Veamos por dónde comenzar este artículo: ¿por la frustración o por la esperanza?
Discurro pocos segundos mientras escribo y, por intuición, concluyo que es mejor comenzar por la frustración, no porque ésta sea lo que más pesa y consterna desde un punto de vista político, sino porque es la que sentimentalmente parte en pedazos nuestro corazón, y en la Venezuela que se nos desmorona ante los ojos hay que escribir con sentimiento; como los aztecas: con el corazón en la mano como rito.
Quienes me leen ya me conocen, no soy un mojigato ni finjo ser un erudito, esas banalidades se las dejo a las histéricas doñas académicas de la opinión pública venezolana que con sus reflexiones, consejos y sugerencias de los últimos treinta años han contribuido al hundimiento de la nación.
Hippies de su época, hippies eternos, están demasiado quemados para emitir un solo juicio de valor aceptable. Hay que dejarlos -dejarlas, a las histéricas doñas académicas-, que sigan pastando en su colina. No suman nada en su humareda alucinante. Nada.
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Yo no disimulo ni me autoengaño, una lágrima tiene un origen más profundo que una sonrisa cuándo ésta se finge. Y cuando alguien se rinde, nos rinde, no se celebra, se duele.
Escribo con sentimiento.