Un revuelo descomunal provocó la publicación de The Wall Street Journal donde se advierte que Bolivia podría acabar siendo “el próximo Afganistán”.
Por tal se entiende un territorio con numerosos enclaves sin presencia estatal, dominados por grupos irregulares dedicados al crimen organizado. En el caso afgano, la actividad central es el tráfico de amapola, materia prima para la heroína; mientras que en el boliviano sería la coca-para-cocaína.
Otra de las actividades del “nuevo Afganistán” sería el contrabando hacia el Irán fundamentalista de tantalio, utilizado en el revestimiento de misiles nucleares.
En el artículo mencionado también se califica a la Bolivia evista como un “refugio para terroristas” (baste citar la presencia de integrantes de las FARC, el MRTA, Sendero Luminoso y el PCC).
En realidad, todos estos elementos ya habían sido advertidos por analistas nacionales, pero, como bien dice Humberto Vacaflor desde su página en Facebook, muchos medios sólo reaccionan cuando estas noticias vienen desde el exterior.
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En materia de terrorismo, la nota aporta datos novedosos sobre la presunta actividad en Bolivia de terroristas africanos, como el Frente Polisario y, eventualmente, el siniestro grupo somalí Al-Shabaab.
Por supuesto, desde el oficialismo comenzó ya la habitual retahíla sobre “acusaciones del imperialismo” pensadas para “justificar una intervención”, etcétera, etcétera.
Ni por asomo, como también es de costumbre, se ensaya siquiera un amague de rectificación en las políticas que conducen a la desarticulación territorial en favor de los clanes del narcotráfico y otros grupos irregulares…