Carla Bruni: “Mi marido no volverá a la política”


carlabruniLa entrevista es en un elegante café de la Puerta de Auteuil, en el muy pijo distrito XVI de París. Carla Bruni está sentada dentro, en un rincón discreto, fumando un cigarrillo electrónico con todo el glamour y la naturalidad que se le supone a una aristócrata italiana criada entre Turín y París que a los 17 años se largó a Nueva York para ser groupie y amante de Eric Clapton y Mick Jagger. Cuando llega el periodista, da una calada de vapor de agua, pone su mejor sonrisa, lanza unos “wow wow” de admiración a la camarera que se ha inclinado sin tirar la bandeja a recoger un papelito, levanta su esqueleto de 1,75 de estatura del sofá, y estrecha la mano —exquisita, delgada y larga— con la fuerza de un yudoca.

—¿No sabe que los socialistas van a prohibir el cigarrillo electrónico?

—¡Policía, policía! ¡Pónganme las esposas! —dice con voz de falsete.



—¿También fuma tabaco?

—Adoro fumar. ¿Quiere que salgamos?

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Para desplazarse desde el rincón del café hasta la terraza, por fin soleada tras meses y más meses de aguaceros y cielos grises, Carla Sarkozy Bruni-Tedeschi ha recogido su bolso-contenedor y ha caminado los 15 metros que la separan de la puerta con la elegancia de la top model que fue hasta no hace tanto tiempo. A los 43 años, y tras ser madre dos veces, la última hace 18 meses, la cantante y ex primera dama francesa parece haber regresado a la silueta de hace 20 años. Viste un vaquero descolorido, un casto jersey azul marino de cuello redondo y una chaqueta de tweed (como decía Philip Marlowe) de color beis. Y sigue siendo guapa a rabiar. Por ponerle algún defecto, la nariz es un poco respingona, los pómulos parecen algo retocados, y quizá se pueda añadir que lleva una melena castaña un poco cursi y que tiene unas diminutas arrugas debajo de los ojos de un azul gris intenso, que cuando habla se fijan de forma algo intimidante en los del interlocutor.

Antes de ganar la calle, escoltada por un policía de paisano, la esposa de Nicolas Sarkozy se pone las gafas de sol. Quizá para no ser reconocida por sus vecinos. Pero enseguida se las quita, y en la media hora que dura la conversación solo un paseante se permitirá la amabilidad de decirle bonjour desde el otro lado del seto. Aunque el barrio es zona nacional (la derecha gana aquí por 7 a 1 todas las elecciones), Auteuil no deja de ser París.

Bruni ha pasado media vida en la Ciudad de la Luz: aquí estudió el bachillerato, tuvo sus retoños, se casó con sendos maridos, se lio con el hijo del primero, vivió a fondo la bohemia, el mundo de la moda y la noche, y se le atribuyeron decenas de romances nunca desmentidos. Así que habla un francés perfecto, sin acento, aunque a mitad de la conversación cambiará al italiano, su lengua materna.

La discográfica Universal ha ofrecido la entrevista a este diario para promocionar el cuarto disco de Bruni, French little songs, recién publicado en España, y que insiste en su estilo de siempre. Una guitarra dulce y rítmica con acordes simples y pegadizos, una voz corta en tonalidades que a veces suena sensual y a veces aniñada, una expresividad a ratos naif, picante y a flor de piel, y unas letras a medio camino entre la dulzura y el trabalenguas.

A la vista de la franqueza a ratos abrumadora, desarmante, de Bruni, la conversación fluye sin aspavientos aparentes entre lo profesional y lo personal.

—Llevaba mucho tiempo sin grabar, ¿no?

—No tanto, lo que pasa es que tardo mucho en escribir, soy muy lenta. Hay gente que compone un disco todos los años, pero yo no sé cómo lo hacen. Leonard Cohen, por ejemplo, ha grabado dos discos en 20 años. Y Woody Allen rueda un filme y medio de media por año. Imagínese. Escribir, ensayar, rodar, montar, producir… Hay gente que tiene más pegada que otros, unos son rápidos y otros somos lentos. Cada uno hace lo que puede, y curiosamente la velocidad no tiene nada que ver con la calidad. Es inexplicable, pero yo soy lentísima.

—¿De verdad ha pasado cinco años componiendo el disco?

—El último lo grabé en 2008, y sí, habré estado componiendo tres o cuatro años…

—Se ha dicho que algunas canciones están inspiradas en personajes reales. Usted lo ha desmentido, pero la verdad es que Mon Raymondrecuerda a su marido y El Pingüino podría ser muy bien François Hollande…

—¿Lo cree usted francamente? La verdad es que no me inspira nada la política. No tengo un temperamento de ese tipo, mi escritura es totalmente sentimental. Y no es que haga esa elección, es que escribo lo que me sale. Y no soy una cantautora social, ni política, jamás he escrito canciones reivindicativas, aunque admiro a la gente que lo hace.

—¿Y por vendetta ha escrito alguna vez?

—No, nunca, tampoco escribo así. Puedo escribir sobre algo que constato, sobre alguna cosa que observo… Pero no tengo un temperamento reivindicativo. ¡Soy una sentimental!

—¿Y cómo ha vivido estos años cerca de la alta política? ¿Se ha sentido cómoda?

—¿Quiere decir mientras mi marido era jefe de Estado? Mire, cómoda no es precisamente la palabra, pero ha sido sobre todo muy interesante. Diría incluso fascinante, a ese nivel. Con ese hombre…

—¿Ha conocido mucha gente interesante?

—Ha sido muy interesante verle trabajar. Cada medio es específico, los médicos, los periodistas, los restauradores, las fuerzas del orden… Cada profesión tiene sus peculiaridades. Y sin conocerlos no se puede decir que uno sea más interesante que otro. Pero a mí me interesa casi todo. Si mi marido hubiera sido cirujano, me habría interesado el sector médico.

—¿Qué ha aprendido en este tiempo? ¿Cómo es el poder?

—Ambivalente. Si se ve desde el punto de vista de la especie humana es inquietante. Más allá de la política, el poder es un acto que ejercemos todos sobre los demás. Incluso los niños, cuando son pequeños, ejercen el poder, y la adolescencia es también una conquista del poder. El poder forma parte de las relaciones humanas como la ternura, los celos, el dominio, la sumisión, la empatía. Yo lo ejerzo poco, aunque mi marido dice que es fácil para mí porque soy dominante. Yo creo que no lo soy, pero en fin… Como él es el experto, le hago caso [risas].

—¿No es dominante?

—No, he vivido mucho tiempo con muchas angustias y mucha timidez, y poco a poco me he ido creando, construyendo, este carácter aparentemente alegre. Pero es solo por educación, por cortesía. No me atrevo a mostrar mi tristeza ni mi fragilidad, me da vergüenza enseñar mis debilidades a los extraños.

Fuente: www.elpais.com