislativo y lo resolvió el Judicial», recalcó. “De aquí en adelante, le meteremos por aclamación nomás…”, pensó rápidamente Evo Morales, candidato a la re-reelección.