Políticos y autoritarismos antipolíticos. ¿Quién entiende?

Erika Brockmann Quiroga

ERICKA Hace pocos días, el Presidente Morales, criticó a las Fuerzas Armadas (FFAA) por haber adoptado posturas “apolíticas”. Reclamó que no hayan asumido la responsabilidad histórica de impedir la “venta del país” y por no defender la soberanía y dignidad del pueblo boliviano. Amplió su cuestionamiento al principio de “independencia sindical” pregonado por algunos dirigentes de la Central Obrera Boliviana (COB) no alineados al Gobierno y en general, por el gremialismo moderno.

Curiosamente, a la par que se cuestionaba severamente a las FFAA y a la COB por no involucrarse militantemente en política y en el desarrollo nacional, los voceros del Gobierno arremetieron contra el paro cívico paceño, tildándolo de político por contar con el apoyo del Movimiento Sin Miedo, así como contra el lanzamiento del Frente Amplio, descalificando por traidores a algunos sus miembros por acercarse a Unidad Nacional, como si se tratara de una secta política demoníaca.



Ahora bien, pregunto, ¿no resulta contradictorio que se reclame que hagan política, y no se sumen al proyecto del partido de gobierno, a instituciones que están pensadas para no hacerlo y que, por otro lado, se descalifique a partidos de la oposición cuyo mandato y misión es precisamente hacer política en una democracia plural?

Esta confusa inversión de conceptos, tiene su origen en el entusiasmo antipolítico casi religioso de corrientes radicales y autoritarias de distinto cuño ideológico. Los neoliberales proclamaban la muerte de la política por haberse probado la superioridad ética del mercado y de la tecnocracia. En el otro extremo, los comunitaristas, aun sueñan con el gobierno y la espontaneidad de las multitudes (sin intermediarios); mientras los totalitarios (stalinistas y fascistas) proclaman la intolerancia y el pensamiento único desde proyectos de poder que no admiten contrapesos, ni independencia alguna bajo su dominio. Tienen en común el hacer política pidiendo que los políticos no sean políticos, como diría alguien algo similar al “café descafeinado”, ideal que la ciudadanía abraza con facilidad luego de tanto desencanto, mal desempeño y clientelismo político que persiste en tiempos de bonanza.

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Lo que no se difunde pedagógicamente, es que mientras exista una sociedad humana, será imposible pensar la organización y el ejercicio del poder al margen de la política, y que, difícilmente las relaciones de poder injustas y abusivas se verán contrarrestadas en un sistema que condene la acción política con la finalidad de preservar un proyecto único de poder.

Dicho esto, y volviendo al virulento y confuso, intercambio de descalificaciones por ser o no ser políticos, reconozco que tanto el tema del cuestionado del Censo como en el del Tipnis, tienen implicaciones directamente relacionadas con el interés público, y por lo tanto derivan en planteamientos y definiciones eminentemente políticas. Descalificar moralmente a quienes posicionan críticas por ser políticos implica cerrar el paso al debate sobre temas tan críticos como las políticas de expansión de la frontera agrícola o sobre las consecuencias de censos dudosos para la planificación del desarrollo en el país. La crisis en torno al Tipnis fue una oportunidad perdida.

Era el momento adecuado para sincerarnos con el romántico discurso “pachamámico” y colocar límites al desarrollismo depredador ya superado.

Lo que debiera preocuparnos, es el intento de convertir a las FFAA y a las organizaciones sociales afines a un gobierno en milicias paraestatales funcionales a quienes portan una voluntad política hegemónica, o lo que es peor, cuando se intenta quitar el oxigeno a fuerzas de la sociedad que forman parte de un sistema de contrapesos en toda democracia.