Aquel 17 de octubre de 2003 La Paz estaba convulsionada. No había ni militares ni policías en las calles y desde El Alto bajaba una marcha masiva con la premisa de matar a Goni.
Sánchez de Lozada se fue antes de ser colgado por la insurrección popular
Poco más de cinco horas después tomaría un vuelo comercial del LAB a Miami.
Pablo Ortíz, EL DEBER, Bolivia
A las 9:20 del viernes 17 de octubre de 2003, Gonzalo Sánchez le anunció a sus ministros que presentaría su carta de renuncia al Congreso de la Nación. En el cuarto de guerra de la residencia presidencial de San Jorge, el optimismo de la noche anterior se había esfumado. Carlos Sánchez Berzaín, ministro de Defensa, ya no creía que la jornada del 16 de octubre había sido la peor para los movimientos sociales y el peligro de que el pueblo repita con Goni lo que hizo con Villarroel era real. Yerko Kukoc, el ministro de Gobierno, había dado su reporte: salvo a 10 cuadras a la redonda de la residencia presidencial, La Paz estaba convulsionada. No había ni militares ni policías en las calles y desde El Alto bajaba una marcha masiva con la premisa de matar a Goni.
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Eso, según el libro inédito de Ricardo Sanjinés, no fue lo que empujó al presidente a renunciar, sino las palabras del más fiel, el más sereno de sus colaboradores, José Guillermo Justiniano, ministro de la Presidencia: “Soy hombre leal al presidente Sánchez de Lozada, pero dadas las circunstancias y precautelando por su seguridad y la supervivencia de la democracia, creo que debería renunciar”. Habían pasado pocos minutos de las 8:30 y Goni había decidido dejar en manos del Congreso, convocado para la tarde, su continuidad como presidente. Tardó 50 minutos más en comunicárselo a sus ministros y en el fondo albergaba la esperanza de que la gigacoalición de partidos lo mantuviera en el cargo.
Sin salidas
Para ese momento, Goni ya había quemado todas sus cartas. El lunes 13, un día después de la masacre de El Alto que se cobró la vida de 26 personas, su vicepresidente, Carlos Mesa, había decidido apartarse del Gobierno pero no de su cargo, señalando el camino de la sucesión presidencial. Sánchez de Lozada seguía diciendo lo mismo: “No voy a renunciar”. Solo admitía la posibilidad de hacer un referéndum para decidir la venta de gas a EEUU por Chile si él no estaba en la presidencia.
Esa noche, el movimiento de los clasemedieros aprieta más el lazo alrededor del cuello del Gobierno. Se instala una huelga de hambre pidiendo la renuncia del presidente, encabezadas por Ana María Romero, Waldo Albarracín y Sacha Llorenti.
El miércoles, Goni accede a llamar un referéndum y convocar una asamblea constituyente, pero ya es tarde. Felipe Quispe, Roberto de la Cruz y Evo Morales rechazan la oferta y le advierten de que si no renuncia habrá guerra civil. Esa misma noche, David Greenlee, embajador de EEUU, se reúne con Mesa y la señal de la sucesión parece clara.
En la víspera de su caída, Goni se juega su última carta. Por consejo de sus ministros decide tirarle el problema al Congreso y convoca a una reunión extraordinaria para el día siguiente. La idea era que Mesa, en su calidad de presidente nato del Congreso, dirija la sesión en la que se debía tratar tres temas: referéndum sobre el gas, convocatoria a Asamblea Constituyente y una nueva ley de hidrocarburos. La agenda fue muy distinta.
Las últimas horas
Solo 10 minutos después de que Sánchez de Lozada anunciara su decisión de renunciar llegó a la residencia de San Jorge Manfred Reyes Villa. Su misión era inútil, ya que Goni había decidido hacer lo que él iba a pedir. Reyes Villa se apartó del Gobierno en las últimas horas y dejó una carta deslindando responsabilidades.
Antes de dedicarse a organizar la ruta de escape para los ministros y Goni, Sánchez Berzaín y Kukoc casi llegan a los golpes en el hall de San Jorge.
Mientras tanto, Hormando Vaca Díez, presidente del Senado; Mario Arrien, presidente de Diputados; Carlos Saavedra Bruno, canciller de la República; Guillermo Justiniano y Óscar Eid van a la casa de Mesa para organizar la transición; Jaime Paz se reúne con Goni en la residencia presidencial. “Coincidimos en la necesidad de preservar los valores trascendentales de la democracia”, dice a su salida e informa que en la reunión del Congreso habrá un anuncio que le pondrá fin a la crisis sin desvelar la renuncia.
Ya para ese momento, el helicóptero Lama transporta a familiares y ministros desde el patio del Estado Mayor hasta el aeropuerto militar de El Alto para evacuar el Gobierno desde La Paz. Goni y su mujer serán los últimos en partir, a las 16:40. Las marchas estaban solo a 30 cuadras de la residencia de San Jorge, demasiado cerca. A las 19:10, el FAB 001 llega a Viru Viru con Goni, su mujer y sus más cercanos colaboradores. El último presidente emenerrista solo abordará el avión del LAB rumbo a Miami a las 21:52, cuando está seguro de que el Congreso le aceptará su renuncia. El Boeing 727 alzó vuelo a las 22:31 en el preciso momento en el que Carlos D. Mesa juraba como nuevo presidente. Atrás quedaban 68 muertos y más de 400 heridos
EN DETALLE
LA RENUNCIA TARDÓ EN LLEGAR Y SE ENVIÓ VíA FAX y EMAIL DESDE VIRU VIRU
A las 20:37, desde el salón VIP de Viru Viru, Goni firmó su carta de renuncia y fue enviada por fax al Congreso, que la esperaba para declarar a Carlos Mesa presidente.
Despegó en el último minuto de El Alto
A las 17:52, el FAB 001 dejó el Grupo Aéreo de Caza de El Alto, justo cuando la gente comenzaba a tomar el recinto militar. Unos minutos más y Sánchez de Lozada, su esposa y su nieta, Sánchez Berzaín y Guillermo Justiniano hubieran quedado a merced de los alteños.
Con destinos distintos, pero fuera del país
En el vuelo 909 del LAB del 17 de octubre solo se fueron Goni, su familia y los ministros Carlos Sánchez Berzaín y Javier Tórrez. El ministro Yerko Kukoc y el viceministro José Luis Harb abordarían horas más tarde un avión a Buenos Aires. Guillermo Justiniano tendría el mismo destino.
CREÍA QUE ERA UN GOLPE DE EVO AYUDADO POR CARLOS MESA
Temprano, el 17 de octubre de 2003, Gonzalo Sánchez de Lozada estaba en una especie de cárcel de cristal. En la residencia presidencial del barrio paceño de San Jorge podía escuchar a Evo Morales dando una conferencia en la que aseguraba que solo su renuncia calmaría al pueblo. Por su parte, Roberto de la Cruz pide no dejar escapar a los asesinos.
Goni estaba convencido de que lo que estaba sucediendo era un golpe de Estado orquestado por Evo Morales, pese a que este estuvo ausente del país en el inicio del conflicto. Según el libro de Sanjinés, en los últimos días de su Gobierno creía que Carlos Mesa y Ana María Romero de Campero, exdefensora del Pueblo, y primera mujer que presidiría el Senado, siete años después, se habían unido a la conspiración golpista.
Goni aún confiaba en su coalición de partidos y solo se convenció de que estaba perdido cuando escuchó al gonista Hugo San Martín votar a favor de su renuncia.
LAS CLAVES
Absolutamente rodeado
Los movimientos sociales preparaban su asalto final sobre La Paz. Su vida corría peligro.
Sin cintura política
Gonzalo Sánchez de Lozada había gastado todos sus cartuchos y la gigacoalición de partidos ya no lo sustentaba.
ENTREVISTA
“Se intentaba gestar un golpe desde el Estado Mayor”
JAIME PAZ ZAMORA – EXpresidente de la república –
A Jaime Paz no le gusta acordarse del 17 de octubre. Prefiere hablar de otras fechas significativas para Bolivia en este mes, como el 10 de octubre de 1982, cuando Bolivia recuperó la democracia, o del 20 de octubre de 1990, cuando se descubrieron los campos de gas en Tarija. “Lamento lo sucedido en octubre negro, porque era una situación muy extraña para nosotros”, dice el expresidente.
¿Por qué era una situación extraña para usted?
Estábamos defendiendo la institucionalidad democrática para que no se venga un golpe de Estado que se preparaba en el Estado Mayor. En El Alto, estaban buena parte de los mineros del MIR de Huanuni, que habían llegado a El Alto y luego participaron en los acontecimientos del 17 de octubre.
¿Se preparaba un golpe de Estado desde el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas?
No, no, no. Para el MIR la situación era muy compleja primero porque no conocíamos nada, no teníamos ningún acceso al cerco decisional del Gobierno y nos teníamos que enterar por las noticias de lo que estaba ocurriendo. Estábamos atentos a lo que estaba sucediendo, porque, por la situación que se generó, el Gobierno se expuso a un golpe de Estado. No digo que se estaba gestando, pero se intentaba gestar un golpe desde el Estado Mayor.
¿La renuncia lo evitó?
Hablando políticamente, creo lo positivo de todo eso es que se pudo dar una solución democrática y constitucional a la crisis. Se demostró que el valor democrático alcanzó en Bolivia un grado muy alto, que los bolivianos no van a permitir ningún retroceso de la democracia. Esa es una enseñanza de octubre: la democracia fue salvada.
¿Recuerda su última conversación con Goni?
Sánchez de Lozada no conversaba conmigo sino con su equipo de crisis, con el ministro de Gobierno y con Sánchez Berzaín. Lo que sí me pareció extraño en la casa presidencial, que era un desorden, era que el presidente hablaba en inglés. Vivíamos una situación confusa en la que el vicepresidente había renunciado y mi preocupación era salvar la democracia. Por lo demás, no tuve participación.
Carlos Mesa esperó su momento para ser presidente
Un Carlos Mesa, que miraba desde el balcón de Palacio de Gobierno. Abajo, la multitud lo arropaba con estribillos
Roberto Navia, EL DEBER
Carlos Mesa Gisbert, antes de grabar el mensaje a la nación aquel 12 de octubre, pensó en renunciar a la vicepresidencia de la República. Pero por alguna razón le vino a la mente la decisión del vicepresidente argentino, ‘Chacho’ Álvarez, que sí lo hizo en protesta por la actitud pasiva del Gobierno del que formaba parte en un tema de corrupción. Meses después, en diciembre de 2001, el presidente De La Rúa tuvo que dejar el cargo ante la revuelta popular y Argentina entró en un vacío de poder que tardó un año en recomponerse. Entonces, pensó que si algún valor tenía su cargo, era precisamente el de garantizar la continuidad democrática en caso extremo.
La renuncia del mandatario Gonzalo Sánchez de Lozada, Mesa lo sabía, era uno de esos casos, puesto que a esas alturas de octubre, parecía evidente que ésta se produciría ante un país al borde de una guerra interna. Y así fue. Por eso, la decisión que tomó fue la de alejarse del Gobierno, pero no de su cargo.
Estos pasajes de la vida amarga del país son relatados en primera persona por Mesa Gisbert en su libro Presidencia sitiada, memorias de mi gobierno, donde narra sobre su caminar en el terreno duro de la política y los traumáticos días que vivió Bolivia tanto cuando Goni como, después él, estaban al mando de la nación.
Mesa sabe que Goni y sus más íntimos seguidores piensan que él debió acompañarlo hasta el último minuto. Pero se defiende señalando que ya no había entre ambos convicción de ideas y que muchas veces le expresó sus discrepancias sobre lo que estaba haciendo.
Así, el 17 de octubre fue cuando Mesa tomó la posta y juró como presidente de Bolivia. La noche de aquel día, al traspasar la puerta de su casa, un pequeño grupo de vecinos lo saludó al momento de abordar el automóvil presidencial. Recuerda que subió las calles desiertas de La Paz, que estaba solo y con el país en vilo. Pasó las barricadas de la Policía militar resguardadas por tanquetas y llegó a una plaza Murillo silenciosa. Trepó las escaleras de mármol blanco de ingreso al Congreso, recibió el parte de un policía al que no miró y entró a jurar a la presidencia de Bolivia.
Fue casi dos horas y media antes, a las 20:00, en su casa y debajo del chorro caliente de agua de la ducha que pensó lo que diría en su discurso: Recuperar el derecho a la vida y a los derechos humanos, convocar a una Asamblea Constituyente, a un referéndum vinculante sobre el gas, cambiar la Ley de Hidrocarburos, revisar la Capitalización y gobernar sin partidos políticos.
Pero la noche de su posesión algún detalle ocurrió. No le colocaron la medalla presidencia, porque estaba guardada en la bóveda del Banco Central de Bolivia, que por un sistema computarizado se cerraba automáticamente a las 18:00 hasta las 8:00 del día siguiente. En su libro, Mesa recuerda que 21 años antes, a Hernán Siles la medalla se la pusieron al revés.
Carlos Mesa, presionado por la sombra de nuevas convulsiones sociales, renunció a la presidencia y dejó el cargo el 10 de junio de 2005. Aquel día dejó Palacio Quemado, se subió a una vagoneta y junto a tres de sus amigos muy cercanos, bajaron a la zona sur de La Paz, entraron a un café y ahí se quedaron unos minutos asimilando lo que acababa de ocurrir
MESA Y EEUU
EL EMISARIO
El 14 de octubre me llamó a nombre del Departamento de Estado, Peter De Shazo, para decirme que EEUU no apoyaría bajo ninguna circunstancia un eventual Gobierno presidido por mí. Le contesté que no estaba buscando la presidencia y que si me tocaba asumir lo haría como manda la Constitución.
EL EMBAJADOR
El 16 tuve una reunión en mi casa con el embajador de EEUU David Greenle. Me pidió que revisara mi decisión y que volviera al Gobierno. Fue una discusión dura. En algún momento amenazó con irse porque consideró que yo ofendí a los EEUU.
EL SÍ del departamento de estado
Al mediodía del 17, volví a recibir una llamada de De Shazo. Me comunicaba que podía contar con los Estados Unidos.
EL DÍA D MESA
LAS HORAS DECISIVAS EN AQUEL 17 DE UN OCTUBRE IMBORRABLE
A las 10:00 me visitaron los enviados de Argentina, Eduardo Sguiglia y de Brasil, Marco Aurelio García. Ratifiqué mi posición de ruptura y les dije que me daba la impresión de que al Gobierno se le acababa el aire.
Después recibí sucesivamente telefonazos de Washington y de María Paula, la secretaria de Goni. A poco de terminar el almuerzo, me llamó Guillermo Justiniano, para decirme lo que ya sabía, que el presidente había decidido renunciar y que le había pedido que baje a hablar conmigo para plantearme las condiciones de su renuncia.
En la tarde, Justiniano volvió a llamarme para decirme esta vez que Goni había abandonado la residencia presidencial y que no había caso hablar de condiciones, que la renuncia era incondicional y que la haría conocer al país en minutos más.
A las 18:00 me visitaron representantes del Parlamento, los dos presidentes, Hormando Vaca Díez, del Senado, y Oscar Arrien, de Diputados. Creo que no había nadie del MAS. Me confirmaron que iban a aceptar la renuncia de Goni y que me correspondía la sucesión. El tema más importante para ellos era discutir conmigo el término de mi mandato. Insistieron en que debía dejar claro en mi mensaje que me iba a quedar hasta el 6 de agosto de 2007 como manda la ley.
Hacia las 19:00 llegaron los miembros del Alto Mando Militar. Como estaba con los parlamentarios, me reuní con ellos en el pequeño dormitorio de mi hijo Borja. Venían a ponerse a mis órdenes.
La última visita a mi casa fue la de Filemón Escóbar, Antonio Peredo y su esposa. Filemón estaba exultante: “Carlitos, te hubieras imaginado ser presidente de Bolivia, che, oye?”
Después pedí que se comunicaran con el alcalde paceño, Juan del Granado, Felipe Quispe y Ana María Romero de Campero para explicarles sobre mi posesión.