Ofensiva al político ‘común’ y su espectáculo


Andrés Canseco Garvizu*AndrarvizuNo es novedad que la mediocridad sea peligrosa en ciertos campos de la vida. Algunos de estos campos pertenecen al ámbito privado, por lo tanto no merecen ser parte de una atención en particular. Sin embargo, cuando la mediocridad y la ignorancia ponen en riesgo el destino de otras, no puedo abstenerme de escribir.La política sin duda es algo muy peculiar y cambiante, pero eso no debe significar que sea movida por el azar o por los caprichos de irresponsables. En otros tiempos, la labor política incitaba a personas letradas y poseedores de conocimientos superiores a la media a entrar en la arena. Las grandes mentes recordadas a través de los siglos no necesariamente fueron los líderes carismáticos; pero al menos los encargados de ganar contiendas electorales contaban con la capacidad e interés de elaborar discursos coherentes y hasta de redactar tratados y textos cortos relativos a la labor pública.Aun cuando los políticos no alcanzaran en genialidad para procrear ideas, existía interés por leer y analizar a quienes gracias a momentos de inspiración pudieron crear volúmenes dignos del recuerdo. Sin embargo, en tiempos en que la demagogia y el espectáculo se han mezclado bochornosamente, la esperanza real es escasa.El político que no aprecie el intelecto recurre a prácticas populistas absurdas para seducir a los votantes. Elecciones han demostrado que mientras más lisonjero, juerguista y dadivoso sea un candidato, más grande es su probabilidad de vencer.No importa si el individuo en cuestión es la personificación de la vulgaridad o de la ridiculez; si viene acompañado de estruendo musical y además algún bocadillo, seguramente llenará coliseos y se proclamará salvador e iluminado para llevar a mejores días a «la patria».Esto se aplica para todos los niveles; si él político tiene ansias nacionales, regionales, municipales o feudos distritales, seguirá los mismos pasos, variará simplemente el monto invertido. En caso de no contar con recursos propio, puede estar apadrinado por élites que patrocinen sus derroches, haciéndole creer que su camino es el correcto.El político inculto aprovecha la existencia de programas en los que el presentador se torna en agitador de polémicas baratas y arma una riña superficial entre sus invitados. En ocasiones se encuentra en estos avatares con otro de su misma calaña, entonces inician una competencia por alcanzar mayores niveles de majadería y grito que llegan a veces a tentar una muestra pugilística.El político del que hablo se ubica en el show de mal gusto para hacerse conocido. Se vale también de internet para exhibir que ha fiscalizado algo o ha hecho algo de gestión o para notificarnos que está en un lugar lejano con algún gremio o grupúsculo desahogando su espíritu demagógico.Está claro que ser letrado y culto no garantiza la integridad de un político; la historia cuenta con registros de déspotas con intelecto. No obstante, si los encontrados en la contienda electoral se proclamasen seres con apego a la lectura, la reflexión y al cuestionamiento, no cabe duda alguna que los encuentros estarían revestidos al menos por muestras de cordura y, sobre todo, de mesura a la hora de realizar alguna acción que pueda perjudicar a otros.Cuando un electo no puede concatenar ideas de manera coherente o realizar la lectura decente de un mensaje en algún evento, se descalifica automáticamente, aun si sus intenciones fueran «nobles». Se expondrá al ridículo en sus intervenciones y, para quienes creen en la vergüenza ajena, será una carga que enrojecerá.Puedo afirmar sin miedo a errar —aunque sí con temor de que estas líneas tengan tinta color utopía— que si los ganadores de elecciones pasadas y quienes se liquidan en el presente por aparecer en las futuras cultivaran más el intelecto (o, en caso de no tenerlo, se abstuviesen de la tentación de dañar los destinos ajenos), el porvenir no estaría en tanta medida librado a caprichos, azares, idioteces, impulsos e intereses malsanos.*AbogadoEl Día – Santa Cruz