Álvaro Riveros Tejada
Mientras este último sábado en una emisora radial se trasmitía un diálogo político entre disidentes y oficialistas del Movimiento al Socialismo, adornado con ribetes de fatigosa verborragia sobre materialismo histórico, dialéctica hegeliana y la esencia de la izquierda, frente a la rala derecha, a esa misma hora, en Irán, ganaba por un abrumador 51% del electorado un Ayatola reformista que representa la cara opuesta de todo aquello que huela a fundamentalismo, sea este religioso, político y, por supuesto, menos de izquierda o comunistoide. La era del famoso Ahmadineyad acababa de concluir sin pena ni gloria y como todo déspota que cree poseer títulos de propiedad sobre sus pueblos, pasó a ocupar un puesto de honor en el basurero de la historia de esa república islámica.
Ello nos recuerda a Albania, un país curiosamente similar a muchos del ALBA, donde los comunistas se hicieron del poder, luego de la retirada de las tropas alemanas en 1944 y tras ejecutar, encarcelar y desterrar a cuanto anticomunista existía en él, extendieron la represión contra casi toda la incipiente clase media, hasta convertir oficialmente a la república en una réplica del estado estalinista imperante por entonces en la URSS, estableciendo un sistema de elecciones donde sólo se permitía participar a sus propios candidatos.
A fin de implantar un completo control gubernamental de la economía Enver Hoxha, como se llamaba el tirano fautor de estos hechos, decretó las trilladas “medidas de corte izquierdista”, como: la reforma agraria; estatización de industrias y propiedades agrícolas; estatización del comercio y la prohibición de todo intercambio con países capitalistas. Durante varias décadas, interrumpió relaciones con diversos países hasta aislarlo casi por completo, como si de una espiroqueta pálida se tratara. Rompió primero con Occidente, luego con la URSS y sólo se acercó a la China, que por entonces estaba peor que ellos. A la muerte del autócrata y ante la pavorosa situación económica que atravesaba, Albania tuvo que orientar sus antenas hacia Occidente y en una clara transición al capitalismo pidió formar parte de la Unión Europea, fue aceptada en el Consejo de Europa y hoy es miembro activo de la OTAN.
Echando mano a la manida frase de Marx: “la historia se repite unas veces como tragedia y otras como comedia”, vemos azorados en varios países que siguieron la demencial carrera del Socialismo del Siglo XXI, cómo el inmaduro sucesor, manda a su canciller a sobar el lomo del Secretario de Estado gringo; corre desesperado a buscar la bendición papal, mientras en su otrora rico país acaba de emitir una ley que obliga a las madres a amamantar a sus bebes y castiga la publicidad de fórmulas lácteas y biberones, prohibiendo la prescripción de suero a los neonatos. ¡Todo dirigido a evitar la importación para ahorrar divisas!
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Groucho Marx decía: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer diagnósticos falsos y aplicar después los remedios equivocados”. Es más, cuando esa política emula modelos anacrónicos y desechados por sus propios gestores, como fue la sentencia de Fidel Castro al admitir el fracaso del socialismo en Cuba. Aún más trágico es persistir en ese fracaso, lo que significa en buen romance, caer en el fundamentalismo marxista de los hermanos Marx.